Germán Salto. Germán Salto

Germán Salto. Germán Salto review reseña disco

Y hoy que tú no estás se hundirán / mis secretos y mis miedos en el mar. Con este minimalista “Vals Inicial” entramos en una suite sonora deslumbrante, obra y gracia del artista antes llamado Salto. “Solo el tiempo”, la pieza que sigue, es una obra maestra, un prodigio de música que se abre camino con facilidad, una letra que cautiva, una voz que está cosida a la canción, una instrumentación calculada y sutil.

La guitarra acústica te abre la puerta y te guía, el bajo se solapa con ella, mientras en la voz de Germán Salto te llegan verdades sobre el miedo y el dolor. La batería espera su momento y se une, y a mitad del camino pide paso una guitarra eléctrica que se esconde entre violines, y te das cuenta de que ya no estás donde estabas, que la música es la misma y no lo es, y paseas por un jardín rebosante de luz. Solo el tiempo puede devolverte el valor / el color / el calor. El pasmo continúa cuando suena “Nada que hacer”, en la que el piano destella y la voz acaricia la melodía, se revela sinuosa y dulce al tiempo que va desgranando una historia sin salida aparente, versos sin alambique, cercanos al corazón, y al final la salida existe, es un solo de guitarra furioso.

“Arder, humo y desaparecer” es el primer aviso de que este disco no conoce límites, que se va a ir adentrando en un espacio de arreglos orquestales y armonías colmado de sorpresas. Es una pieza delicada y exquisita, y el sabor que deja al escucharla queda arrasado por “Cuando no tenías sed”, directa y al rostro, empujándote para que te sumes al coro de voces del estribillo. Germán Salto es capaz de una cosa y de otra, porque donde la anterior es energía, “No” es pura belleza, y es también gusto y es memoria, mirada a un género melódico con el que los que ya no somos niños acunamos nuestra infancia.

Una tras otra, las canciones van dejando su perfume, y en “Ciudad Invierno” sientes el frío, anticipas el final de esa historia de algo que pudo ser amor. Tal vez pasó que me olvidé de mirar / También pudiera ser que te olvidases tú / Te olvidaste tú. Los primeros versos están dichos en voz baja. Después una trompeta da paso a un estallido de voces que certifican el final del amor, lo que nadie va a salvar ya, y en ese torbellino de palabras que vienen y van como olas, la canción y el disco mismo crecen, y en su subida a lo alto Germán Salto se despeña revisitando a toda velocidad aquella iglesia abandonada en la que empezó a contar su historia veinticinco minutos antes. Hay una orgía de violines que conduce al “Vals Final”, que se debate entre la exquisita elegancia que impregna toda la obra y la desmesura que se apodera de ella en el último momento. Al final queda la voz, casi un susurro, precediendo al silencio. Te quedas quieto, mudo, sin saber qué ha pasado, por qué ya es tan tarde si todavía es tan pronto. Germán Salto te ha embrujado y no sabes salir del disco.

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