Lapido vuelve a lo grande con «A Primera Sangre»

Vuelve José Ignacio a su carrera en solitario, esa que ha ido creciendo en prestigio disco a disco, aunque uno creía que “Cartografía” era una cumbre que no había sido igualada; y de eso hace ya quince años. Por eso, recibí las fantásticas críticas con cierto escepticismo. No es Lapido un artista al que evaluar a primera escucha ni que merezca tratar sus canciones con ligereza, ni es fácil mantener la objetividad al juzgar la obra de un autor al que uno debe tanto.

Tras resistir la tentación de acercarme a los singles de adelanto -uno todavía es de la vieja escuela y prefiere escuchar los discos del tirón-, “A Primera Sangre” se ha ido asentando en estas primeras semanas y sí, tras la maduración podemos considerar que estamos ante una obra grande, lo mejor de Lapido desde aquel “Cartografía”.

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Este disco comparte tiempo y lugar en los grandes almacenes con la última novela de Amélie Nothomb, que también se llama “Primera Sangre”. Una escritora que tiene en común con el granadino el tener un estilo perfectamente reconocible y propio. Curiosamente, los dos han elegido un lance de duelo para titular sus últimos trabajos. Una de las frases de Amélie nos dice que «Dios no es el chocolate, sino el encuentro entre el chocolate y el paladar capaz de apreciarlo». Esperemos que con este su noveno disco sigan creciendo los paladares que degusten las delicatessen líricas del poeta eléctrico.

Ya desde la primera canción, “Curados de Espanto”, aparecen viejos conocidos de su poesía. Es una especie de auto homenaje, un “aquí estoy, tras seis años, y voy a brindar por mis referentes líricos”. Todo su imaginario desfila por aquí, marcando el paso de lo que está por venir. “Arrasando” es otra muestra de canción lapidiana. Nadie escribe como él y nadie lo hace mejor. Tampoco muchos saben sacar de las seis cuerdas melodías tan certeras. Es una gran noticia que haya vuelto a grabar todas las guitarras en su disco; más teniendo en cuenta los problemas de psoriasis que le atormentan últimamente.

“Malos pensamientos” es un oasis lírico; una letra mucho más carnal de lo habitual en medio de un blues canónico en el que, de repente, sobresalen los arreglos de Raúl Bernal que llevan la canción a otro nivel. Ya lo dice Keith Richards, «Si no conoces el blues, no tiene sentido coger la guitarra y tocar rock and roll o cualquier otra forma de música popular». Y Lapido lo sabe. Los malos pensamientos se van desvaneciendo en un fade-out que da paso a “De cuando no había nacido”, una cumbre del disco y de la carrera de Lapido. Costumbrismo a lo Ray Davies lleno de nostalgia. Un tema que nos lleva a caer en la tentación de pensar que un ligero pesimismo es la mejor forma de afrontar la vida.

Los Byrds de Gram Parsons sobrevuelan en “Antes de que acabe el día”. Me lleva a fantasear con que puede que la vida solo consista en esperar un disco de Lapido grabado al otro lado del charco, como hizo Quique González. Sería maravilloso. En “Nadie en su sano juicio” volverá a esos sonidos y, en medio de su letra más social, nos reafirmará en nuestro deseo. El Maestro necesita una semana de estudio en Nashville.

“Creo que me he perdido algo” es otra de esas gemas psicodélicas que Lapido ha ido dejando durante su carrera, ya desde los tiempos de 091. Un tema que merece una jam en directo, exprimido hasta el infinito y más allá por la banda cinco estrellas de José Ignacio. “De noche la verdad” me trae ecos al Ian Hunter de los últimos años. Un medio tiempo perfectamente construido que nos lleva a un estribillo inapelable. Cuestión de oficio, supongo.

Perfeccionando el arte de sobrevivir en una industria que penaliza el talento, “No hay nada más” es una maravilla dirigida por el piano de Bernal, con ecos a los Stones sesenteros, citas a Faulkner y un romanticismo poco explorado por el autor. “Uno y lo contrario” es la canción que más recuerda a 091, la banda madre. Podría haber tenido un hueco en el “El más allá”, quizás sea un tema rescatado de aquella cosecha. Da paso a un final que ya es un clásico de los discos de Lapido: canciones frágiles que, sin embargo, acaban siendo himnos en su repertorio. Y “Tiempo Muerto” es uno de ellos. El niño que fui me mira, se aleja y me recuerda que sin las canciones de Lapido yo no estaría aquí escribiendo. Sería otra persona, posiblemente peor, si no me hubiera tropezado con sus canciones hace ya casi cuarenta años. 

Volvemos a Faulkner, que dijo que escuchar música era lo mejor que podía tener una persona en la vida. Lapido nos da música y unas letras inteligentes que, en este disco, están llenas de brindis. Cojamos un pedacito de sus letras, alcemos nuestras copas y seamos un poco más felices. El disco ha sido editado en Pentatonia Records y va a ir acompañado de una gira de presentación que promete ser una de las citas imprescindibles del año. Un concierto de Lapido es una de las mejores experiencias que nos puede ofrecer la escena del rock español. Una banda brillante y un repertorio imbatible. ¿Se puede pedir más?

giralapido

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