Måneskin mostró en Barcelona ante un Palau Sant Jordi hasta la bandera que son algo más que una banda mediática.
Cuando el grupo italiano se hizo con el triunfo de Eurovisión en 2019, imagino que muchos pensarían que aquello sería una mera anécdota. Hace años que salir vencedor del festival no asegura en absoluto poder seguir viviendo las mieles del éxito. Y mucho menos si el estilo que defiendes lleva años según muchos casi con cuidados paliativos. Pues fijate, con una imagen transgresora (todo lo que esta sociedad políticamente correcta deja que sea) y un sabio uso de las redes sociales, Måneskin han sido capaces de pasar de Razzmatazz 2 en su primera visita a llenar todo un Palau Sant Jordi.
No solo eso, lo consiguieron colgando el cartel de “sold out” a las pocas semanas de ponerse a la venta. Y por primera vez en mucho tiempo la media de edad de un concierto de rock bajó considerablemente. Algo que era evidente si echabas un vistazo rápido a tu alrededor, pero que se confirmó en cuanto las luces del Sant Jordi se apagaron. Los diez minutos extras que tardaron en salir no hicieron sino que enaltecer más a las masas. Las luces estroboscópicas proyectaban la multitud de sombras de los músicos mientras sonaba el riff de “Don’t Wanna Sleep”. El estruendo que siguió hizo temblar los cimientos de la joya de Isozaki. Salvando las distancias, era inevitable pensar en aquellas imagenes en blanco y negro de los conciertos de The Beatles.
Las luces sobre el telón rojo eran el reflejo del corazón que bombeaba a mil por hora de los que se agolpaban en la pista. Y con la caída de la gran cortina poco importó que al sonido le faltara un ligero ajuste. Los gritos de ese momento apenas dejaban escuchar a la banda. Damiano David recorre el frontal cantando con un micro colgado de las alturas mientras Victoria de Angelis al bajo y Thomas Raggi a la guitarra no dejan de moverse por el escenario. Turno para “Gossip” en la que al técnico de sonido se le olvidó subir el volumen al micro de pie. Poco importó, el primer verso fue sin querer para un público que cantó todas y cada una de las canciones.
Quedó muy claro que Måneskin no habían venido a hacer prisioneros cuando a las primeras de cambio ya descargaron “Zitti e Buoni”, el tema con el que ganaron Eurovisión. A partir de aqui todo aquel que no estuviera en modo fan podía empezar a jugar a «Buscar las 7 influencias». “Own my mind” suena a una versión alegre de The White Stripes fue la primera de las muchas veces que Damiano hizo saltar al Sant Jordi. “Supermodel” parece el bastardo cruce entre Red Hot Chili Peppers y “Smell Like Teen Spirit” (descafeinado). Tras cinco temas sin tregua ni descanso, Damiano saludó al respetable en su limitado castellano para dar paso a la primera balada del set. “Coraline” hizo que el Sant Jordi se llenara de estrellas con las luces de los móviles y calmar un poco el ritmo de concierto.
Algo que duró poco con “Baby Said” (¿alguien más aprecia ecos de Franz Ferdinand?) y “Bla Bla Bla” con la que Damiano cantó subido a la valla junto para después dejarse flotar sobre los brazos del público. Puede que a alguien le sorprenda ver el nombre de Tom Morello asociado a algunos temas de “Rush”, pero si prestas atención a “In Nome del Padre”, la esencia de RATM está presente. Buen duelo bajo/guitarra con un solo interesante. Pero si hay que destacar a uno de los músicos de esa noche, para mi el premio se lo lleva Ethan Torchio. Preciso y contundente en sus golpes es capaz de hacer sonar al grupo compacto pero salvaje. Otra de las canciones más coreadas y celebradas llegaba después. Su versión de “Beggin’ «, puso a bailar al Palau y a Victoria a tocar durante su particular crowd surfing.
Los móviles volvieron a tomar protagonismo como iluminación adicional de “Timezone” antes de que “For Your Love” nos dejara un solo de Thomas Raggi iluminado únicamente por un gran foco porteado por Damiano. Y una nueva vuelta a las primeras filas tanto de él como de Victoria. Dejaron claro que su manera de conectar con el público es la proximidad y el contacto y no las palabras. La batería y el fuego fueron los protagonistas de la incendiaria “Gasoline”, un tema que le debe mucho a Eurythmics y su “Sweet Dreams”. Con las luces apagadas aparecieron por un lateral abriéndose paso entre los fans Damiano y Thomas. Su destino… un pequeño escenario a mitad de pista desde donde tocar un par de temas acústicos: “Vent’anni” y “If Not For You”. Algo que provocó carreras, agitación y un nuevo episodio de locura colectiva entre el público de pista.
Hasta ese momento, el concierto había llevado un buen ritmo. La sección acústica dió un poco de aire y respiro a la sección rítmica de la banda. Batería y bajo se encargaron de llenar el tiempo mientras Damiano y Thomas volvían al escenario principal. Y lo hicieron para descargar quizás su tema propio más conocido hasta la fecha de Måneskin “I Wanna Be Your Slave”. El tema dejó una imagen curiosa y poco frecuente en nuestros días. La de Thomas con un cigarrillo medio caído al más puro estilo de un joven Keith Richards, aunque solo fue para la pose rebelde. Estribillo gritado a pulmón y con Victoria tocando mientras surfeaba de nuevo sobre los brazos de las primeras filas, Måneskin ya habían usado sus balas principales.
Quizás por eso el tramo con “La Fine”, donde pudimos ver a Thomas tocando entre el público a hombros de un roadie, “Feel” o “Mark Chapman” quedó algo menos intenso y desdibujado. Tanto en esta última como en “Mamma Mia”, se fue preparando el casting para la fiesta final. Llegaba el turno de “Kool Kids” y el escenario se convirtió en una extensión de la pista para un par de docenas de seguidores que subieron para enloquecer a pocos centímetros de sus ídolos. El concierto terminaba con una banda desatada al ritmo de este punk edulcorado y para todos los públicos.
Pero aún quedaban los bises. Thomas al frente del escenario ofreciendo un solo de guitarra sobre un par de bases en loop fue el encargado de dar pie a “The Loneliest”. Esta balada con tintes épicos, en la que Tom Morello se luce en estudio, hizo encender en masa por última vez las linternas de los móviles. Y con un curioso planteamiento de concierto, Måneskin terminó definitivamente repitiendo “I Wanna Be Your Slave”. Un final al que le faltó quizás una despedida algo más entusiasta con el público que llenaba el Sant Jordi. Un lanzamiento de baquetas por parte del batería me parece un gesto bastante escaso por parte de una banda que si ha crecido tanto es por toda esa gente que durante dos horas se ha desgañitado y bailado como si fuera la última noche en la tierra.
Gestos a parte, me llevé una grata sorpresa con la banda italiana. Priorizan la música por delante de los grandes rellenos escénicos. Sudan y viven cada una de las notas que tocan. Damiano me parece un frontman de la vieja escuela. Irreverente y conocedor de ser capaz de mover a las masas con un movimiento de su mano, lleva a la banda a ofrecer un honesto espectáculo de rock. ¿Lleno de clichés y tópicos? ¿Con referencias notables a nombres del pasado? Sí a todo. Y quizás sean esos los argumentos de sus detractores. Måneskin no ha inventado nada, ni lo pretenden. Pero si sirve para que un porcentaje de los que llenaban el Sant Jordi se interesen por cualquiera de las influencias previas, a mi me vale. Aún quedará una esperanza para que no todo lo que escuchen las nuevas generaciones sean bases programadas y autotune.
Fotos: Desi Estévez