Moses Rubin no tiene límites. Es capaz de hermanarse con el silencio y con el grito, con el desgarro y la dulzura. En sus discos lo deja dicho, pero al natural le pone rúbrica, y ante el que acude a escucharle, y a verle, levanta testimonio. Con sus solos de guitarra que cargan el aire de electricidad. Con su voz que se rompe y cinco minutos después te mece. Con las delicadas melodías que miden la corta distancia con los corazones de su parroquia. Moses se para a escuchar la misteriosa voz de la tarde y la recoge y la hace suya, antes de girarse y desatar de nuevo la furia, y ante eso solo cabe la rendición sin condiciones. Este hombre no conoce otra cosa que la entrega, en todas sus formas.
En el Fillmore Huertano le acompañó Pablo Solo, otro músico que aunque tampoco acepta límites, esta vez vino a tocar el bajo. Nada más y nada menos. Cuando los dos se juntan surge algo diferente, un estallido que provocan casi sin mirarse. Pero se miran. Están pendientes uno del otro, y de la imparable ola que surge a cada momento de los teclados de Sergio Valdehita, dueño y señor de la esquina del escenario. Al fondo, gobernando la oscuridad, Maxi Resnicosky, en la batería. Nada los puede parar. Las canciones los aman.
Se ve ya desde el inicio, cuando el riff acelerado y altamente contagioso de “What Am I Doing Now?” se desploma un minuto después en una playa amable, acariciada suavemente por la voz de Moses. Nadie se iría, se está bien ahí, pero irrumpe otro riff, otra cadencia, y acaba alojada en el bajo mientras la guitarra se desboca y Moses lee con los labios cada sílaba del éxtasis, y Valdehita en su esquina avista el horizonte del trance. Tres minutos y medio y el mundo ya está a sus pies.
“Sunday”, “Halfway Through”, “You Know The Answer”, “Friday”, pasajes en los que la felicidad se representa y la vida vibra, donde la música corre veloz y la lírica emerge en remansos inesperados.
“The Big Flaw”, un latigazo. Y en la penumbra, con su guitarra acústica que replica la legendaria etiqueta de Woody Guthrie, recrea a solas “Kathy’s Song”, de Simon & Garfunkel.
Nadie se mueve. La emoción es un espacio tembloroso en el que la voz moja como el relente. Pero “Tony Higgins” corta como una navaja y “The Rain” es vértigo, estrellas que caen incontables desde la guitarra de Moses en seis minutos, Pablo Solo dibujando constelaciones con su bajo, Valdehita creando espacios de luz. Se intuye el final. A veces es posible tocar el cielo.
Fotografías: Josej_jover. Vídeos: Juan J. Vicedo