Tres es el número sobre el que se construye el universo, el que determina el plano y la circunferencia, encierra en sí mismo el equilibrio y es la guía invisible a lo trascendente. Paul Zinnard anuncia con su nuevo disco, “Chameleons”, el cierre de la trilogía que inició con “Trance” y continuó con “Formula H”.
Mencionar en la música pop la existencia de una trilogía es volver la vista a la perfección en un corto lapso de tiempo, es recordar los discos mercuriales de Bob Dylan y la etapa berlinesa de David Bowie, dos ejemplos sin los que no es posible entender la música contemporánea. Decir de tu propia obra que contiene una trilogía es tratar con lo absoluto, estar cierto de que has dado ese paso al que la intuición te ha llevado. Para nosotros, los receptores de ese mundo personal, exige ser conscientes del regalo que recibimos.
Crees que ganaste pero has perdido. Con esos versos inapelables, demoledores, arranca el álbum, en un clima repetitivo, cerrado, y peligrosamente adictivo. Paul Zinnard crea adicción, siempre. Es “So Fine”, un estado personal que contradice el título, y desemboca con cadencia pesada, oscura, en “Singing”, armada sobre un bajo sombrío, melodías que abren cielos, y un piano luminoso. El fraseo con que canta Zinnard te dice la verdad, y el silbido que oyes es el del caminante. Buscar y no encontrar. Cuando piensas que tienes el azul perfecto te dicen que lo quieren rojo. No importa, estás en el camino, cantando. Y la canción se pierde a lo lejos.
Hay historias que pudieron ser y no fueron. “I Was the King” narra una de ellas, y la segunda voz es el misterioso contrapunto de lo real. El ritmo ahora es urgente. En “Freedom Is Fine” la música chispea, con Patricia DeVelasco y su guitarra sultana del swing, y el piano de Willie B. Planas, que aparece y desaparece en las dos caras de la luna en las que se convierte la canción. Como el amor, como la sangre. “I Give My Life” es la confesión del músico vulnerable, desnudo ante su público, al que se ofrece. Quiero tocaros a todos. Quiero entregaros mi vida. Podría ser Ziggy Stardust. Los primeros versos se mecen en un espacio de belleza serena, que ilustra la sorprendente capacidad de Paul Zinnard para acunarte sin que sientas más que levemente el dramatismo del mensaje. Pero está ahí. Como estaba en “Into Your Room”, que abría la trilogía. En “Straighter Road” estamos con él todavía en el camino, y la canción, con su brillo, nos transporta y nos deja en la orilla misma de la inmensidad, la que él o cualquiera de nosotros puede sentir caminando por la luna, metáfora de mundos interiores que los sabios y los críticos no alcanzan a comprender.
Posiblemente la soledad del universo suene así, con esos coros sutiles y esa distancia, con ese tempo. “I Used to Have My Way” nos saca de la escena lunar bailando, aunque sea para hablar de miedo y lágrimas, de promesas rotas. Es el Zinnard que te sacude la ceniza y te lleva de bares, con los amigos y la noche. Sabe cómo hacerte mover el cuerpo y el alma a la vez. “Everybody Passed Me By”, todo lo que pregunto es qué puedes darme. Sientes la voz de quien lo canta, la mano de quien lo ha escrito, jirones de piel en las palabras, y en la música ecos de otros que también te hablaron un día, el rubio de Florida, el chico de New Jersey. Nueve canciones. Falta una. “Beautiful Words” es Zinnard en estado puro, ascendiendo en círculos, dylaniana, eterna. Sha-la-la-la. Fin de la trilogía. El camaleón ha mostrado su piel verdadera, nos ha advertido el músico, el poeta. Ese camaleón, que responde al nombre de Carlos Oliver, nos ha dejado entrar en su mundo y en él hemos encontrado mensajes en botellas que tal vez no sepamos leer, pero es imposible ser inmune a su música sublime.
CHAMELEONS. Estudio Uno Records. 2023. Paul Zinnard: Voz, guitarra acústica y bajo. Patricia DeVelasco: guitarra eléctrica y coros. Willie B. Planas: piano y órgano Hammond. Christian Chiloe: batería.