Jason Ringenberg, lider de Jason & The Scorchers, mostró su faceta más narrativa durante cerca de dos horas en un concierto íntimo e intenso en la sala Paral·lel 62 Club de Barcelona. Y lo hizo con su guitarra, una armónica y mucha actitud para hacer de su «bisuteria» autenticas joyas musicales.
Está claro que las administraciones (o quien fuera in-competente en este caso) consiguieron cerrar la sala Rocksound. Pero sólo con el lugar físico, porque el espíritu sigue vivo. Jason Ringenberg fue el encargado de dar la salida a los conciertos para celebrar el XV aniversario de la mítica sala. Hacía doce años que el estandarte del cowpunk no aparecía por Barcelona. Y ha vuelto defendiendo cual lobo solitario toda su historia musical, desde aquellos lejanos Shakespeare’s Riot hasta su reciente disco “Rhinestoned”.
Con cierta demora sobre el horario previsto (nada que una cerveza y buena charla no lo hiciera llevadero) apareció Jason Ringenberg con su guitarra. Un breve saludo y el tornado de Illinois arrancó con “Honky Tonk Maniac from Mars”. Desde ese primer momento ya se vió que el solo se basta y se sobra para arrasar un escenario. Los bailes y golpes de bota fueron una constante durante todo el concierto. Hubo momentos calmados como en “Trail Of Tears”, que respiraba a Neil Young, en la que tuvo un momento casi a capella capaz de erizar el vello de más de uno.
El primer recuerdo de los muchos recuerdos a The Scorchers llegó con “Shop It Around”. Un viaje musical en el que Ringenberg quiso poner en contexto cada una de las canciones. Una fecha, el disco que la acogía, una anécdota… cada canción tenía su granito de arena personalizado para hacer del concierto una experiencia mucho más próxima. La sentida “I Rode with Crazy Horse” le sirvió para recordarnos quién fue y qué hizo el gran jefe de los Sioux. Con “Rainbow Stew” de Merle Haggard nos dejó echar un vistazo a su infancia a través de la música. En la grandiosa “Bible And a Gun” tuvo su recuerdo para Steve Earle.
Pero no todo fue tan intenso como puede parecer. Los registros de Jason Ringenberg son amplios, tanto como sus ganas de divertir. Por eso mismo no faltó a la cita su alter ego Farmer Jason. Su idea de llevar a los niños su música le valió estrenar un musical con sus canciones en Broadway. A Barcelona se trajo de esa experiencia “The Tractor Goes Chuc Chuc Chuc” y “Punk Rock Skunk”, con un primer homenaje a The Ramones incluido. “Pray For Me Mama (I’m a Gipsy Now)” volvió a poner los sentimientos a flor de piel con su interpretación.
El considerado primer cowpunk de la historia Hank Williams también estuvo presente con “Lost Highway”, en la que Jason sacó fuego de su armónica mientras bailaba desatado. Quizás ese espíritu fue el que le hizo recuperar “Help There ‘s A Fire”, un tema de su primera banda Shakespeare’s Riot. Con un aire más relajado, usó su “Nashville Without Rhinestones” para denunciar el daño que el turismo y las grandes corporaciones le han hecho a la ciudad que lo acogió durante 45 años. Creo que habría mas de una ciudad que podría identificarse con esa letra.
Ringenberg repartió anécdotas e historias por doquier. Contó cómo su composición favorita no gustó ni siquiera a su abuela. Por suerte, su insistencia con “Harvest Moon” le dió la razón con el tiempo. No se olvidó de Perry Baggs, del que destacó no solo su estilo con el que terminó influenciando a otros muchos baterías, si no su prodigiosa voz. A él le dedicó “White Lies” de “Lost and Found”, su debut con Jason & The Scorchers, del que sonó a continuación “Broken Whisky Glass”.
Con una sala totalmente entregada, tuvo tiempo de explicar sus peripecias como teloneros de The Ramones. Eran tiempos duros para ellos y el poco dinero que tenían se lo bebían, así que arrasaron con su catering. La generosidad que les mostró la banda neoyorquina regalándoles recambios de las cuerdas para bajo es algo que a Jason le impactó tanto que no pudo hacer otra cosa que componer “God Bless The Ramones”.
Este habría sido un buen sello para el concierto, pero aún guardaba un as bajo la manga. Terminar el show recordando a Bob Dylan es una baza ganadora. La re-arreglada “Absolutely Sweet Marie” puso el broche a una velada más cercana a una reunión de amigos que a un concierto. Y no por el aforo que hubiese, sino por la complicidad que Jason Ringenberg fue capaz de proyectar. Sobretodo al final atendiendo a cada uno de los presentes que quisiera charlar, firmar o hacerse alguna foto con él.
Resulta curioso que en un mismo edificio se pudieran juntar dos estilos tan opuestos en la misma noche. Un par de pisos más abajo, el torrente de notas de Joe Satriani llenaba la sala grande. Mientras, el centenar de privilegiados que llenamos la acogedora sala Club del Paral·lel 62, disfrutamos de algo más primario y directo. Ringenberg armado con una sola guitarra acústica, solo se acompañaba en ocasiones de una armónica o sus botas. Y lo hacía con el mismo espíritu rebelde que lo ha caracterizado siempre. Lo necesario para transmitir y llegar a las entrañas de quien asiste a su concierto. Algo de lo que deberían de aprender ciertos llena-estadios que al tocar dejan más frío que su propio nombre.
Fotos: David Holgado