Regresaban a Madrid, en plena gira con 6 paradas en España, los Nada Surf. La sala elegida por sus nuevos promotores, Cosmic producciones, provocaba comentarios de novedad antes de entrar. La sala La Sospechosa fue la primera protagonista de la noche. Un recinto inédito en el circuito de conciertos, forrado de mármol negro y decoración algo pretenciosa y un reservado en altura sin contacto visual con el público general. Público mayoritariamente masculino y de más de 40 años. Curioso lugar, digo, para el regreso a Madrid de Nada Surf después de más de tres años. Entonces fue prácticamente salir de la Riviera y encerrarnos en casa durante la pandemia. Ahora el mundo es distinto. “No digo raro, digo distinto”, que diría Fito. Pero seguimos encontrando cierto consuelo en la guitarra y en las armonías vocales que nos ofrecen los neoyorkinos.
Además, debe de haber algo de gratitud especial del público madrileño por la generosidad de los de Brooklyn que, con The Posies, quizás sean los grupos con más lazos con España y de los que más y mejor nos visitan. Más allá del bajista Daniel Lorca, hijo de diplo español destinado en Nueva York. Su papel en los conciertos en España me hace pensar en un insider de confianza, cosa que confirma hablado en español entre cada canción y opacando al líder natural, Matthew Caws (léase Coos). Sobre esta familiaridad volveré luego, pero baste subrayar que genera en el aficionado español una relación más próxima que con otras bandas que nos visitan.
Se les ha comparado con New Order y Echo and the Bunnymen, aunque en el universo cultural no hay ninguna propuesta enteramente pura. El arte y sus manifestaciones son eclécticas por definición. Nos gustan porque son mestizas y porque evolucionan, aunque a los fans tan a menudo nos incomoden los cambios. Nada Surf guardan mucho en común con esos grupos, seguramente por el papel protagonista de las líneas de bajo de Lorca, o con The Cure. Y, por supuesto, tienen algo de sí mismos. Más recientemente se han acercado a The Posies y a propuestas más melódicas. Las canciones que Caws y los demás desplegaron en el repertorio son buena muestra de esa evolución: desde Popular hasta el power pop de su último trabajo Better not together.
En cualquier caso, fue un show demasiado corto: hora y poco (estaban anunciados a las 20:30 y empezaron a las 21:45 hasta el límite de las 23:00 h. Debió de ser el show más corto, si nos fijamos en los setlists publicados de sus bolos españoles, con hasta casi 20 temas. En Madrid interpretaron solo 16. Se diría que priorizaron a la familia y amigos. Daniel se refirió a su “mamá” varias veces. Querer más, casi como consumidores antes que aficionados, es reclamar la oportunidad de conocer la evolución musical de temas como The Plan, Happy kid o Blonde on blonde con el paso de los años. Como mojones en la carrera. Sí escuchamos Popular, ese experimento vocal que les catapultó a la fama (relativa) en el ya lejano 1996. Además, del repertorio creo que no funcionó Come get me porque hasta llegar al estribillo parecía que la audiencia se perdía en su melancolía. Mejor quizás hubiesen resultado pelotazos de ese mismo álbum Lucky como Whose authority o Beatiful beat.
Cabe ver este show en el contexto de cómo se les ha complicado a estos grupos la existencia, pese a los logrados himnos pop en el caso que nos ocupa como el trío del amor: So much love o Always love e Inside of love. El tsunami musical de base cultural narco es tan apabullante que es fácil que un viejo militante del pop-rock se sienta solo y como un dinosaurio a la que la hora de la extinción se le acerca. Si no fuera por noches como esta en las que “la experiencia colectiva del rock” es el mejor salvavidas al que agarrarse, todo estaría perdido. Sobre todo, al escuchar grandes temas como Friend hospital (una petición del público y, para mí, la mejor versión de la noche, junto con Killians’s red) o See these bones, interpretadas con la intensidad que exigen sus progresiones de acordes y, sobre todo, el zumbido del bajo de Daniel Lorca. A pesar de que en algún momento uno parece salir de esa realidad virtual cuando Matthew nos vuelve a pedir, un bolo más, que cantemos con ellos al grito de “fuck it”. En los códigos del rock en directo nunca dejará de funcionar la irreverencia al grito unísono que consiste en desfogarse y conectar con los desconocidos una noche en un garito más adecuado para el pecado que para la insolencia.
Conexión absoluta en el final previsto inicialmente para Blizzard of ’77, imágenes de una tormenta de nieve cantadas sin enchufar y con los cuatro Surfers ante su público sin micros ni amplis. Todos cantamos, claro, pero bajito para escuchar los acordes maravillosos en la acústica, en una representación ya característica de la banda. Con ella sucede una magia tan lejana de la discoteca en la que la Sospechosa se convertirá en pocos minutos: cantar juntos, dar sentido a nuestra existencia, desmentir al filósofo Markus Gabriel cuando afirma que “el mundo no existe”. O quizás tenga razón, no sé. Pero cuando regresan al escenario para los aclamados bises nada de lo anterior importa. Otra, otra, otra.
Final acústico y un bis que parecía no preparado, Telescope, cara b del primer single en 1993, que Daniel recodo que empezó a sonar en Malasaña. De cuando ni imaginaban hacer temas como Always love. Después sonó la ya mencionada Friend hospital. Pocos temas tan intensos en su discografía en la que la tristeza conoció la debilidad de un cementerio fantástico con mariquitas y escarabajos rojos con puntos, si me permites las citas para terminar.
Texto y fotos Israel Pastor.
