Sabina, que este ojalá no esconda un nunca.

Joaquin Sabina llenó el Palau Sant Jordi dos noches dentro de su gira Contra Todo Pronóstico para regalar sus versos… quizás por ultima vez.

No pasaba de los veinte, y probablemente de los quince, la primera vez que esos versos de Joaquín Sabina entraron en casa. De eso hace más de treinta años, cuando los conciertos del de Úbeda pasaban por cada población de España y sus versos aún no eran los de un rapsoda con verborrea descontrolada. Llegados a 2023, Sabina vuelve contra todo pronóstico a girar por todo el mundo. La excusa en teoría es la película de León de Aranoa en el que documenta los últimos diez años con sus claros y oscuros. Mi teoría es que no hay más excusas que una despedida de quienes a fin de cuentas le han llevado al status en el que se encuentra.

Por eso el ambiente que se vivía en los minutos previos al concierto mezclaban lo dulce de un reencuentro con lo agrio de una despedida. Pero ante todo, el profundo respeto para quien ha acompañado las vidas del colectivo como si de mundos individuales se tratasen. La tenue luz que acompañaba un enlatado “Contra Todo Pronóstico” nos invitaba a dar la bienvenida al escenario a los músicos dejando para el final la ovación a Sabina. El viaje comenzó recordando “Cuando era más joven” y viajaba en sucios trenes que salían de Linares-Baeza hacia el norte.

Desde un taburete nos fue contando y desgranando versos, a veces acompañado de una guitarra testimonial, pero siempre con la rasgada voz que la noche, los vicios y la edad le han ido cuarteando. Tras dar la bienvenida y saludar a su querida Barcelona como mejor sabe hacer a base de versos, llegó el momento de hacer el balance de su vida y comenzar una canción como “Sintiendolo mucho”, que poco suena a disculpa. La banda toca a sabiendas de los fraseos de su director y todo suena en su sitio con Asúa destilando buen gusto al slide. Los apodos que la prensa le ha ido acuñando a lo largo de los años sirven de base para “Lo niego todo” y a estas alturas el público yace rendido a disfrutar la parte dulce del encuentro.

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Dispuestos a escuchar cualquier cosa, nos llevamos la sorpresa de saber que Sabina hoy venía dispuesto a contarnos “Mentiras Piadosas”. Sacada del baúl de los recuerdos, con unos arreglos algo más calmados quedó enlazada con “Lágrimas de Mármol” en la que, como él dice, plagiándose a sí mismo como un loro, hace balance de sus vueltas tras los marichalazos y los besos a la lona. Uno de los versos de la canción reza que “me duele más la muerte de un amigo, que la que a mí me ronda”. Quizás por eso decidió dedicarles a los que aún le acompañan “Cuando aprieta el frío” y tener el recuerdo de los que no están mientras pasea por el “Boulevar de los sueños rotos” en compañía de Mara Barros.

Junto con Jaime Asúa observa como “Llueve sobre mojado”, un momento perfecto para presentar a los sospechosos habituales que desde hace años le acompañan. Y aquí llegó el momento más triste para quien escribe. Sin desmerecer el trabajo de Borja Montenegro, si este iba a ser un polvo de despedida, en esta escena de cama debería de haber estado Pancho Varona. Pero a la vista está que a veces la amistad también es un juego en que un par de ciegos juegan a hacerse daño. Con la excusa de tener a músicos que cantan mejor que él, Sabina cede el micrófono a Mara Barros para que nos confiese que “Yo quiero ser una chica Almodovar”.

Antonio García de Diego desde su teclado nos cantó “La canción más hermosa del mundo” que contó con la aparición final de Sabina para acompañarle en unos últimos versos que quedaron ahogados por los vítores del público. Con el protagonista de nuevo en escena el segundo acto del vodevil de la bohemia siguió su curso, y lo hizo por todo lo alto. El ocaso y la memoria han sido dos conceptos que siempre han estado presentes en su obra. Pero es quizás un tema como “Tan joven y tan viejo” la que más hondo ha calado. Un sentimiento que quedó reflejado con la tremenda ovación que se llevó tras jugar con Dylan y los Stones en su último verso. 

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Visiblemente emocionado y con el Sant Jordi en pie, las olas de sentimientos rompieron suavemente “A la orilla de la chimenea” antes de regalar unos de sus versos a la mujer. Su habilidad para regatear lo políticamente correcto hace que sea capaz de conseguir que el público, incluso en estos tiempos, cante a pulmón «la mas puta de todas las señoras» sin que se ponga el grito en el cielo mientras dedica “Una cancion para la Magdalena”. De vuelta al taburete y con guitarra en mano, dos notas descubren que son “19 días y 500 noches” lo que se viene. Esa rumbita canalla en la que coincidieron la vieja guardia y los nuevos seguidores y que comienza a avisar que el viaje comienza a terminar.

Contenedora de algunas de sus frases más inspiradas “Peces de ciudad” se ha convertido por méritos propios en una de las favoritas que no podía faltar en el repertorio. En realidad como cualquiera de las que sonaron a continuación. O a estas alturas alguien se imagina un concierto de Sabina en que no suene “Y sin embargo” y su reivindicación de la copla con los versos de “Y sin embargo te quiero” abriendo un corazón a porta gayola. Aunque en la presentación de “Llueve sobre mojado” quisiera poner un poco de rock and roll al concierto, lo cierto es que hace giras que es más conceptual que presente. El cierre con “Princesa” fue una de esas pocas muestras de esa faceta más agitada de su discografía. Una pequeña prueba para dejar claro que a los atardeceres aún les queda calor que ofrecer.

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La otra llegó de voz de Jaime Asúa quien reabrió una noche más “El caso de la rubia platino” aprovechando que el jefe se tomaba un descanso extra. Ya con Sabina de vuelta y sabiendo que el concierto estaba llegando a su fin, fue el turno de desgañitarse con el estribillo de “Contigo”. Y de dejarse llevar por los aires mariachis de “Noches de Boda” a la que no se le despega ya “Y nos dieron las diez”. Ojalá que volvamos a vernos» reza su letra, pero esta vez dió la sensación que era más una fantasía que una posible realidad. 

Sin embargo, esto había que terminarlo con aire de fiesta, y nada mejor que “Pastillas para no soñar”. Pero a un servidor le supo a despedida agridulce, quizás porque volví a añorar los coros de Panchito o quizás porque estos pintan a ser los últimos versos que le escribo. Si que eché de menos algún otro detalle que desencorsetara la rigidez de esta gira, como algún invitado o algún tema de (o con) Serrat en esta que es su casa y que no hubiera supuesto un gran riesgo para la continuidad del show. Pero estaba claro que había que minimizar tanto los riesgos físicos como los profesionales para que llegara todo a buen puerto con el piloto automático puesto.

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Mientras tanto “La canción de los buenos borrachos” iba sonando, la banda posaba en el centro del escenario para la foto final. Todo envuelto en la normalidad de un momento como ese, pero con la sensación de haber asistido a un digno canto de cisne a lo que directos se refiere. Pero como la vida sigue, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido, seguro que de su inagotable y prolífica fuente de creación seguirán manando versos sabineros. No obstante, el rapsoda que se ha dedicado a cantar nuestras vidas a través de sus historias parece que está pensando en colgar el bombín y las alas de los escenarios. Y por mucho que nos duela, quizás si ha llegado el momento para que al punto final de los finales, no le sigan dos puntos suspensivos. 

Fotos: Desi Estévez

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