La séptima visita de los angelinos a Barcelona se saldó con una noche intensa y sudorosa, bañada en litros de actitud Punk Rock. The Hangmen han encontrado su Dorado, o más bien su Cactusville, un lugar justo al este del oeste, a medio camino entre el sleazy de L.A. y los sonidos campestres de Missoula, el pueblo natal de Bryan Small.
Un forajido curtido en batallas con discográficas y con sus propias adicciones a lo largo de casi cuarenta años que ha terminado por encontrar su genuina fórmula magistral. Una voz rasposa, uniforme, punzante y unas composiciones que combinan estilo irreverente e inspiración. Imprescindible el slide de Jimmy James y su menos es más que proporcionan a The Hangmen un carácter único, Jimmy apuntilla con su comedida guitarra al servicio de las canciones y es siempre garantía de buen gusto. Angelique Congleton al bajo y Jorge E. Disguster a la batería conforman una base rítmica que suena compacta, sin alardes pero contundente, sin fisuras.
En palabras del propio Small, si tienes un batería de mierda, tienes una banda de mierda, algo que desde luego no se aplica aquí como pudimos comprobar en su directo. La sobriedad de la puesta en escena es otro de los sellos de identidad del grupo, Small está atado a su #Telecaster sin que esto le pueda restar a nadie, con su cautivador carisma se basta.
Comunicativo y nostálgico rememoró sus noches locas en el 87 junto a un joven Eddie Spaghetti en “Cactusville”, véase Tucson, AZ. Recordó también a Johnny Cash en “Man In Black’s Hand” y definió el Country a su antojo en “Bent”. Agradecido, reafirmó su complicidad con Barcelona, una fiel audiencia según nos recalcó, que no le ha fallado en los últimos veinte años.
El repertorio escogido para la gira parece que no admite sorpresas, quizás la sacudida de “Homesick Blues” te pilla con la guardia baja, pero el resto del setlist no contempla discusión, sus ya clásicos “Rotten Sunday”, “Downtown”, “Coal Mine”, “Walking In The Woods”, “My Way” o la inicial “Last Drive” se mezclan con temas más recientes, caso de “Railroad Man”. De su reciente séptimo álbum “Stories To Tell” sonaron la disidente “Broken Heartland”, la melódica “Midnight Riders”, mi favorita del disco, “Last Time”, homenaje al desaparecido “Rontrose” Heathman y la stoniana “Bayou Moon”, con cowbell incluido. Se bajaron del apretado escenario del Sidecar con su sempiterna versión del “Russian Roulette” de los Lords of The New Church y tras unos minutos de tregua regresaron a las tablas para rematar la faena en pogo con “Big Red Rooster” y “Blood Red”.
Una actuación que contrasta con su anterior visita en tiempos pandémicos, marcada por las restricciones, pero que supuso un valiente acto de rebeldía tal y como mandan los cánones del Rock’n’Roll. Sin duda alguna aquella noche será recordada como el concierto que nos permitió volver a soñar con la música en directo sin condiciones y aunque el sueño se ha hecho por fin realidad, quizás se echa en falta algo de flexibilidad en su repertorio, o la presencia de algún tema más de su excelente último álbum, su versión de “Sinister Purpose” por ejemplo, original de la Creedence.
No puedo evitar recordar el fundido en negro final de la trepidante Green Room. The Hangmen se han ganado a un buen puñado de fieles haciendo las cosas a su manera y más vale no alterar lo que ya funciona a las mil maravillas, setenta memorables minutos de Sota, Caballo y Bryan Small.
No nos vamos sin mencionar a los encargados de abrir la noche, The Deathlines, banda de rock alternativo curtida en Barcelona con trabajo nuevo, «Interzone» editado el pasado abril, en el que reivindican ese sonido rock de los 90 pesado pero con letras, melodias y estribillos perfectamente cantables. El entremés ideal para celebrar una noche de rock auténtica.
Texto por Miguel Tovar. Fotos Desi Estévez.
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