Jeffrey Martin lanzó hace un par de semanas «Thank God We Left the Garden» en Fluff and Gravy Records, su primer lanzamiento en seis años. Todo un acontecimiento en la escena folk, ya que ha sido acogido por muchas publicaciones especializadas como uno de los discos del año. Este álbum fue grabado en un cobertizo que el mismo Jeffrey construyó después de dejar la enseñanza para dedicarse al 100% a la música. En principio iba a ser una maqueta, pero al final ha visto la luz. Los músicos del álbum son Jeffrey Martin a la guitarra acústica y voces; y Jon Neufeld a la guitarra eléctrica. Todas las canciones del álbum fueron escritas por Jeffrey; también la portada es suya. El trabajo de un solo hombre, ayudado en la producción por Jon Neufeld.
Escucha «Thank God We Left the Garden» de Jeffrey Martin aquí:
Una noche, cuando estaba en el instituto, Jeffrey pasó la noche en vela escuchando sin parar «That’s the Night that the Lights Went Out in Georgia» de Reba McEntire. Cuando se acabaron las pilas de su discman, se había convertido en compositor. Aunque pasaron los años hasta conseguirlo por completo. Estudió escritura en la universidad y se enamoró de la enseñanza. Mientras tanto, también tocaba de manera semiprofesional. Un fin de semana en el que voló a Los Ángeles mientras corregía exámenes en el vuelo, dió dos shows y regresó corrigiendo más exámenes, empezó a preguntarse si una vida así era sostenible. Sobre todo el lunes, cuando sonó el despertador a las cinco de la mañana.
Al final, su cerebro se dio cuenta de lo que su corazón sabía desde hacía meses. Con lágrimas en los ojos, anunció a sus alumnos que no regresaría el próximo año. No se sentía bien gritándoles que persiguieran sus sueños a toda costa si él no estaba haciendo lo mismo. Y se profesionalizó. Ha publicado mucha música desde 2009, pero está más orgulloso del material más reciente. Actualmente, vive en Portland, Oregón y graba para uno de nuestros sellos favoritos, Fluff and Gravy Records. Ha teloneado a gente como Gregory Alan Isakov, Courtney Marie Andrews, Jeffrey Foucault, o Amanda Shires, pero su momento de encabezar carteles parece que ya ha llegado.
«Thank God We Left the Garden suena como algo remoto, venido del pasado, de los tiempos del Greenwich Village. Martin, de 37 años y originario de San Antonio, no vivió aquello. De hecho, abandonó las aulas en 2016. Desde entonces, ha grabado tres álbumes: «Gold In The Water» (2009), «Dogs In The Daylight» (2014) y «One Go Around» (2017). Ninguno de ellos era una fiesta multi instrumental, pero este lo es menos aún. Todos mostraban destellos del potencial de Martin, pero nada comparado a esta colección de canciones que acaba de publicar.
Lo que hace esto aún más extraordinario es que están grabados en una pequeña choza. Con solo dos micrófonos, con la intención de ir después a un estudio a grabar en condiciones. Suena su voz y su guitarra, con pequeños licks de guitarra eléctrica de coproductor Jon Neufeld metidos aquí y allá para embellecer algún pasaje.
Para ser hijo de un pastor, el título de «Thank God We Left the Garden» es bastante significativo. Menos mal que Dios nos echó del paraíso y nos dejó pecar. ¿Qué mejor que tropezar una y otra vez para poder saborear nuestras pequeñas victorias? El jardín del edén es un lugar aburrido en el que no pasa nada. Fuera de él todo es más confuso y emocionante, aunque las cosas salgan mal con frecuencia. Este es la linea que marca el ambiente del disco, el hilo conceptual. Martin sugiere que nuestros errores son los que nos moldean, los que nos hacen ser como somos. “Como si el desastre que estoy haciendo / No fuera realmente una bendición”, canta. Unas líneas que definen a la perfección todo el álbum.
Un disco con mucha tela que cortar y en el que es imprescindible una escucha con las letras delante. Son una joya, la razón de que la prensa anglosajona lo haya celebrado como una obra maestra. Lo comparan con las obras clave de Van Morrison, Townes Van Zandt o Gene Clark. También con «Nebraska» de Springsteen. En una linea más contemporánea, podríamos pensar en Nathaniel Rateliff. ¿Exageraciones? El tiempo dirá, pero el disco es una maravilla.
Muy buenas canciones a escuchar con tranquilidad. Destaca, por ejemplo, «Red Station Wagon». Una canción que empieza evocando a la infancia y tiene un genial giro inesperado, cuando vemos que es un niño que lucha por salir del armario: “Y te sientes como un niño al que el Dios de todos olvidó nombrar”. “Paper Crown” es otra de las joyitas del álbum. Suena a clásico, quizás porque ya lo sea. Jeffrey nos recuerda que la vida debería ser un viaje tranquilo, no un sinvivir lleno de prisas. “Todas las respuestas de la era moderna son como saltar a la última página. Leí la historia y perdí la carrera”.
«There Is A Treasure» es muy John Prine y es un canto de esperanza en el género humano con muy buenas guitarras. «Sculptor» es otra maravilla lírica de nostalgia. «Echo de menos tu aliento en mi hombro» repite numerosas veces, mientras el narrador pierde la vida en un trabajo rutinario. Una tras otra se repiten canciones llenas de historias, unas veces más concretas y otras veces más abstractas, al estilo del viejo Dylan. Un disco que crece en cada escucha.