Larkin Poe regresó a la ciudad condal para presentar su último trabajo, el adictivo “Bloody Harmonies”. Y las hermanas Lovell volvieron a demostrar en Razzmatazz que tienen mucho que decir y aportar a la música. Lo hicieron en compañía de los canadienses The Sheepdogs para completar un pequeño viaje en el tiempo.
A estas alturas de la película, si alguien duda de la calidad de las hermanas Lovell es que, o bien vive en otro planeta, o sencillamente la música no va con él. Con seis discos a sus espaldas, Larkin Poe han conseguido hacerse un hueco dentro del mundo del rock y demostrar que lo suyo no es flor de un día. En poco más de un año han vuelto a girar por estas tierras y de verdad espero que se conviertan en unas visitas tan constantes como las de los Reyes Magos. Su excusa, la presentación de “Bloody Harmonies” un trabajo que se va metiendo bajo la piel con cada escucha. Y a tenor de la convocatoria, mucha gente lo ha sentido así ya que la sala Razzmatazz registraba una muy buena entrada desde la apertura de puertas.
Algo que hizo que cuando The Sheepdogs subieran al escenario ya hubiera ambiente en la sala. La salida de los canadienses fue casi un viaje inmediato en el tiempo a la década de los setenta. Tanto por estética como por puesta en escena, era imposible no evocar la imagen de los Allman Brothers. Está claro que el sonido de la banda tiene en The Sheepdogs un claro continuador. Las armonías y las guitarras dobladas nos llevan al mundo del rock sureño con temas como “How Late, How Long”, “Rock and Roll (Ain’t simple thing)” o “Nobody”. Con una ejecución perfecta, los canadienses aprovecharon su tiempo para dejar un buen sabor de boca, pero con la sensación que a sus canciones les falta un poco de barro en las botas.
Apenas pasaban unos minutos del horario previsto cuando sonaba por los altavoces de Razzmatazz “White Room” de Cream, el tema que usan las hermanas Lovell para salir a escena. Quizás como contrapunto a la oscuridad que su literato antepasado era capaz de evocar, la banda salió vestida de blanco. Incluso el cuervo que decoraba el bombo de la batería parecía albino. Tan orgullosas deben estar de su reciente disco que en el setlist llegaron a sonar hasta nueve de las once canciones que contiene. Y no seré precisamente yo el que se queje. Desde las iniciales “Strike Gold” y “Kick the Blues” el público ya había caído rendido al directo de Larkin Poe.
Su música tiene cierto poso añejo pero suena fresca. Está claro que añadir pequeños retazos de sus héroes musicales ayudan a que el público se enganche un poco más a la propuesta de Larkin Poe. Así pudimos escuchar “Jessica” de The Allman Brothers, tras “Summertime Sunset”. O “Georgia (on my mind)” como previa de su “Georgia Off My Mind” con la que relatan cómo salieron de su ciudad natal para abrirse al mundo. Un ejemplo claro de esa renovación del blues podría ser su versión de “Preachin’ Blues”. Pero es que temas como “She’s a Self Made Man” o “Bleach Blonde Bottle Blues” rezuman esa esencia en cada uno de los compases.
Tras “Blue Ridge Blues” llegó el momento estrella de la velada. Los cuatro músicos alrededor de un micro de pie para recoger el sonido, tal y como grababan los primeros héroes del folk. Con los instrumentos desenchufados consiguieron que Razzmatazz mantuviera un silencio sepulcral durante el set acústico. “Might as Well be me” y “Southern Comfort” con las voces a capella, recreando el momento en que se crean los temas, dejaron uno de los instantes más especiales de la noche. La versión de “Crocodile Rock” de Elton John le sirvió a la banda para volver al formato eléctrico.
Los tremendos guitarrazos de “Rumble” de Link Wray sirvieron como intro para “Holy Ghost Fire” antes de que el “Bad Spell” y su guitarra distorsionada nos evocara a Screamin’ Jay Hawkins. Cuando aún no nos habíamos recuperado de los incendiarios solos de las hermanas Lovell, “Wanted Woman – AC/DC” y “Bolt Cutters & The Family Name” pusieron el punto final previo al único bis del concierto. Una “Deep Stays Down” que no se hizo mucho de rogar y que viendo el entusiasmo del público supo a poco. La hora y media de concierto pasó como una exhalación, pero no hay duda que se disfrutó en toda la sala tanto en el escenario como en el público.
Larkin Poe supone un golpe de aire fresco a géneros tan clásicos como el blues o la música de raíces. El desparpajo con el que las hermanas Lovell se desenvuelve resulta contagioso y su calidad técnica está a unos niveles estratosféricos. El trabajo continuo de slide por parte de Megan es espectacular y las voces y guitarras de Rebecca llenan un escenario. Sin olvidar el excelente trabajo de la base rítmica de Brent Layman al bajo y Ben Satterlee en la batería. El mimo y el buen hacer que ofrecen en sus conciertos da la sensación de que nos va a dar muchas alegrías durante mucho tiempo.
Fotos: Desi Estévez