Greta Van Fleet deja sombras entre las luces

De los norteamericanos Greta Van Fleet se han dicho muchas cosas, buenas y malas, loanzas y críticas. Lo que está claro es que su aparición en 2012 no dejó a nadie indiferente y dejaba una situación de amor-odio que solo el tiempo puede llegar a solucionar.

La manera más sencilla de hacerlo es (y será) a través de su trabajo, ya sea en estudio o en directo. En estos últimos seis años, Greta Van Fleet han sido capaces de publicar cuatro trabajos y llevar su música por grandes escenarios del mundo casi de manera mágica. No estamos hablando de la historia típica de giras pateándose pequeñas salas antes de dar el salto a las grandes ligas. La espectaciva era tanta, que en su primera gira los recintos ya eran de mediana capacidad.

Ese ascenso al estrellato de manera tan fugaz podría ser el causante de los claroscuros del concierto. Pero no adelantemos. La cuestión es que Greta Van Fleet pasaron su Starcatcher Tour por Barcelona, en lo que ha sido su segunda gran gira mundial con parada aquí. Con el cartel de entradas agotadas se podía ver que las ganas de verlos de nuevo eran muchas. Han pasado cuatro años desde que en su primera visita emocionaran y convencieran a un público que veía en ellos la esperanza de esa gran banda que continúe con la tradición. Entre el público lo cierto es que daba gusto ver mucha generación junta, algo confirma que por mucho que digan el rock no está muerto. 

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Cuando Hannah Wicklund subía al escenario del Sant Jordi Club, este ya presentaba una muy buena entrada. Así que hubo mucha gente que descubrió, no solo su voz sino su fino trabajo con las seis cuerdas. Su apariencia angelical y casi hippy ejercía de tapadera para una potente voz y unos riff mucho más afilados de lo que se podía esperar. Presentó los temas que aparecerán en “The Prize”, su primer disco que verá la luz en 2024 y que habrá que tener en consideración. Si John Mayer está entre tus discos, Hannah Wicklund puede ser un perfecto complemento. Sin duda, de lo mejor de la velada.

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Black Honey fueron la segunda banda en salir a escena. Con una propuesta indie con retazos de un pop-punk aguado, los británicos descargaron rabia y riffs durante sus cuarenta minutos. Ofrecieron un show correcto repasando sus tres discos de estudio y temas como “Heavy”, “Lemonade” o “I Like The Way You Die”. Aún así no tuvieron el mismo impacto que su predecesora que hizo entretenida la espera hasta que llegaran Greta Van Fleet

Una gran lona con el logo de la presente gira ocultaba el escenario mientras los operarios preparaban el terreno. De fondo un gran medley en versión orquestal de los temas de la banda. Si, estos chicos han venido a hacer las cosas a la vieja usanza. La intro le confiere un toque épico al concierto. Aunque quizás diez minutos fueron demasiado, dejaron claro que la filosofía de “menos es más” no entra en sus planes. Cuando por fin cayó el telón, tras la batería aparecieron los cuatro miembros uniformados con una estética que recordaba a los modelos de Freddie Mercury en los 70. Y con “The Falling Sky”, uno de los mejores cortes de “Starcatcher” empezaron el concierto tirando ya de pirotécnia y llamaradas. Desde el primer minuto  Greta Van Fleet estaba dispuesto a darlo todo. Una puesta en escena potente y un gran tema. La noche empezaba muy bien. 

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La defensa a ultranza de su último trabajo quedó muy clara haciendo sonar hasta ocho de los cortes. Tras el subidón inicial, “The Indigo Strike” y “Built The Nations” se encargaron de mantener un buen ritmo hasta que llegó “Meeting The Master”. Comenzando de forma acústica, la canción crece hasta un final épico realmente interesante, pero totalmente desubicada en el repertorio. Resulta perfecta como último tema antes de los bises, pero ya fue el primer indicio de que hay fallas en la construcción de un concierto sólido.

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“Heat Above” supuso otro de los grandes momentos de la noche, pero cada tema respiraba una grandeza excesiva en algunas ocasiones. No negaré que “Broken Bells” es un buen tema, pero a estas alturas ya empezaba uno a preguntarse qué dejarían Greta Van Fleet para el final. Sobre todo cuando lo siguiente en sonar es “Highway Tune”, quizás uno de los temas más redondos de su discografía. Perfecto para terminar el concierto en todo su apogeo, lo colocaron en un punto intermedio, navegando entre aguas. 

Tras un prescindible y largo solo de batería, prepararon el escenario para su set acústico. Los primeros en salir, Josh y un Samuel Kiszka que fue intercalando sus funciones de bajista con los teclados durante todo el concierto. En esta ocasión, a piano y voz, como hizo Elvis en sus shows finales, interpretaron “Unchained Melody”. Que la voz de Josh puede no gustar, lo entiendo, aunque no deja de ser su rasgo característico. Pero para mí, este fue el punto en que el concierto comenzó su declive. Una versión anodina y sin gracia de un tema que fue ejecutado por Josh en el sentido más literal de la palabra. Resultó más interesante el resto de la parte acústica. Con Daniel Wagner cambiando la batería por la mandolina, “Waited All Your Life” y una sorprendente “Black Smoke Rising” completaron el tramo más calmado del show. 

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La vuelta a la electricidad vino con un nuevo cambio de vestuario de Josh. Y también del tramo más aburrido que recuerdo en años en un concierto. “Fate Of The Faithful”, “Sacred The Thread” y “The Archer” son buenos temas sin más. Pero si además las alargas con prescindibles solos de guitarra y tramos instrumentales, te ataca la sensación de que hay muchas cosas mejorables. El problema llega cuando ese es el último antes de los bises y la esperanza de que el concierto se dispare se desvanece.

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La interpretación de Samuel de “Raphsody in Blue” de Gershwin fue lo mejor de los bises y solo por destacar algo. Lo siento pero la elección de “Light My Love” y “Farewell For Now” como fin de show no da ni para discusión de barra de bar. Y más teniendo canciones tremendas perdidas en el baúl de los olvidos de Greta Van Fleet.

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Entiendo que, desde el principio, la expectación que este cuarteto ha provocado en la familia rockera venía provocado por el fenómeno de “Los nuevos…”. Y la innegable influencia en sus composiciones de Led Zeppelin los puso de manera meteórica en esa liga. Cortes grandilocuentes de carácter épico, canciones acústicas como de otra era… Todo ello acompañado de la particular voz de Josh Kiszka que se mantuvo a un altísimo nivel en todo el concierto.

Que Greta Van Fleet son excelentes músicos y que están capacitados para hacer grandes cosas está claro. Pero la sensación es que necesitan dar un paso adelante y cambiar ciertos clichés. Todo está tan medido que incluso el reparto de rosas blancas y los gestos con el público parecen forzados y poco naturales. No necesitan mucho para convertir sus conciertos en algo inolvidable pero, en esta ocasión, la experiencia se quedó como una más dentro de los buenos conciertos del año.

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