Con la primera luna llena de primavera en las calles de pueblos y ciudades se preparan los cofrades para una orgía de clarines y manolas, hisopos y palmas, vírgenes dolorosas y crucificados.
En la religión pagana del Fillmore Huertano el rito es también primaveral, de otra manera, y después del invierno eldense que recluye a los devotos en sus guaridas, el advenimiento del sol en Piscis los despierta y los lleva a la huerta, al templo a cielo abierto, donde la voz de los profetas se encuentra con los compases del blues y la electricidad del rock and roll.
Empezó el año con cinco apóstoles venidos de los llanos de Murcia, evangélico mensaje portador de salmos que el viento esparce en las vastas tierras entre Louisana y Chicago, Illinois. Pablo Orenes, alto como un predicador, rozando con la cabeza el cielo alfombrado de cañas, armónica en mano, nos llevaba de Jimmy Reed a Lightnin’ Slim, o recreaba a Dr. Feelgood en la barbacoa de Dean Martin. Encendía así el fuego que Roberto Lavella y Juan Alarcón, guitarras reveladas a ambos lados del gran río, convertían en hogueras donde queríamos arder.
El horizonte de palmeras se borraba y la música lo ocupaba todo, y con ella el baile, la cadencia que nacía de algún lugar secreto y que atrapaban Raúl García en los parches y Jesús Gea en sus cuatro cuerdas, el ritmo que brota de la tierra en el condado en el que los babuinos sueñan con el blues. Háblale a tu hija de mí, cantaba Orenes, y ya podía pedir lo que quisiera, estábamos dispuestos a todo. La primavera había comenzado en el Fillmore, una vez más.
Video: Jorge Navarro y Julio Navarro Oncina (cámara). Fotografías: José Montero (DUO Fotografía).