Ya han pasado unas semanas del paso por Madrid de Israel Nash Gripka. Su bolo era uno de esos que nos pedía reposo e introspección más allá de vomitar una crónica o reseña inmediata. Siempre hemos acudido a la parroquia cada vez que el de Misuri nos ha visitado. Y es que este hijo de pastor baptista que creció escuchando góspel impregna sus shows de un ambiente místico que trata de conectar con el alma de los presentes trascendiendo lo físico. Israel mezcla sus melodías, además, con un crudo olor a campo americano impregnado del aire de las míticas montañas Ozark que lo vieron crecer. El resultado va más allá de otro concierto de música americana porque nos hace meditar y sentir. Nash no es ya una promesa, es un tipo consolidado que hace la música que le gusta y transmite en cada concierto una sensación de vida que, evidente e innegablemente, nos recuerda al viejo Neil (Young), por la calidad, por la pose, por el instrumento, por las ganas y por la honestidad de sus trayazos.
Por todo lo anterior hemos querido hacer algo más especial y personal con esta crónica. Le hemos pedido a uno de nuestros colaboradores, especialista en musica americana y con una sensibilidad especial fruto de la experiencia y del gusto musical desde temprana edad, Israel Pastor, que nos elaborara la sentida descripción que le produjo la visita de su tocayo. Algo que lo hace todavía más especial porque la conexión va más allá de la música.
Hay palabras que no tienen traducción. Por ejemplo, el inglés carece de término para “tocayo”. Israel Nash, mi tocayo de Misuri, toco por primera vez en Madrid en octubre de 2013. En aquella ocasión pudimos charlar con él a la salida de La Boîte donde comentamos nuestra homonimia. Aquí la crónica de ese concierto: https://www.dirtyrock.info/2013/10/israel-nash-gripka-sensibilidad-cautivadora-sala-boite-madrid-17-10-2013/
Además, hay manifestaciones culturales que tampoco tienen traducción en otras sociedades. Las canciones de aquel disco “Rain Plans” tampoco tienen una correlación no solo en las tendencias musicales actuales, que las han arrumbado en un rincón cegado por histeria del pop y el tecnolatino de YouTube. Qué aparente irrelevancia en el mainstream les queda a temas largos con solos distorsionados y letras que apelan a la universalidad de ciertos sentimientos o de la dificultad de la vida. “La música puede ser el espacio en el que la gente piensa”, afirma en su sitio web oficial de este licenciado en Ciencias Políticas. Aquí no caben perreos o cadenotes metálicos de cultura narco. Aquí cabe la paz de un bosque de Misuri con una guitarra acústica y las historias que te contaba tu madre sobre veteranos de la guerra del Vietnam. Eso es lo que nos confesó el artista esta noche. Un planteamiento, qué queréis que os diga, que tampoco tiene traducción al español.
Además, pude decirle que ya entonces no se hacía música como la de antes. Y que aquella noche madrileña verdaderamente supuso un viaje en el tiempo hacia una época de sonidos psicodélicos, atmosferas lisérgicas y solos eternos en los que las Gretsch dialogaban sin prisa. Un verdadero edén para algunos nostálgicos como nosotros de Pink Floyd o Neil Young.
Pero más de 10 años después, pudimos presenciar en la sala un cambio del guion. Para empezar, «Ozarker», el sobresaliente disco que presentaba Israel. Ya se veía claro que este trabajo lo componen temas de no más de 4 minutos, con solos contenidos. Y la puesta en escena en Copérnico así lo confirmó. Del repertorio apenas había concesiones a la carrera anterior (olvidado el estilo de cuando se apellidaba Gripka en 2009). Pero, sobre todo, han desaparecido los solos eternos, excluyendo la versión de «Rain Plans» con la que cerró el bolo. Ha acortados los temas, se refieren a sentimientos más universales y habla constantemente al público tratando de evocar esas sensaciones que hoy llamaríamos hippies. Entre canciones una historia de la cadena montañosa de los Ozarks donde creció. Hoy a muchos seriéfilos nos suena por la estupenda serie protagonizada por Jason Bateman y Laura Linney. Los brazos extendidos hacia la luz azul, quizás emulando al “cosmic Eagle” que surca sus tatuajes y el anagrama del fondo del escenario desde la portada de su disco. Destaca el planteamiento de hacer sonar suavemente de fondo a la banda mientras Israel hablaba. Creaban atmósferas parecidas a una liturgia. No en vano, Nash se crió entre iglesias de pueblo misuriano. Debe de ser lo que llaman la “religión civil” estadounidense.
¿Y al otro lado, en la cuarta pared? Pues ahí estábamos en su mayoría hombres de más de 40, llenando la sala y con escasa conexión con este planteamiento. Más preocupados de inmortalizar tontamente estos momentos con el móvil (de eso ya nos ocupamos los pequeños cronistas que como en Fahrenheit 451 escondemos los libros del fuego del olvido y la culpa). O el propio Israel que tiene más de 5000 suscriptores a su newsletter de “pensamientos” desde “el águila cósmica” https://israelnash.substack.com/p/welcome-to-the-cosmic-eagle-14e
Hay que destacar el magnífico trabajo de una banda perfectamente engrasada. El batería sostenía el ritmo con potencia. El teclista y pedal Steel llenaba la sala con ecos de los 70. El bajista en un segundo plano, pero con eficacia. y el guitarrista solista era el que más nos permitió conectar con aquellas sensaciones del concierto de 2013. Por último, Israel no cambió ni una vez de guitarra, siempre con esa mítica White Falcon blanca que automáticamente trae a nuestra memoria al viejo Neil Young, marcando la rítmica y las progresiones de acordes clásico de la americana, sol, do, re, mi menor. Esta banda, una vez que se lanza, ¡¡“can’t stop”!!
Texto: Israel Pastor y Javier Naranjo
Fotos y vídeo: Decio Gomes y Javier Naranjo