A veces los titulares surgen de manera misteriosa y cuesta encontrar una explicación a lo que uno escribe. Ese fue el caso de esta crónica dedicada al recital que India Martínez ofreció el pasado 12 de julio en el Pueblo Español de Barcelona en el marco del Festival Alma. Pero desvelemos parte del enigma. Un servidor se refiere a las dos almas que habitan la propuesta de la cantante cordobesa y que caminan en armonía sin enfrentarse entre ellas: ese Pop comercial y elegante que le ha proporcionado un merecido éxito y el flamenco que toda andaluza lleva en la sangre. A su vera, un público que llenó el lugar con esas sonrisas que presagiaban una faena digna de salir por la puerta grande. Cabe mencionar que el festival llevó a cabo una labor social al colaborar con Acerca Cultura, una entidad que proporcionó entradas a precios más asequibles a personas con discapacidad o en riesgo de exclusión social.
Con una banda de acompañamiento sobresaliente —dos guitarras, un teclado, bajo, batería y percusión—, que además ofreció breves temas instrumentales mientras la cantante se cambiaba de vestuario, nada podía fallar. A una puesta en escena digna de cualquier estrella de Rock, se añadió una gran pantalla donde se proyectaban los videoclips correspondientes a los temas que India interpretaba. Y ella salió como un huracán dispuesta a arrastrar tras de sí no sólo a sus seguidores, sino también a aquellos que habían venido a acompañarles y a los que se dirigió con simpatía: “¡Qué levanten las manos los que han venido a acompañar a alguien!”. Pocas manos se vieron: allí estaban los suyos.
Junto a esa simpatía que mostró en todo momento, la vocalista puso los “5 sentíos” en cada canción, reinando en el escenario con total desparpajo. Sabedora de que su último álbum “Nuestro mundo” (2022) puede mirar cara a cara al resto de su discografía, se acercó con este corte a los ritmos latinos de manera natural, sin que nada sonara forzado. Lo mismo ocurrió con “Borrachita perdía”, una novedad con toques de ranchera que encandiló al personal al soltar una de esas verdades forjadas a sangre y fuego en la cultura popular: “y es que los borrachos no mienten”. Ya metidos en harina, incluso hizo bellas las mentiras cantadas en un adulterio descrito de manera tan hermosa como desgarrada en “Si ella supiera”, que puso a los presentes a sus pies.
Pasados veinte años desde su debut, pudo presumir de clásicos que se esperaban como agua de mayo, como “Loco”, “Corazón hambriento” y esos “90 minutos” —curiosamente el tiempo que duró la actuación— que cantó junto a una muchacha de un público que no dejaba de corear estrofa tras estrofa.
En cada nota que escuchamos latía la lucha de aquella niña que vivió en el humilde barrio de Las Palmeras, de esa Córdoba alejada de La Alhambra y cercana al fracaso escolar, pero donde ella jamás dio su brazo a torcer. Y dedicado a las calles que la vieron crecer en 2019 grabó “Palmeras”, trabajo del que rescató “La gitana”, uno de los momentos más hermosos de la noche porque no sólo la interpretó con clase, sino también con algo más. En esas se desveló el enigma que se esconde tras estas palabras, eso que se llama duende, que se posee o no se posee, pero que se canta, se vive, se nota y se siente aunque no se pueda coger con las manos, porque es como la inspiración, una preciosa magia invisible. Ella lo tiene, cosa de brujería, secreta fórmula de alquimista, sobre todo cuando cantó “La saeta”, aquel poema de Antonio Machado que hizo célebre Joan Manuel Serrat. Pantalla con figuras de negro y rojo. Rosas. Raíces. Y una artista, India Martínez.
Fotos Ramón Hortoneda.