Suena el piano y ya sabes que estás en el lugar en el que quieres estar, la playa que soñaste y no tiene nombre, a la que solo llegas si sigues la voz de Fernando Rubio como un encantamiento. El sonido tintineante de la guitarra puntúa los espacios y no puedes hacer nada, solo disfrutar de melodías perfectas y la verdad en cada verso.
Las canciones que abren el disco tratan con horizontes tormentosos y escenarios en los que la pérdida del amor es una posibilidad, heridas del alma y quebrantos de salud, y no es cierto que no exista la cura: una vez más está en las canciones y en ese perezoso domingo de junio en el que las cuerdas gimen. Escucha “Lazy Sunday”, sumérgete. Cuando salgas estarás en Jamaica y tendrás sal en los labios y reggae en las caderas.
En Fernando Rubio se derraman los dones cada vez que entra en el estudio y pone música a la vida. No tiene un camino que le obligue y se mueve libre, entra en el lado soleado de las calles del pop y te dice que nada ha acabado hasta que no acaba. ¿Lo dudas? Escucha “It Ain’t Over”. La música no tiene límites, ensancha los pulmones, se desliza por las arenas ardientes de los ritmos caribeños y por el blues de los pantanos, donde la noche es calurosa y en algún momento lloverá. Es el momento de abrazar a alguien, una vez más, es el momento de “Rain At Last”.
Hay canciones que alientan en el corazón de un acorde que tiembla, y otras, como “12 String Poems”, que ascienden en la espiral sin fin de la psicodelia alucinada. Rubio disfruta y nos hace disfrutar, se deja caer sobre las gafas de sol del Dylan que recorría la autopista 61, rompe el aire con la cuchilla afilada de una guitarra. Tú sabes y él sabe, “You Know, I Know” es una declaración cargada de sonido caliente y salvífico, de teclados escurridizos y coros exultantes.
Todo cabe en un disco que no deja de ser suyo en ningún momento, porque lo guía esa voz suya que emociona, la cadencia de las olas en su playa, esa sí, la que tú soñaste, y la escritura sutil que te enseña lo que no debes olvidar, palabras dichas como al oído en canciones de búsqueda y redención, de renacimiento y esperanza. La vida sigue su curso ahí fuera, canta ya a punto de despedirse. Es “Love Me, Love Me” y una armónica nos abandona en un espacio melancólico en el que creemos ver alejándose hacia el horizonte la sombra alargada de Neil Young. Pero no es él. Las huellas en la arena son las de Fernando Rubio. Y tal como su disco anterior, “20th Century”, se cerraba con el sol poniéndose tras las colinas, este acaba con un jubiloso anuncio: el sol volverá a brillar.