Ale Gators, el porvenir de los primeros días

«Por sus versiones los conoceréis», decía más o menos un tal Mateo en su Evangelio. Sirva esta cavilación bíblica para valorar Early Days, el primer disco de Ale Gators tras más de una década puliendo su estilo sureño (vertiente pantanosa, como su nombre indica) sin perder un ápice de frescura.

Rockin’ Pneumonia and the Boogie Woogie Flu (Huey ‘Piano’ Smith, 1957) abre el flamante disco y da paso a Got to Get You Off my Mind (Solomon Burke, 1965, con ecos de Sam Cooke), Brickyard Blues (Allen Toussaint, 1973, canción que el compositor interpretó la noche de su muerte en Madrid), Feelin’ Alright (Traffic, 1968), Jambalaya (Hank Williams, 1952, título que da nombre artístico al extraordinario pianista Kike Jambalaya), Strange Things Happening Every Day (Sister Rosetta Tharpe, 1944, sin salir del territorio espiritual mientras inventaba el rock and roll), Hully Gully (The Olympics, 1959) y Ophelia (The Band, 1975).

«No hay más preguntas, señoría», podría decirse tras esta enumeración de clásicos longevos en zona de sombras. Pero sí hay más que decir. Por ejemplo, y siguiendo la estela de la fabulosa recreación de Ophelia, «¿Por qué coño desaparecen las mejores cosas?», canciones semiolvidadas en este caso. Para combatir esa evaporación de joyás perennes nace aquí y ahora, medio siglo después de la pieza más reciente entre las ocho versiones, Early Days. Y lo consiguen seis músicos que parecen un antónimo de las galletas Oreo: blancos por fuera y negros por dentro. Chúpate esa.

Tiran de esa carreta rumbo a Louisiana Jorge Rus (voz), Alberto Beneitez y Víctor Abad (guitarras), Miguel Hernández (bajo), Yoyo Bei (batería) y Álvaro Baños (teclas). Ninguno volverá a cumplir veinte años y atesoran trayectorias que han dejado huella en las salas madrileñas: Travis Birds, Groovin’ Flamingos, Station Road, Ballad of Sam (recién reaparecidos hace unos meses), Blue Velvet o Club del Río, aparte de organizar homenajes escandalosamente bellos a Levon Helm o al citado Toussaint.
Sus cualidades sonoras invaden los pabellones auditivos al escuchar el disco: ritmos de alta precisión, guitarras con sensualidad genética, látigos del teclado y voces que exprimen cada tema hasta que aflora todo su sentido primigenio.

Este disco es el primer fruto milagroso de un estudio de grabación recién erigido en un pueblo burgalés, una especie de Big Pink autóctono que promete llenar de música y vida a la meseta vaciada.
También se puede saber más sobre el contenido del álbum gracias a la portada, obra de uno de los guitarristas, Alberto Beneitez. Esta cubierta trae a la mente la serie televisiva Treme, de David Simon, donde grandes músicos de Nueva Orleans entrelazaban sus vidas y sueños tras el huracán Katrina. Esos mismos vendavales y aguas vuelven a agitar los cuerpos hasta envenenarlos con la belleza purificadora de estas músicas eternas del sur. A bailarlas!

Fotos Miguel López.

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