Robe, un superviviente sin nada que perder

Robe abrió la caja donde guarda los versos para compartirlos durante tres horas con las 24000 almas que se encontraron en el Parc Del Fórum.

“Vosotros podéis hacer lo que queráis, ya sabéis, estáis en un país libre. Eso sí, que no os vean.” Así daba paso Robe Iniesta a los 22 minutos de descanso entre cada uno de los actos de los que se componen los conciertos de la gira “Ni Santos, Ni Inocentes”. De momento estaba claro que todos queríamos disfrutar de los versos del músico extremeño. Y para eso no hacía falta esconderse. Todo lo contrario. Era el momento de gritar a los cuatro vientos cada una de las palabras que componen sus canciones. El mismo aire que se lleva a Robe y a los suyos, es el que sirve de canal de transmisión de las emociones reflejadas a flor de piel por lo que sucede en el escenario durante casi tres horas.

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Se hizo de rogar el inicio del concierto. Pero qué son quince minutos frente a la inmensidad del océano del tiempo. En cuanto la primera ola llegó a la orilla del público todos quedamos impregnados de la sal de sus versos. Sobre el escenario la figura de Robe alumbrada por un foco daba comienzo a “Destrozares” al que poco a poco se le iban sumando el resto de músicos. A partir de aquí, el tic tac que hacía un instante parecía parado, aceleró su ritmo hasta llevarnos al galope hasta “Ama, ama, ama y ensancha el alma”.

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Está claro que el material que nos brinda “Se nos lleva el aire” es de una calidad incontestable. Y Robe lo sabe. Por eso en esta gira suenan nueve de los diez temas que lo componen. La primera muestra vino de la mano de la alegre tristeza que emana “Adiós, cielo azul, llegó la tormenta”. Únicamente con estos dos temas ya quedó patente lo enorme que es la banda con la que cuenta Robe. Cada uno de los matices que aportan los violines de Carlos Pérez y los vientos de David Lerman a los pasajes sonoros hacen que aún crezcan más las canciones. Y si no, solo hace falta escuchar cómo dialogan y bailan ese vals que es “Guerrero”.

Nunca fue Robe amante del azúcar y el edulcorante en las canciones. Siempre ha sido más de cantarle al amor (o al desamor) desde las vísceras y los instintos más básicos sin resultar ofensivo ni soez. Y eso es algo que tiene mucho mérito. Cada uno de los “Puntos suspensivos” quedan marcados a fuego conforme avanza la canción hasta llegar “.. Y rozar contigo”. Las segundas voces que aporta Lorenzo Gonzalez resultan emocionalmente demoledoras cada vez que hacen acto de aparición. Dedicó “Nana cruel” a «todos los menores que viven en zonas en conflicto, especialmente a quienes viven en Gaza».

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El primer momento de gloria para los guardianes de la vieja guardia llegó de la mano de “Segundo Movimiento: Lo de Fuera”, “Coda Flamenca (Otra realidad)” y “Dulce introducción al caos”. Escogidas con todo el sentido del mundo de entre todo el catálogo de Extremoduro. Habiendo decenas de canciones más conocidas, estas pertenecen a “La ley innata”, un trabajo que podría entenderse como la semilla de la que ha brotado la carrera en solitario de Robe. Entre medio de ellas, “Interludio” de “Mayéutica” encajó como un guante.

La diversidad lingüística y cómo se vive en España le sirvió a Robe como excusa para declarar su amor tardío al catalán gracias a Albert Pla, del que cantó “La sequía”, porque “En catalán todo sabe rico”. La ruleta de la fortuna hizo que fuera “Golfa”  con la que el público se vino aún más arriba y corease la canción como si le fuera la vida en ello. Pero “Se nos lleva el aire” recuperaba el protagonismo y con “El hombre pájaro” y una potente “El poder del arte” se daba por finalizada la primera parte del concierto. Un descanso necesario para los músicos pero no para el infatigable público que venía con ganas de pasar la noche entera escuchando sus canciones. 

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Con una electrificada revisión a la obra de Mussorgsky, que sirvió como excusa para el lucimiento de los músicos, volvieron los siete músicos sobre el escenario. Hubiera sido un buen momento para presentar a la banda tan brutal que tiene y eliminar ese pequeño pero de la crónica.  Daba inicio así la segunda parte del show recogiendo la intensidad previa al descanso. Suficiente para que hiciera temblar el suelo de nuevo, a pesar incluso de las pausas entre temas que restó algo de fluidez al concierto. 

Eso sí, quedó claro que esta segunda parte iba a ser un caballo desbocado al que es casi imposible detener. Casi tanto como los coros que Lorenzo González aportaba en “Inteligible” o los poderosos solos de guitarra con los que Woody Amores se fue luciendo a lo largo de las casi tres horas de show. Incluso Alvaro Barroso abandonó la estática posición de teclista para colgarse un keytar y pasar a la primera línea de batalla. El recuerdo de “Agila” llegó con “Prometeo” para añadir más leña al fuego a un público listo para “bailar como una puta loca” con esa declaración de intenciones con tintes biográficos que parece “Mierda de filosofía”. No fue el último paso por “Mayéutica”. Aún nos hizo gozar con ese tour de force que supone “Un instante de luz” donde violines y guitarras se batieron en duelos infinitos. 

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Con el mito de Ulises como referente, si alguno juró no perder la cabeza al igual que Robe, tampoco lo cumplió mientras iban “Viajando Por el interior”. “Esto no está pasando” hizo las veces de última canción antes de los bises, solo que no hubo ni tregua ni descanso. La fiesta continuaba con un himno como “Salir” y el público empezaba a desear que el rollo de siempre fuera eterno. No se si el Robe de los primeros Extremoduro era conocedor del poder de su obra, pero el actual es muy consciente de ello. Tanto como para colocar el single en una posición tan potente como el final del concierto, lugar que suele ser exclusivo para los viejos himnos. Pero es que “Nada que perder” es una canción tan redonda en todos los aspectos que más de uno vendería su alma al diablo por conseguir algo que se le acerque. 

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Pero todo en esta vida se acaba, y fue “Ama, ama, ama y ensancha el alma” la que terminó de rematarnos. Alargada hasta el infinito, le sirvió a Robe para pasear de punta a punta del escenario y agradecer desde el corazón que su viento nos hubiera traído hasta aquí. Un agradecimiento mutuo que confirmó la comunión entre público y un artista que ha calado sin hacer más ruido que el musical en muchas generaciones.

Robe ha sido capaz de evolucionar su música hasta construir piezas de orfebrería sin dejar de ser reconocible. Sigue escribiendo cada uno de los versos que nos debe desde las pulsiones, en una fina frontera entre las vísceras y el corazón. Y por eso quizás lleguen tan adentro y se marquen a fuego. Con “Nos lleva el aire” tan reciente, solo nos queda disfrutar de los surcos de las nuevas canciones y buscarle sitio a los nuevos versos para tatuarlos. Eso sí dejando sitio para los que tengan que venir en el futuro, que seguro que los habrá. 

Fotos: Desi Estévez

 

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