Blues Explosion. Veinte Conversaciones Ilustradas desentrañan los misterios del blues

Veinte conversaciones ilustradas desentrañan los misterios del blues.

El periodista y escritor David Moreu publica estos días Blues Explosion, libro que recoge dos decenas de entrevistas en profundidad con grandes figuras del género musical que apareció misteriosamente en el Delta del Mississippi a comienzos del siglo pasado. Varias ilustraciones de Jordi Vilella acompañan cada conversación. Son imágenes que refuerzan la sensación de pasado analógico tan propia del blues y evocan las primeras tomas de las grabaciones de antaño.

La obra Blues Explosion (Editorial Confluencias) traslada al lector hacia los orígenes de una música que ha impregnado la cultura contemporánea durante décadas, abarcando desde su relación con el movimiento por los derechos civiles o el auge en la época psicodélica hasta su impronta más reciente en el movimiento “Black Lives Matter”. En las 280 páginas cuidadosamente editadas convergen palabras, canciones, imágenes e historias personales que narran protagonistas de talla histórica. Como explica el periodista David Moreu, “una de las cosas que tuve claro desde el principio es que las conversaciones no podían ir acompañadas de fotografías de archivo, sino que debíamos recurrir a ilustraciones que dotaran de personalidad propia al libro y, al mismo tiempo, reflejaran los sentimientos (a veces contradictorios) de la tradición oral que se desplegaba ante nosotros”.

Si mis cuentas son correctas, Blues Explosion es tu cuarto libro…

David Moreu: Sí, el cuarto publicado desde 2014. El primero fue el From a Whisper to a Scream, que era una historia oral de la música soul; el segundo fue Un Aplauso para el Astronauta, de conversaciones sobre surf, arte y rock and roll; el tercero se titula Friday Foster, con la recuperación de las tiras de prensa de Jordi Longarón. Y el cuarto es este Blues Explosion, Conversaciones Ilustradas sobre la Música del diablo que sale ahora.

Son cuatro proyectos bastante dispersos. ¿No hay nada en común o subyace una rama lo une todo?

Hay una rama que lo une todo. Más allá de la música, todos tienen algo musical en mayor o menor medida. Y lo une como un hilo transversal, algo de lo que no me he dado cuenta hasta tiempo después de haberlos trabajado: es la idea de contracultura entendida en cada una de las disciplinas, ya sea la música soul o el surf,  el arte y el rock and roll del segundo. Las ilustraciones de Friday Foster están muy vinculadas con el Black Power, en un momento en que la segregación racial en Estados Unidos era muy potente. Y el blues de este cuarto libro indaga en el componente contracultural de estas cuatro materias. Se trata de ver cómo se retroalimentó esta contracultura con la cultura mayoritaria y cómo se acabó filtrando o centrifugando esta cosa que venía del underground. Yo siempre he entendido la contracultura como motor de la sociedad. A veces tiene que venir este empuje o algo que mueve las cosas desde lo minoritario, desde lo subcultural en este caso, para acabar incidiendo de alguna manera en lo masivo y que luego lo cambie, lo adapte, lo corrompa un poco, pero acabe quedando un poso transgresor.

En tus libros demuestras capacidad de entrelazamiento con otras disciplinas. No aíslas la música, sino que la enmarcas dentro de un concepto cultural más amplio que incluye la ilustración o plantea cierto compromiso político. ¿Interesa a la cultura oficial desligar y compartimentar cada una de las facetas de un movimiento?

Supongo, y siempre lo digo, que si supiera tocar un instrumento, la guitarra, la batería o el bajo, tendría una banda del blues o de rock y no me dedicaría a escribir sobre estas cosas, pero como no sé tocar ningún instrumento mi manera de contribuir a la escena cultural o contracultural, como quieras decir, escribo sobre ello como periodista. El hecho de tampoco tener una formación musical me hace abordar estos temas, y sobre todo la música, desde una vertiente más histórica o cultural. Por lo tanto, todas las oportunidades que se presentan para unir música con ilustración, música con fotografía, música con surf, música con derechos civiles o Black Power es mi manera de buscar estos vínculos que permitan desarrollar la historia más allá de la música en sí. En mis libros se puede hablar de canciones, puedo preguntar por qué la compusieron o cuál era el motivo de la canción, pero nunca acabamos hablando de notas o de ritmos o de por qué esa cadencia o por qué ese tempo o por qué esos acordes mayores o menores. Yo eso no lo controlo y prefiero contextualizarlo de otras maneras. Por ejemplo, en el libro Blues Explosion, uno de los entrevistados es Robert Crumb. Él habla de ilustración, de cómic o de contracultura desde su vertiente como uno de los iconos del cómic underground de todos los tiempos, que también fue amigo de Janis Joplin. Se mezcló o dibujó con la mayoría de bluesman de aquella época. Él mismo era un coleccionista devoto de discos de 78 revoluciones por minuto que cuando era joven compraba de puerta en puerta pagando un dólar en los barrios negros de su ciudad natal. Por tanto, es hablar de blues desde otra óptica y el propio personaje te lleva a adentrarte en otros terrenos. Creo que es más por deformación o por no conocimiento de la música por lo que me veo obligado o arrastrado a mezclarla con todos estos ámbitos y en el fondo lo acaba enriqueciendo de alguna manera.

Algunas entrevistas se hicieron hace muchos años…

La más antigua es la de B.B. King, que data del 2008, cuando estuve en su pueblo en Mississippi para la inauguración de su museo, que él presentó en Indianola Hubo un encuentro y pudimos entrevistarlo varios periodistas europeos. La entrevista con Chris Strachwitz, el fundador de Arhoolie Records, es de marzo del año pasado y él falleció en mayo. O sea, esa sí que fue la última pues hay casi 15 años desde la primera.

¿Cómo se ha planteado el entrelazamiento de las palabras y las ilustraciones?

A Jordi Vilella lo conocí por Instagram, porque cuelga sus ilustraciones ahí. Durante la pandemia yo colaboraba en una revista de arte que se llama Visual, que dejó de publicarse hace un par de años. Y lo lié para entrevistarlo y publicar una entrevista como publicista creativo, publicitario, aunque tiene una carrera en paralelo como ilustrador y apareció en esa revista. Me gustaban sus dibujos de música, de bluesman y ahí se establece un vínculo. Mantuvimos el contacto y me rondaba la idea del libro de blues, pero libros sobre el género hay muchos y tenía la idea de, por un lado, hacer un libro de blues ilustrado y por otro, tenía ganas de que el proyecto no fuera solamente yo encerrado en la batcueva escribiendo, sino que fuera colaborativo. No solo del editor, sino también del ilustrador, un proyecto conjunto y al mismo tiempo que retroalimentara las entrevistas, de forma que las entrevistas nuevas hechas a adrede para el libro ya las hiciéramos también pensando en cómo podrían ilustrarse… Es algo que yo echaba de menos en proyectos anteriores, cuando editaba las entrevistas y las mandaba. Teníamos claro que la primera ilustración tenía que ser el retrato que abriera cada conversación, pero luego él disponía de libertad absoluta para elegir alguno de los momentos o alguno de los personajes para las dos o tres ilustraciones internas que acompañan cada entrevista. En algunos casos es un paisaje, a veces rural, a veces urbano, una anécdota que se comenta, algún objeto, como una armónica o una guitarra… Él tuvo de libertad absoluta de empaparse de lo que se contaba y luego plasmarlo en imágenes. Pero, eso sí, él tenía claro que quería un estilo concreto, que era lápiz, rotulador, acuarela, y que tuviera una estética muy analógica. Él cree que esto va muy acorde con la música que retrata el blues:  primeras tomas, música cruda, música pasional…

El blues es analógico, pero… ¿puede ser también digital?

Puede ser digital. Creo que sí, pero cuando pueden permitírselo, que esa es otra, porque la grabación digital siempre es más fácil, más accesible, más económica. La puedes hacer en la mayoría de estudios, pero cuando pueden permitírselo o tienen un estatus en el que se lo permiten buscan ese registro analógico que los lleve a los pioneros. Por ejemplo, había un post de Instagram de un tipo que demostraba de manera casera cómo podía replicar una grabación de Robert Johnson a través de un teléfono fijo, grabado, empalmado a una grabadora analógica de cuatro pistas, y conseguía ese ruido red hot, con ese traqueteo de fondo. Pienso que están permitidos los errores en el blues y que la grabación puede no ser perfecta mientras sea pasional y transmita algo que es de los pocos géneros donde todavía se busca eso.

¿Hay una cofradía del blues limitada o es más grande de lo que parece? Da la sensación de que siempre ha sido un estilo muy minoritario.

Hay una parroquia de aficionados al blues que nunca ha desaparecido. De unos años a esta parte han surgido asociaciones de blues en España, en cada ciudad grande, incluso en ciudades de provincias. En Cerdanyola montan un festival muy grande, de los más grandes que se organizan. Y además de festivales, ciclos o conciertos, también dinamizan toda una parte vinculada a la cultura, ya sea con presentaciones de libros, charlas o conferencias que mantienen muy vivo este género. También se da un fenómeno curioso, y es que cada vez que viene un músico de blues, sobre todo americano, de gira por España, cuanto mayores son más planea la idea de ´puede que sea su última gira´ o “el músico de blues que influenció a Fulanito y a Menganito´. A nivel de convocatoria, parece que tiene atractivo. Al igual que en otros géneros como el jazz o el soul, la veteranía es un grado. Y juega a favor, a diferencia del rock o del pop, donde existe el concepto de vieja gloria. Pero un blues no es tanto una vieja gloria, sino una leyenda. Creo que la escena está viva, muy viva.

Por ejemplo, entrevisté a Bruce Iglauer, el presidente de Alligator Records, y le pregunté si sentía que lleva seguramente la última gran discográfica consagrada al blues y si están manteniendo una tradición. Y me dice: ´Si te dijera que estoy manteniendo viva una tradición, sería casi como decirte que está muriendo y la estoy reanimando al revés, yo creo que está muy viva y que aún hay artistas jóvenes influenciados por artistas veteranos que tienen mucho que decir de lo que está pasando hoy en día y, como están hablando de las cosas actuales, podemos hablar de una escena viva”. Me remitiré a esas palabras para esta respuesta.

Hay nombres gloriosos e históricos en estas 20 conversaciones. ¿Pero alguno que se te haya escapado y te haya dado especial rabia que no esté en Blues Explosion?

Me habría encantado contar entre los recientes a Black Keys, que, más allá de si gustan o no, en la parroquia de blues es un grupo que ha hecho mucho por popularizar de nuevo este género y revitalizarlo, quizá llegando a los Grammy y a los grandes escenarios. Me habría gustado mucho saber cómo lo han vivido y, sobre todo, las conexiones que han tenido. Sobre todo con músicos del estilo Hill Country Blues, porque dedicaron un disco de versiones, el Delta Kream, que me gustó muchísimo en su momento. Me hubiera encantado haber sabido su opinión y disponer de su testimonio. Y también me habrían encantado algunos clásicos, antes de que fallecieran.

De Memphis o de Nueva Orleans, siempre hay músicos que me habría gustado rescatar. Y también creo que queda una cuenta pendiente, aunque el libro no lo pretendía, y es haber hablado con más mujeres, como Marcia Ball, como Susan Tedeschi o más mujeres que hubieran podido también reivindicar la figura femenina, aunque en el libro tenemos a Shemekia Copeland y a Irma Thomas. También Bruce Iglauer habla mucho de Irma Thomas, que también creo que es una manera de reivindicarla.

Una galería de luminarias

Los artistas que explican su experiencia bluesera en el nuevo libro es para quitar el hipo a cualquier aficionado: B.B. King (1925 – 2015); Chris Strachwitz (1931–2023); Allen Toussaint (1938-2015);  Dr. John (1941 – 2019); Irma Thomas (1941); Elvin Bishop (1942); Taj Mahal (1942) Robert Crumb (1943); Gary Wong (1944); Charlie Musselwhite (1944); Terry Manning (1945); Fito de la Parra (1946) Bruce Iglauer (1947) Bob Margolin (1949); Sugar Blue (1949); Watermelon Slim (1949); Mike Kappus (1950);  Chuck Leavell (1952); Jon Spencer (1965), y Shemekia Copeland (1979).

Dos autores y un destino

David Moreu (Barcelona, 1982). Periodista especializado en cultura, música y viajes. Autor de los libros From a Whisper to a Scream (66 RPM Edicions) y Un aplauso para el astronauta (Sílex Ediciones). Coeditor de Friday Foster (Norma Editorial). Director del premiado documental Down To Earth, rodado en la ciudad de Memphis. Sus reportajes y entrevistas han aparecido en Esquire, National Geographic, Lonely Planet, Rolling Stone, Dapper, El Periódico de Cataluña y el suplemento Cultura/s de La Vanguardia. Colabora en los programas Sofá Sonoro (Cadena Ser) y Els Viatgers de la Gran Anaconda (Catalunya Ràdio).

Jordi Vilella (Barcelona, 1966). Creativo publicitario de profesión e ilustrador por devoción. Con una trayectoria de más de veinte años como director creativo en agencias de publicidad como OgilvyOne o Wunderman, ha obtenido distintos premios nacionales e internacionales. En la actualidad compagina su actividad como creativo independiente con la ilustración, faceta en la que, además del paisaje urbano y la cotidianidad, la música toma especial protagonismo como uno de sus temas favoritos.

Texto: Miguel López. Fotografías: Jordi Abad. Ilustraciones: Jordi Vilella.

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