De un tiempo a esta parte viene siendo habitual que algunas de las grandes estrellas de la americana no recalen en España durante sus periplos por Europa y Reino Unido. La última gira de Jason Isbell no fue una excepción. Tras analizar el itinerario decidimos hacer las maletas y viajar hasta la barroca ciudad de Amberes dispuestos a experimentar el efecto Isbell en directo.
Bajo una otoñal lluvia, la tarde noche invitaba al recogimiento. ¡Qué mejor lugar que dentro de la emblemática sala De Roma! Este antiguo cine – convertido en la actualidad en centro cultural y sala de conciertos – deslumbra por su estilo art déco. Buscamos acomodo en la primera balconada, contagiados por la calidez de la sala y dispuestos a no perder detalle de una velada programada en dos actos.
S.G. Goodman apareció en escena – como ella misma señaló con socarrona ironía – dispuesta a «cumplir su contrato como telonera y aburrir al público hasta morir».
La songwriter americana lejos de hacerlo desplegó una propuesta intimista que evocaba a su Kentucky natal con canciones crudas como River Rat Crawl.
Tras un breve receso aprovechado por la gran mayoría para rellenar sus vasos de cervezas –por si hubiese dudas, seguíamos en Bélgica – Isbell hizo acto de presencia acompañado por sus habituales y fieles escuderos: The 400 Unit. Arrancaron con Save the World. La voz de Isbell parecía un tanto enlatada si bien resultó un mero espejismo. La banda sonaba perfectamente ensamblada, creciendo a cada acorde para volar acto seguido con la épica y desgarradora King of Oklahoma. Los temas de Weathervanes se sucedían para acto seguido dar paso al Isbell más íntimo, al Isbell de Southeastern. La solitaria Traveling Alone o la crepuscular Stockholm nos transportaron a atmósferas cálidas gracias al teclado de Derry DeBorja, los certeros redobles de Chad Gamble a la batería y la voz celestial de Jason. La banda manejaba a la perfección los medios tiempos, sin alardes, sin renunciar a fuerza y ni a la emoción como en esa hipnótica When We Were Close que inevitablemente recuerda los inicios de Isbell junto a los Drive By-Truckers.
Isbell se empeñaba en mostrar su faceta más personal con la estremecedora Live Oak; rescatando joyas como Alabama Pines que se clavó en nuestros corazones con la ayuda de esa voz in crescendo y esos coros adictivos; o la cruda Elephant. Los temas de su reciente disco se alternaban con clásicos como Super 8 que transformó la sala De Roma en un baile de salón eléctrico o Overseas, único guiño de la noche a su álbum Reunions.
Unos certeros y celestiales acordes nos recordaron que era el turno de la emotiva If We Were Vampires que sonó un tanto distinta sin la voz y acompañamiento al violín de Amanda Shires. El concierto proseguía bajo melodías épicas como la sideral interpretación de 24 Frames que levantó grandes aplausos, aunque el momento estelar de la noche estaba por llegar. Bajo una tenue luz azul, con la sola compañía de su guitarra acústica, Isbell interpretó los primeros versos de una hermosísima Cover Me Up que ninguno de los presentes jamás olvidará. Los miembros de la banda se iban sumando poco a poco para aportar nuevas texturas. Nos invadió una profunda sensación de dolor, de pura emoción. La voz de Jason tornó electrificada con toda la sala en pie, y con la balada ascendiendo hasta el infinito con esos golpes de timbales secos de Gamble. Poco hubiese importado terminar el concierto así, con el corazón desgarrado, envuelto por una catarsis de emociones, pero tras un par de minutos de espera la banda al completo volvió a las tablas para regalarnos otras dos perlas: Cast Iron Skillet y una inolvidable interpretación de This Ain’t It donde The 400 Unit se desbocaron al más puro estilo de los Crazy Horse haciendo gala de una perfecta cadencia rítmica, con una magnífica Anna Butterss, siempre certera al bajo, testigo privilegiado del juego de guitarras entre Sadler Vaden y el propio Isbell.
El concierto llegó a su fin, era hora de caminar hacia la estación central. Fuera el frío nos golpeó sin misericordia, pero nuestro corazón latía sosegadamente, rebosante de fuego y pasión. Ya en el tren, de vuelta a Bruselas, los sentimientos se amontonaban sin cesar recordando todo lo vivido. Una verdadera catarsis emocional. Una lección de maestría por parte de un músico mayúsculo, tocado por una varita mágica y asentado hace años en la cúspide de la americana. Un músico de raíces dispuesto a seguir explorando nuevos territorios sin perder su seña de identidad con una capacidad como pocas para componer odas crepusculares que nos arrancan el alma. A medida que avanzábamos, nuestra sonrisa reflejada en la ventanilla nos recordó que la belleza radica en las emociones.
Texto Álex Fraile. Fotos Nisran Azouaghe y Álex Fraile.