Los canadienses The Sheepdogs celebraron sus veinte años de carretera llenando la sala La Nau con su manera de sentir el rock sureño más clásico.
Hace apenas un año, por estas mismas fechas, uno de esos fenómenos de la música que aparecen cada cierto tiempo aterrizó en Barcelona. Las hermanas Lovell dejaban en Razzmatazz uno de esos conciertos que apareció en bastantes listas de favoritos del año. Los teloneros de Larkin Poe fueron una formación canadiense por la que los ecos del rock sureño resonaban en cada compás. En esta ocasión The Sheepdogs se presentaron en La Nau como cabezas de cartel con ganas de ofrecer una ración completa de su música. Y atendiendo a cómo estaba la sala desde primera hora, había ganas de disfrutar hasta la última miga.
Un ligero malentendido con los horarios hizo que llegaramos cuando The Commoners ya estaban sobre el escenario defendiendo su segundo disco. “Restless” se erigió como columna vertebral de un show que se hizo corto. Los también canadienses navegan por las mismas aguas que The Black Crowes o The Answer, y con esas referencias es difícil caer en saco roto. El quinteto resulta una delicia en el que armonías vocales , teclados y guitarras suenan intensas sobre una sólida base rítmica. Canciones como “Who Are You” o “The Way I Am” fueron recibidas con espontáneo entusiasmo. Cuarenta minutos que dejaron con ganas de más y con el público candente para la llegada de The Sheepdogs.
El clásico “Soulful Strut” de Young-Holt Unlimited acompañó la entrada del combo canadiense. Y con el encendido del cartel luminoso sonaron los primeros acordes de “Find The Truth” con el que empezaron el concierto. Empalmaron con “Downtown” en la que empezaron a verse esas guitarras dobladas tan presentes en su música. Con un breve saludo al público les bastó para ganarse las simpatías de los presentes con ganas de pasarlo bien. Nada mejor para eso que un rock más tradicional como “Let Me In”, todo un contraste con “Bad Lieutenant”, más sentida y oscura. Además nos dejó un par de interesantes peleas entre las guitarras de Ewan Currie y Ricky Paquette, y entre este y los teclados de Shamus Currie.
No se puede negar que la sombra de los Allman Brothers es alargada, y que The Sheepdogs se sienten cómodos en su cobijo. Si“Southern Dreaming” y “How Let How Long”, tremendos desarrollos durante el tema, lo deja claro por si misma, hacer sonar el clásico “Jessica” para rematar “I’m Gonna Be Myself” acaba por mostrar sus cartas. Otros de los nombres que me vienen a la cabeza durante el show es el de Eagles cuando suena “Now Or Never” o “Darlin Baby”. El viaje sin paradas siguió a buen ritmo y sin que hubiera ningún bache y con la precisión técnica como valor en todo momento. “Take Me For A Ride” contó incluso con un pequeño guiño a “Money” de Pink Floyd. “Hell Together”, “Scarborough Street Fight”, “I Don’t Know”… Ese fue el camino hasta llegar a despedirse con “Nobody” en la que incluso Currie se colgó una guitarra.
Una falsa despedida que trajo a The Sheepdogs de vuelta para un par de temas más y su incontestable calidad. “Roughrider ‘99” y “Feeling Good” fueron las encargadas de poner punto y final a las casi dos horas de concierto. A tenor de los rostros que se iban dejando ver a medida que las luces iban encendiéndose, la gran mayoría salió de La Nau más que satisfecha.
Técnicamente son impecables, las melodías vocales están muy cuidadas y quien busque dobles guitarras sureñas… esta es sin duda una buena opción. Sin embargo, mi sensación sigue siendo la misma que al terminar su actuación del año pasado. A este grupo le falta un poco de barro en las botas. Solo Ryan Guillen y Ricky Paquette le ponen un poco de macarrismo en las tablas. Quizás es más fácil si has nacido en Jacksonville. De todas formas, sigue siendo un grupo muy disfrutable al que espero ver más sucio en la próxima ocasión.
Fotos: Desi Estévez