Quimi Portet trajo a un renovado e imponente El Molino su gira mundial con un concierto lleno de buenas melodias, humor y buen producto de proximidad.
“El último de la fila quiere hacer pública su decisión de no hacer más discos ni giras como tal… esta decisión no supone un final, sino tan solo un punto de inflexión en sus carreras artísticas”. De esta declaración han pasado ya 26 años, pero ninguna de las dos cabezas visibles de aquella magnifica hydra musical han dejado de lado sus inquietudes. Si nos dejamos llevar por lo aparente, podría parecer que el éxito y el público se lo llevó Manolo Garcia. Pero todo depende del cristal con el que se mira. Lo cierto es que Quimi Portet lleva desde 1998 con su World Tour haciendo lo que le viene en gana. Una libertad creativa alejada de las grandes masas pero llena de grandes composiciones, fina ironía y muchas reflexiones con las que llegar a conectar.
Una renovada (e impresionante) sala de varietés como fue El Molino, sirvió como pabellón donde dar rienda suelta al cancionero del artista de Vic. Una noche en la que vino a reivindicar aquello que “hacían nuestros antepasados… Rock” con su eterno amigo de aventuras Angel Celada marcando los tempos en la batería con excelsa exactitud. Txell Rovira al bajo y Jordi Busquets a la guitarra (y menudas guitarras) completaban el combo que nos sirvió una ración de “Macarrons” para comenzar el menú. Continuarían con una lista de platos que mezclan el costumbrismo, las melodías contagiosas y el humor haciendo las delicias de los comensales. Invitaron a “Monserrat” tras mucho tiempo escondida entre bambalinas para cantarle “Oh my love” mientras paseaban por “La Rambla”.
En apenas cuatro canciones, los comensales ya se llenaban la boca con los versos directos y sencillos de Quimi Portet. “La terra és plana”, “Pànic escènic” o “Festa major d’hivern” nos adentraban cada vez más en su curioso universo sonoro salpicado de pequeñas intervenciones rezumando sarcasmo. Hasta llegar a una de las mejores canciones compuestas en catalán como es “Massa”. Más de uno seguro que fantaseó en ese momento con la aparición por sorpresa del vecino de Poble Sec con el que compartió tantos años tal y como aparece en “Hoquei sobre pedres”. Aun así solo hubiera sido una buena pincelada dentro de un ya de por sí magnífico cuadro. De la misma colección de canciones “Flors i violes” sigue resultando adictiva y su estribillo es un trago de vino dulce que pide más.
Le dió tiempo a Quimi Portet de recordar al filósofo “Francesc Pujades”, de mostrarnos “Paisatge amb anxova” y saludar a “Pamela” antes del momento catártico de la noche. Con tremenda sorna y sarcasmo presentó “Sabadell” como el tema que lleva al público al éxtasis y catarsis colectiva. Y no se si fue efecto de la presentación pero realmente acaba siendo fiel a la descripción. Con una bella despedida cantada como es “Homes i dones del cap dret”, “Progreso adeqüadament” (sus versos recitados clavándose en la piel) y “Tinc una bestia dins meu” terminó la degustación de platos de la cocina de Quimi Portet. Pero aun quedaba espacio para un postre de músico. Frutos secos y moscatel en forma de “Aparteu les criatures” y “La música dels astres” para terminar una excelente cena.
A estas alturas de la película creo que Quimi Portet hace tiempo que está a la altura de figuras de la música en catalán como Sisa o Pau Riba sin ninguna duda. Y ni siquiera como consecuencia de su exitoso pasado, sino más bien por el éxito de las cosas sencillas. En las distancias cortas, da la sensación de disfrutar de la vida mientras hace lo que más le gusta sin depender de la exigencia de las masas. Paella con los amigos, un domino a media tarde y canciones sencillas para que cualquiera las pueda cantar. Pero siempre reivindicando la música de nuestros ancestros.
Fotos: Desi Estévez