La película Un Completo Desconocido (A Complete Unknown) narra el despegue poético y musical de Bob Dylan, premio Nobel de Literatura. El director se llama James Mangold, cuyo biopic sobre Johnny Cash (En la Cuerda Floja, 2005) confirió prestigio a su currículum; el cineasta Mangold también oficia como guionista junto a Jay Cocks, si bien el propio Dylan orientó la narración, cambió algún nombre (Rotolo se convierte en Suze, en vez de Sylvie), supervisó diálogos e impuso algunas ausencias.
El título Un Completo Desconocido es sencillamente perfecto. Ahí se concentra todo. Las tres palabras proceden de un verso escrito para Like a Rolling Stone, canción de la cosecha de 1965 que supuso una revolución cuántica en la capacidad expresiva del rock. El verso (Un Completo Desconocido) sintetiza tanto el contenido del filme como el misterio que siempre ha acompañado a Robert Zimmerman (Duluth, 1941), nombre y apellido que sucumben ante Bob Dylan precisamente en los días que ambientan el largometraje.
Más allá de la nula fama del muchacho de provincias que llega a Nueva York en los años sesenta, el desconocimiento del título alude al resultado de las indagaciones en torno a la fuente poética que arrebató la mente de Dylan cuando llegó a la Gran Manzana, con una mano delante y otra detrás, pero con la guitarra como tabla de salvación para no ahogarse en sus furias creativas. La intriga del momento se extiende hasta hoy, por lo que Un Completo Desconocido también sirve como balance de lo que realmente se sabe de su mundo interior tras casi setenta años en el candelabro. Parece increíble, pero se ignora casi todo lo esencial tras ser escrutado durante medio siglo por una legión de estudiosos abducidos por el genio inexpugnable. Robando una frase de JFK, de Oliver Stone, este artista es “un misterio envuelto en un acertijo dentro de un enigma”. Y así permanece tras las dos horas y veinte minutos de proyección, como Un Completo Desconocido. Sí, un título perfecto.
El realizador ha utilizado como báculo el libro Dylan Goes Electric!: Newport, Seeger, Dylan, and the Night that Split the Sixties (2015), escrito por Elijah Ward. Es solo uno de los cientos y cientos de libros que han explorado con microscopio cada minuto de esos años mercuriales, un big bang que continúa expandiendo ese inefable universo poético. Existe incluso otro volumen que se llama Bob Dylan: A Bio-Bibliography” (1993) de William McKeen donde figura, junto a datos biográficos, una interminable lista de libros, publicaciones, artículos y resto de materiales dedicados a desentrañar el arcano. Exacto: es un libro dedicado a los libros dedicados a Dylan. Y eso que en los últimos treinta años desde su publicación se ha multiplicado gravemente la producción literaria en torno al fenómeno.
El director del filme no ha querido perderse en una maraña de datos, afortunadamente. Ha preferido que mande la eficacia del relato, quizá convencional o demasiado respetuoso con las exigencias comerciales, pero válido para disfrutar cómodamente del extenso metraje y cosechar aplausos sobre un personaje siempre controvertido.
La cinta gira en una órbita distinta a la magistral No Direction Home (2005), firmada por Martin Scorsese, o a la de I’m Not There (2007), de Todd Haynes. Ambos documentales se suman -junto a otros más- a los títulos que cubren exhaustivamente el giro musical eléctrico que alejó a Dyan de muchos creyentes en el folk, pero que también le acercó a sí mismo y al universo cultural que estalló en esa década.
La obsesión por ese instante seminal se debe a la certeza compartida de que Dylan llega ahí a un punto sin retorno, cruza el Rubicón, quema las naves para evitar la vuelta atrás y avanza hasta hoy por un territorio completamente desconocido. Cómo él.
Algunos dylanófilos de la rama erudita descalifican la película por falta de rigor histórico. La revista Rolling Stone ha indicado los 27 errores que se tragan los espectadores y que no se ajustan a los hechos comprobados en los ríos de tinta dedicados al prodigio. Pero la verdad verdadera es que las incorrecciones son muchas más y no conviene cargar ninguna culpa en las ausencias que facilitan el relato y la taquilla. Las drogas o su esposa Sara son dos de las carencias más llamativas, pero no son errores y navegan entre el veto del protagonista o las licencias legítimas al servicio del relato.
El cineasta ha reconstruido con admirable plasticidad la atmósfera del Nueva York que se encontró Dylan. También ha encontrado al mirlo blanco capaz de interpretarlo con verosimilitud, pero también con un talento sobrado para cantar sus canciones con gracia y emoción. El mirlo blanco se llama Timothée Chalamet (1995). Ha empleado cinco años para pulir y definir a su personaje. Las actitudes ensimismadas, sus resbaladizas relaciones amorosas y musicales, las miradas, sus excentricidades o las contradicciones en su devenir quedan plasmadas con eficaces gestos y miradas. Como apunta Manuel Cova en su reseña publicada en Dirty Rock, por la película desfilan “el Dylan de la motocicleta Triumph que se mueve como un disparo de bala en el cuello de las convenciones.
«A Complete Unknown», el espacio sagrado que Bob Dylan creó
El Dylan que se viste a la moda como un nuevo Rimbaud con camisa de topos. El Dylan que enamora mujeres vistiéndose con los múltiples ‘dramatis personae’ que viven en su armario. El Dylan de los prodigios zigzagueantes que aturden y abruman. El genio que sobrevive a su voz descoyuntada. El poeta. El Músico. El imprescindible”.
El actor francoamericano retrata con puntería a ese chaval que contiene multitudes en su interior, como diría Walt Whitman. Tras esta película, el intérprete es ya uno de los grandes de su generación. “Me preguntan cuánto me ha costado imitar a Dylan y, en verdad, yo no pienso en esos términos”, ha explicado. Y remata: “Bob Dylan está vivo en Malibú y solo hay uno. Nunca pensé en dar vida a un fantasma. Nosotros somos interpretes humildes. Ahora que juzgue el público”.
El hábitat musical y los compañeros coetáneos de oficio quedan igualmente bien reflejados. Aparecen y desaparecen nombres trascendentales como Woody Guthrie, al comienzo y final de la película, más otros protagonistas de su tiempo como Pete Seeger (Edward Norton, fabuloso, como representante de las esencias del folk en su vertiente sindicalista), Joan Baez (Monica Barbaro), Al Kooper, Albert Grossman, Michael Bloomfield, Odetta, el sonido de los Kinks…
Las ocho nominaciones a los premios Oscar que recibió A Complete Unknown se han convertido en cero estatuillas tras la reciente ceremonia, pero eso no menoscaba el interés de la película ni el buen relato sobre uno de los personajes fundamentales en la cultura del siglo XX.
El texto de Miguel López fue publicado en El Adelantado de Segovia el 9 de marzo de 2025.