De cómo dos músicos suenan como una orquesta sinfónica

 
   Una orquesta sinfónica debe congregar a unos ochenta músicos, más o menos, según el canon establecido. Esta definición se tambalea tras observar un concierto como el que ofreció esta semana en Fun House (Madrid) un dúo que múltiplica su universo sonoro hasta emular la fuerza de esas expresiones máximas de poder musical. Se llaman Son of the Velvet Rat
 
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   Ambos músicos han actuado por primera vez en nuestro país y ofrecieron a un puñado de privilegiados, el pasado 26 de marzo, un espectáculo deslumbrante, una ceremonia que gira en órbitas distintas a lo establecido comúnmente, con un sonido envolvente de potencia inaudita que arrastra al oyente hacia su concepción de las canciones. Sus nombres son Georg Altziebler y Heike Binder, un matrimonio de origen austriaco que han edificado un estilo personalísimo y deslumbrante. 
 

 
 Él toca una guitarra distorsionada hasta decir basta. La acaricia con arpegios tan eficaces como sugerentes. También canta con emoción y hondura, sopla la armónica con talento y silba casi, casi, casi tan bien como Andrew Bird. Ella es otra cosa, pero a su misma altura, tirando a idéntica. Aunque su voz envuelve de maravilla la de su marido, su secreto está a la vista y es clavado a un espectáculo de magia. Toca lo que allí bautizamos como “teclatería» (mitad teclado, mitad batería) que se suma a detalles fascinantes, con el theremín al frente de esa sorpresa continua que es capaz de generar. Ese instrumento infrecuente tiene ya más de un siglo, aunque se patentó en 1928. Es electrónico y lo inventó un ruso llamado Leon Teremín. Ella lo toca, pero no lo toca. ¿Por qué? Por un añejo secreto que descubrió Tom Waits décadas después: se puede interpretar sin que haga falta contacto físico con la antena metálica que desprende sonidos de película. Esas caricias touchless, como las tarjetas de crédito, llegan a uno de los muchos altavoces que inundan el escenario de esta pareja y trasladan a un paraíso artificial del que no se quiere salir.
 
   Pero hay mucho más, aparte de la voz y ese fascinante cacharro. Hay una percusión deliciosa que ofrece con una tortuguita de madera, cuyo caparazón desprende esquirlas percusivas, más un triángulo o una cadenita de las que hay en los lavabos sobre el platillo de la batería u otros cachivaches que dan un toque puntillista a las canciones.
 
   La sorpresa que sintió el público madrileño fue la misma que atrapó a Lucinda Williams cuando les escuchó en un concierto. O a Joe Henry, productor de un disco de la pareja. Los nombres de Cohen, Dylan Nick Cave o Townes Van Zandt también acuden a la cabeza cuando se buscan referencias para explicar el prodigio. 
 
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    Abrieron la sesión Antonio Hernando (un GPS formidable para los buenos artistas fuera el mainstream, quien descubrió a Son of the Velvet Rat precisamente gracias a una información publicada en Dirty Rock, ) junto a Jaime Hortelano. Ambos calentaron el ambiente con piezas como Meri Moon y alguna del disco Liturgia Eléctrica. Explica Hernando, cuyo nuevo álbum está en el horno y saldrá pronto, que el compositor Georg Altziebler y su esposa Heike Binder dejaron hace una década su ciudad natal de Graz (Austria) y “la seguridad enclaustrada del continente por la interminable carretera de América. Se posaron en Joshua Tree, en el borde del desierto de Mojave en California, un paisaje extraño y atractivo que nada menos que Neil Armstrong bautizó una vez como el más parecido a la superficie de la luna”. Y añade: “Este personaje espectral y de otro mundo finalmente ha encontrado su lugar en sus irregulares melodías folk-pop y baladas prohibitivas, infundiendo las tradiciones del cabaret de maestros del Viejo Mundo como Georges Brassens, Jacques Brel y Fabrizio De André con la profecía del Antiguo Testamento y las visiones cabalísticas de Townes Van Zandt, Leonard Cohen y Bob Dylan”.
 
   Los músicos presentaron su nuevo álbum, Ghost Ranch (Fluff & Gravy Records), con “loops de batería y piano de salón, violines y zumbidos de cigarras, campanas colgantes y metal golpeado se combinan para crear una banda sonora nerviosa para todos los verdaderos creyentes y los falsos mesías, ferias del condado y campos de tiro, pancartas salvajes ondeando sobre camionetas destartaladas y la carnicería en la carretera de un estado policial accidental que se pone de relieve”.  
 
Miguel López
 
Fotos y Videos por Ana Hortelano
 

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