Ryan Adams aprovechó el veinticinco aniversario de «Heartbreaker» para lanzarse de nuevo a la carretera con una propuesta arriesgada.
Tras las acusaciones de malos tratos de 2019 y a pesar de las reiteradas disculpas que Ryan Adams fue lanzando, la carrera del cantautor se vió casi borrada del mapa. Aun así, la producción del músico no ha parado y entre discos propios, directos y revisiones de otros la suma llega a 17 trabajos en seis años. Seguramente una consecuencia de no haber podido girar con regularidad y tener mucho tiempo para encerrarse en un estudio. De todas formas, Ryan Adams ha decidido volver a la carretera para rendir cuentas a uno de los discos de su edad de oro particular, “Heartbreaker”. 25 años de vida que quiso compartir con el público en un formato íntimo sin banda que llenó la sala Paral·lel 62 de entusiastas seguidores.
Desde el Cruilla de 2017, donde electrizó el segundo escenario del Fórum con su banda, no se había acercado por estos lares. Así que el ambiente era una mezcla entre expectativas, emoción y curiosidad por parte de quienes decidieron separar la obra de Ryan Adams de su vida personal. Sobre un escenario lleno de lámparas simulando casi el comedor de una casa de alto nivel, una bonita muestra de guitarras, un piano y una batería. A sus pies el murmullo de los que iban tomando sitio y posiciones. Con quince minutos de retraso el músico tomó el escenario bajo una lluvia incesante de aplausos.
Vestido a medio camino como un profesor de universidad de los sesenta, e incluso cambiado físicamente, tras saludar al público invitó a los fotógrafos a tomar las instantáneas desde el fondo del escenario. Informó que el concierto consistiría en dos partes. Una primera tocando todos los temas de “Heartbreaker” y una segunda, tras un descanso, donde escucharía peticiones del público. A priori, el concierto pintaba a velada soñada. Y durante gran parte fue así. El inicio con “To Be Young (Is To Be Sad, Is To Be High)” daba ya las pistas de cómo iba a ir la noche. Los temas estaban, pero tras 25 años han evolucionado y adaptado, más aún cuando el propio artista los desnuda como lo hizo.
Y es que “My Winding Wheel” y “Amy” sumieron la sala en un silencio respetuoso y sepulcral que solo se rompía cuando el último acorde dejaba de sonar. La dinámica del concierto era sencilla. Ryan hacía una pequeña introducción y pasaba a tocar. Algo parecido a aquellos programas de VH1”Storytellers”. Con “Shakedown on 9th Street” y “Don’t Ask For The Water” su personaje fue cogiendo confianza para tratar los problemas a las adicciones. Todo fluía de manera natural y la dedicatoria a su hermano Chris previa a “Oh My Sweet Carolina” consiguió que se erizara la piel incluso de quién más escéptico se había mostrado.
Pero Ryan Adams no estuvo solo en el concierto. Entre bambalinas estaba su técnico que echó un sencillo cable para acompañar a la batería en “In My Time Of Need”. El ritmo de concierto era pausado pero distendido. Con pequeñas historias que presentaban las canciones. O al menos fue así hasta “Call Me On Your Way Back Home”. Esa calma se rompió cuando, acompañado de su técnico de nuevo en la batería y el chico del merch al bajo, decidió convertir “Bartering Lines” en una sucia y distorsionada jam session. A mi me pareció una manera perfecta para romper la posible monotonía del cantautor por unos minutos. Aunque hay gente que dice que la duración fue excesiva. Para gustos, colores.
Pero tras ese cruce entre The White Stripes y un experimento stoner, algo comenzó a tomar otro cariz. Tras “Damn, Sam (I Love a Woman That Rains)”, esa conexión sináptica que debe de haber en el cerebro de un genio se tuvo que sobrecargar. Para presentar “Sweet Lil’ Gal (23rd/1st)” habló de cómo eran los dealers a principios de los 2000. Pero fue una historia larga y alejada de cualquier micrófono, haciendo inaudible sus palabras para los que estuvieran más allá de la décima fila. Algo que provocó ciertos gritos, inquietud y llamadas de atención a que, si iba a dar la turra, lo hiciera amplificado y se escuchara. Algo que acabó siendo el principio del final de la parte del genio para pasar al inicio de narciso mirando su reflejo.
Por suerte esta primera parte aún tendría un par más de destellos de su capacidad creativa como esa dylaniana “To Be The One” y un cierre de ensueño antes del descanso con “Why Do They Live”. Así tuvimos veinte minutos buenos para estirar las piernas, cruzar comentarios, y que los seguidores pudieran fantasear con el repertorio de la segunda parte. A la vuelta, Ryan Adams dió pie a que el público pudiera escoger los temas qué quisiera escuchar, pero que lo haría por zonas. Eso sí, el primero “Gimme Something Good”, que dedicó a su actual manager, lo tenía bastante claro. Una bella “The Tracks of My Tears” al piano resultó vencedora entre las dos opciones que dió.
Y aquí se perdió un tanto el rumbo del concierto. Pedir que la gente grite sus peticiones, por muy ordenado que quieras hacerlo rompe cualquier intimidad y ritmo que llevara el show. De hecho solo hubo una petición aceptada, “Nobody Girl”. La segunda quedó diluida ante la impaciencia de un público que empezaba a estar algo molesto con el tinte que estaba adquiriendo el concierto. Así que entre títulos y títulos, alguien gritó “Play Something!”, y el cantautor improvisó un tema con esa frase para desentenderse de las peticiones.
Unos bises largos (no me atrevería a llamar segunda parte a esto) que tuvieron el final que se merecía el show. La dupla “When The Stars Go Blue” y “Come Pick Me Up” potenciaban el sabor agridulce de ver lo que podría haber sido y lo que fue el concierto. Si la verborrea, los momentos de narcisismo hablando para sí mismo o el tiempo perdido con las peticiones se hubieran cambiado por un set preparado a conciencia para la ocasión, estaríamos hablando de un concierto para recordar. Pero por su calidad y no por esos extraños altibajos que provocó que deslucieran una velada muy esperada para muchos.
No debe ser fácil estar en esa cabeza, y mucho menos tratar de entenderla más habiendo pasado toda esa oscura etapa llena de acusaciones y cancelación como artista. Si miras sus primeros trabajos y algunas partes de los más recientes está claro que le sobra calidad compositiva. A eso le sumamos que no es nada facil defender un repertorio en solitario sin caer en el tedio. Pero también es cierto que a Ryan Adams le falta esa capacidad para meditar las decisiones y descartar. Y es que echar el todo en la música, como en la vida, a veces no es la mejor de las opciones. Decia Oscar Wilde que «Cada santo tiene un pasado y todo pecador tiene un futuro». Solo falta saber que tipo de futuro quiere tener nuestro pecador.
Fotos: Desi Estévez