Eilen Jewell la nueva estrella del folk y country alt. azota Madrid con su mar de lágrimas, 17 de octubre de 2010, Sala El Sol, Madrid.

Nos trasladamos a Madrid el pasado domingo 17 de octubre para ver a Eilen Jewell en la legendaria Sala El Sol, “the woman in black”, la cantautora con más presente y futuro de la música de raíces norteamericana.

Como las tormentas de polvo de Steinbeck, la cantante y compositora de Idaho, sacudió ¡y de qué manera!, las raíces del country clásico, hermanado con el folk, blues en esencia y rockabilly crudo; sonidos que recordaban los 50’s y 60’s y jazz de los 30’s. Eilen Jewell, poco conocida en España, mantiene la llamarada de los universos musicales más ricos en la actualidad: la “Americana Music”, marcado por el ritmo de Johnny Cash, una Lucinda Williams, un Steve Earle, una Zoe Muth and the Lost High Rollers o unos Drive by Truckers en absoluto estado de gracia.

Partiendo de esos legados y de ese modo artesanal y sencillo, pero a la vez confesional de crear música, Eilen debutó en 2005 con «Nowhere in Time», pasó reválida un año después con «Boundary County» y en 2007 confirmó su talento con «Letters from Sinners and Strangers», el aroma country, blues, rockabilly y ramalazos Dylan-folkies marcan los tres álbumes, las influencias están presentes y filtradas, (Loretta Lynn, Billie Holiday, Bessie Smith, Hank Williams, Lucinda Williams, Carl Perkins, etc.). En 2009, tras liderar otra banda llamada The Sacred Shakersle hace un guiño al gospel con un álbum increíble, su mejor álbum hasta el momento «Sea of tears», un conjunto de canciones desgarradoras y llenas de lágrimas.

En Madrid, Eilen Jewell presentó su último trabajo, «Butcher Holler», un tributo a Lorettta Lynn, su heroína, la cantante de música country femenina más importante de la historia (junto con Johnny Cash vendieron más discos que los Beatles por poner un ejemplo), y la que más censura tuvo por llevar a la palestra temas como el divorcio, maltratos, anti-guerra, anticonceptivos y otros temas tabú. No es más que una muesca en el revólver: Eilen Jewell ha decidido morir con las botas puestas encima del escenario.

Alrededor de las once menos cuarto de la noche las luces se apagan y nos transportamos al típico garito de motel norteamericano en el que se puede apreciar olor a madera vieja, whiskey, polvo, vagones de tren y desierto; de ahí hasta el final sonaron 21 canciones y dos encores, veintitrés historias de diferentes géneros creados desde la americana, al Delta, New Orleans, Chicago y las montañas Apalaches. Jason Beek (batería y marido de Eilen), Johnny Sciascia (contrabajo) y Jerry Miller (guitarra), componen la portentosa banda de música arenosa en la que el sheriff Miller con su Gretsch, su sombrero negro y gafas oscuras, hacía diabluras durante los primeros compases riffs twang, sonido a los chicken picking ¡qué lujo, qué comienzo!.

Convertida Eilen en la hija bastarda de Bille Holiday y Roy Orbison, suena «Lucky One», tema aún inédito que estará en el siguiente álbum. El sonido etéreo de la chica de negro, más dulce y delicada que nunca, y sus músicos, irradia esa tristeza poética de la derrota y el dolor. Su guitarra está firmada por la mismísima Loretta Lynn, no trajo la que tiene firmada por Lucinda Williams (en 2008 fue telonera de la de Lousiana, y de los Hacienda Brothers mucho antes).

Con un castellano fenomenal va interactuando con el público haciendo bromas, hablando de su concierto anterior en Tomelloso, de su marido, etc. «Rain roll in, final hour», «Deep as your pocket» (su favorita de Loretta Lynn), «Too hot to sleep», «High shelf booze», «Fine and mellow» (homenaje a Billie Holiday) y «Dusty boxcar blvd.» (otro homenaje a Eric Andersen) se van sucediendo.

Los paisajes de las canciones provienen de su corazón, del alcoholismo, de las mujeres maltratadas que quieren matar a sus maridos, de la decepción; los que estamos allí encontramos placentera la catarsis de escuchar esos temas dolorosos. Se nota ese cierto triunfalismo en las canciones tristes, un triunfalismo que incluso supera las alegres. El concierto hasta el momento era una maravilla, su música es fresca, limpia y familiar; seguíamos en ese smoky bar de carretera y me estaba dando cuenta de que estaba delante de uno de los mejores conciertos de mi vida: voz aterciopelada, guitarra y banda soberbia, aquella «star in the making» sonaba de igual manera que Lucinda Williams y Gilliam Welch.

Los temas a corazón abierto se suceden «Heartache Blvd.», «Fist City»; esta canción hacía que las lágrimas cayeran sobre nuestras cervezas. «Where they never say your name» y «Sea of tears». Era como escuchar bajo la luz de la luna y bailar juntos y bien agarrados; de guitarrazos twang, country de toda la vida de sombrero Stetson y fiesta en el granero con vestido de domingo y ponche gratis para todos cortesía de la parroquia. La joven rubia de 31 años atesora canciones y actitud que te ganan desde el primer momento por su arrolladora autenticidad, deambulando inquieta y lentamente por caminos perdidos, esos que siempre fueron y siempre serán los más auténticos e interesantes. «Tagging along with Jesus» (otro guiño gospel), «Gotta get right», «Fading memory», «Don’t come home a drinkin» y «Rich man’s world», canciones de arenas movedizas que se adueñan de los presentes, sueños rotos y espejismo de su peregrino y musa, Dylan-Holiday.

El lado eléctrico e isleño lo descubrimos con un temazo de Van Morrison cuando estaba en Them, «I’m gonna dress in black» y «Shaking all over», la hipnótica pieza original de Johnny Kid & the Pirates que Eilen transforma en banda sonora de la más enfermiza pesadilla de David Lynch.

El tren estaba llegando a la estación, «If you catch me stealing», «Putty (in your hands)» y «Codeine arms»  incrustan a The Shirelles en nuestros corazones, canta sobre el dolor y desamor ¡nos tiene narcotizados! Se ha reencarnado en Loretta Lynn definitivamente, durante casi dos horas Eilen nos ha transmitido delicadeza, que es donde se encuentra el corazón de la música, la canciones oscuras y tristen nos han seducido, el country más auténtico, la chica de negro, como Cash, una mujer que puede marcar una época, discos soberbios; «Sea of tears» el pasado año de los tres mejores, canciones que saben a antiguo, con un gusto exquisito, sin freno en su progresión. Hace unos años era una promesa, ahora ya podemos hablar de una realidad, no queremos que sea como Jessie Mae Hemphill, su héroe, por siempre olvidada. En su brazo izquierdo lleva tatuado el triángulo del one dollar bill, el ojo de la providencia, en cierta forma representa la omnisciencia country, “una vida contada en canciones”.

 

 

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