Un concierto para siempre, imborrable, y para mi desgracia o el que lea estas humildes líneas, inefable. Nunca seré capaz de expresar todo lo que nos hicieron sentir el 8 de Julio en el British Summer Time en Hyde Park Eric Clapton & Special Guests: Lukas Nelson and Promise of the Real, Gary Clark Jr, Steve Winwood, Santana y “Mano lenta” durante más de 8 horas de conciertos. Un homenaje a la guitarra, al blues, al jazz, al rock, al country, a la psicodelia y a uno de los más grandes que permaneció más de 90 minutos abrazando y acariciando sus guitarras.
“It´s coming home”: Así arrancó el concierto Eric Clapton, con esa simpatía tan suya, a la par cálida, a la par distante. Aunque muchos entendieran de primeras que se refería a la copa del Mundo de fútbol, yo sé que aquello sólo era un artificio, pura distracción, un tapado. Ventajas de ser mujer, que tu amor claptónico se llame Eric y siga siendo un enigma. Porque esa breve frase resume su forma de ser. Su forma de presentarse haciendo protagonista esta vez a “otra” (la guitarra, claro está) después de años de ausencia en los escenarios. También el deseo de” It´s coming home” era su bienvenida. Nos estaba diciendo “estoy en casa, os lo prometí, y estoy con vosotros. Disfrutad. Quiero homenajear a los grandes con mis dos guitarras y estos musicazos que me he traído a casa”.
Un lujo de músicos con los que no me quito el sombrero, “me quito el cerebro” como escribiría Miguel López: Doyle Bramhall II al quite con la otra guitarra, Chris Stantion en piano, Paul Carrack en teclados Hammond, el siempre sonriente Nathan East en el bajo, Sharlotte Gibson y Sharon White en coros y el certero Sonny Emory en batería. Todos ellos de trayectoria impecable y práxis sin igual. A todos ellos, el de Ripley les dejó espacio propio para que apreciáramos la altura de cada uno. Siempre se supo rodear de lo mejor para gran suerte nuestra y los mejores, tocar con él.
Y así estuvimos: en el porche de la casa de Eric vibrando todos juntos, sintiéndonos cómplices de algo único, admirando su profesionalidad y camaradería con los músicos, su respeto por la música, los músicos y por todos nosotros, familias, amigos, adolescentes, chinos, japoneses, blancos, negros, mezclaos….en fin, de la misma raza: melómanos. Es estremecedor contemplar cómo 65000 asistentes permanecen tan atentos, mirando hacia el escenario, pendientes de él, de las letras, del mecer de algunos temas y de los saltos en otros. Con los pies descalzos encima del alfombrado de miles de mantas y toallas tendidos a modo de picnic sobre la hierba de Hyde Park.
Él siempre ha dicho que ante todo es guitarrista y su empeño y obsesión, ser mejor y mejor, y superarse como guitarrista mestizo de blues (su raíz el blues, sus ramas el jazz, rock, reggae..) para vivir ese grandiosa, más que género, forma de entender la música, su instinto, su sentir y sus intérpretes; pero, sobre todo, ofrecer y aportar mucho, trayendo el pasado al presente para que formara parte de nuestro futuro. Y exactamente es lo que hizo en el viaje a través de las 15 canciones que interpretó con mucha jam en todas ellas de sus músicos.
La lista de canciones da para un microrrelato y las voy a traducir como se hacía con los discos en los años 50 y 60 en nuestro país: después de advertirnos que estaba de camino escuchamos en eléctrico “hay alguien llamando a mi puerta” ( Somebody’s Knocking, JJ Cale), “tengo la llave de la autopista”( Key to the Highway de Charles Segar), “soy tu hoochie coochie man” (I’m Your Hoochie Coochie Man (Willie Dixon), “mejorará en poco tiempo” ( Got to Get Better in a Little While de Derek and the Dominos); ya sentado y con la Martin, el “blues de la deriva” (Driftin’ Blues de Johnny Moore’s Three Blazers), “nadie te conoce cuando estás arruinado y deprimido” (Nobody Knows You When You’re Down and Out de Jimmy Cox), “Layla” (Layla de Derek and the Dominos) , “lágrimas en el cielo”(Tears in Heaven). Vuelve a la stratocaster con “recuéstate Sally” (Lay Down Sally que interpretó con Marcy Levy), “el centro” (The Core de nuevo con Marcy Levy), “estás maravillosa esta noche” (Wonderful Tonight), el “blues del cruce de caminos” (Cross Road Blues de Robert Johnson), “pequeña reina de espadas” (Little Queen of Spades de Robert Johnson), “cocaína” (Cocaine de J.J. Cale) y el regalo que nos hizo con Santana y Paul Carrack a los coros, “tiempos de gloria de los que venimos”( High Time We Went de Joe Cocker). No voy a intentar explicar la variedad de ritmos, acordes, arpegios que empleó en cada una de ellas (wonderful tonight, Layla, cocaine, tears in heaven..). Sería una pérdida de espacio porque nunca lograría trasladar la puesta en escena de cada pieza. Diré que lloré con varios temas y vibré como nunca en otros.
Muchos entienden como oportunismo o ausencia de pureza su inquietud permanente por explorar, aprender, vagabundear y colaborar en tantos grupazos eternos. Su contribución durante cortos períodos de tiempo en los Yardbirds, los Bluesbreakers, Cream, Blind Faith, Delaney and Bonnie, Derek and the Dominos. O su trabajo en solitario, incluidas las épocas más yermas de su carrera. Yo lo llamo valentía, como la de traer a tanto grande a este concierto para hacerles un homenaje. Nunca se conformó con tocar un solo estilo, tocar del mismo modo. Siempre que estaba en lo más alto de cada uno de sus grupos, cambiaba para continuar. Nunca quiso la gloria. Se la encontraba y parecía huir de ese país llamado Fama que otros habitaban y en el que nunca acabó de sentirse bien.
Todo eso se percibía en el concierto. Eric Clapton no es ni tránsfuga, ni aprendiz, ni maestro. Eric Clapton sigue siendo aquel niño blanco poseído por el blues desde bien pequeño, insurrecto, rebelde, vividor, depresivo, experimental, arriesgado que cambió el panorama de la música popular guitarrera de la mitad del siglo XX. Y que en sus últimas etapas se permitió el lujo de volver a la esencia del blues a través de los grandes maestros y sus versiones, a quienes admira y respeta en lo más profundo de su ser. Eric Clapton es el eterno buscador del dorado desde el hielo de Chicago, el río turbio de Mississippi o el fango de los pantanos de Luisiana. Es lo que él mismo quiso ser y ese es el mayor premio recibido y por qué no decirlo, entregado en mano, oídos y pulmones de las 65.000 almas que nos fundimos con su carrera el pasado 8 de Julio en Hyde Park. Porque Eric Clapton siempre será Mano lenta y siempre prenderá en nuestros corazones la llama del blues que como buen atleta olímpico mantiene viva para legar a las siguientes generaciones y que alumbre sus vidas como hizo con la mía pese a tanta oscuridad.
También estoy segura de que este reencuentro no se llamaba Eric & Friends por su deseo. Esto se llamaba Eric and Special Guests porque el homenaje era a todo aquel que ama la guitarra, la buena música y con los que se ha encontrado a lo largo del camino. Con jóvenes prometedores, menos jóvenes y con viejos como él que siguen apoyando la buena música. Desde las 13 horas se pasearon unos invitados especialísimos por la casa de Eric, a razón de conciertazo cada uno. Citaré por orden de actuación:
Lukas Nelson and Promise of the Real, banda norteamericana de muchísima altura. Liderada por Lukas, hijo de Willie Nelson, con estilo propio y madre mía cómo toca la guitarra la criatura. Desde luego, en su concierto hizo un sentidísimo homenaje a la guitarra y sus héroes (Jimy Hendrix y en el otro extremo Neil Young estuvieron allí, os lo aseguro). Aproveché para empaparme de su música y que me sirviera de introducción para poder verle en directo en otra ocasión. Una banda muy compacta, con raíces profundas y que aporta mucho más que americana.
Gary Clark Junior es de otra galaxia. No tengo la más mínima duda. Le debieron traer en platillo volante, soltarlo diez minutos antes, enchufarse a los amplificadores Marshal y brindarnos un concierto de los que podría iluminar todo el estado de Texas. Este hombre es inabarcable como guitarrista. Es una de las razones por las que quiero viajar a Austin y entender cómo se ha criado este salvaje para devolvernos lo mejor del blues rock. Es una bestia indomable de las que es necesario que existan para huir de la complacencia musical en el siglo XXI.
Y llegó la resurrección del ambiente festivalero de buen rollo del verano del 69 en el que probablemente ni tú ni yo habíamos nacido. Pero eso da igual. Ese espíritu nos poseyó a todos desde el momento en que Steve Winwood ofreció un pedazo concierto e interpretó, entre muchas otras, las extraordinarias “Can´t find my way home” y “Dear Mr. Fantasy” con esa voz épica y única que le caracteriza. Siempre pensé que Steve debió ser un caballero de mesa redonda, de los que no mataba con armas, sino que seducía con su voz a cualquier damisela del flower power. Qué voz sigue teniendo…Qué inmenso estuvo Steve Winwood y qué derroche de saber hacer de un músico. Nos puso los pelos como escarpias. Cierto: logró transportarnos a lo peor de las guerras y pese a ello, la fe en el hombre (blind faith) y la necesidad de cambiar si es que algo hemos aprendido. Y de pronto observé que sobre mi pelo lucían tantas margaritas como muescas hippies llevo tatuadas en mi piel. (soy hija de los 70, algo bueno tenía que tener)
Antes de Eric, sobrevivimos al concierto de Santana y su banda. WOW WOW WOW. No me pierdo el próximo concierto de Santana. Es un chute de energía, pura vida y contagio. Es imposible que no te haga bailar hasta la extenuación y esas frases en español en mitad de Hyde Park, esos ritmos de blues mezclado con Caribe, Centroamérica y África. El mexicano debería apellidarse “Lo-da-todo” en el escenario. Bravo por Santana, el guitarrista simpar, pero también el ser humano generoso y abierto a culturas más allá del nuevo y viejo continente.
Y hasta aquí hemos llegado. Ahora sólo rezo para volver a verlos y volver a ver a Eric Clapton. A dejarme abrazar y estremecerme con su música, con sus interpretaciones. Y la de Winwood, Santana, músicos comprometidos desde los himnos que construyeron. Qué extraordinarios, qué experimentales y qué atrevidos y cómo han dejado huella para siempre en cada uno de los 65.000 que allí estuvimos. Hoy ya es Historia.
Cierro el telón, dedicando estas líneas a dos chavales de Torrelodones (uno se llamaba Alberto y el otro, no lo sé) con poco más de 23 añitos (que se pellizcaban más que yo por presenciar aquello) y a tantos otros “pipiolos” que vinieron a ver a EC por primera vez. Ellos serán el legado de “mano lenta”. Y el mundo será mejor, porque ellos estuvieron allí.
Texto, fotos y vídeo por May T.