Identidad y temperamento «Slavedown», «Lowdrive» y «Lipstick»

Pensar en noche y música es dejar que la mente vuele a lugares como CBGB o Cavern Club, emblemáticos locales del rock, punk rock o New Wave en los que, la mayoría, no ha podido estar pero ha visto y leído sobre ellos. Salas de música en directo con las que se contrajo una deuda no sólo impagable sino incalculable consiguiendo que, la buena música, sólo sea capaz de imaginarse en la semioscuridad de aquellos antros sofocantes donde el humo de los cigarrillos manufacturados o liados, los vapores del alcohol, el calor de los mecheros y las constantes aspiraciones nasales se convertían en mucho más que eslóganes generacionales. Tanto músicos como espectadores generaban auténticas burbujas de evasión, dispersión y alegría sin si quiera pensar en más allá del momento vivido y vívido, con el único leitmotiv de mostrarse como eran, sin disimulos ni postines mediáticos o sociales. Aquellos lugares donde se aportaban creaciones y expresiones en expansión, sin límites ni parapetos que pudieran coaccionar la personalidad o la misma realización musical, llevando a los sudorosos músicos y al aún más transpirado público a las más altas cotas de diversión y expresividad. Como la que el pasado día cinco de octubre, de la mano de “Maite Cardó Productions” y en un local que nada tiene que envidiar al americano o el inglés, Sala Rocksound de la siempre Layetana ciudad, consiguieron provocar tres bandas de increíble identidad y temperamento, “Slavedown”, “Lowdrive” y “Lipstick».

Lipstick Barcelona

Sin el humo de ningún tipo de cigarrillo y con la tenuidad característica de Rocksound, los primeros en ascender al escenario fueron “Lipstick”, con idéntica cercanía que el mismo entablado, Dave Escalona, vocal y bajo; David Lipstick, guitarra solista; Frank Castillo, batería; y Sugar Kane, vocal y guitarra rítmica. Comenzaron con “Voices” su punk rock y Hard rock amasado con esencia ‘Kissiana’ y aderezada con la identificativa estética glam/punk que tan bien conoce su público, ese que guarda una admiración paralela a la que siente por su música, ante la inusual coyuntura de encontrarse ante una banda cuyos miembros no han variado desde su formación inicial desde hace casi treinta años. Y que, una vez más, -¡Cómo siempre!-, consiguió no ya emular sino ser una de aquellas bandas capaces de convertir una sala de directo en auténtico antro donde convertirse en uno con su público. Rompedores de ese ambiente espeso pero grácil con el complot de ambas voces tan opuestas, Dave con ese irreductible tono punk y Sugar, mucho más glam, lanzados a “Better Days”, “Love’s Like Crack” o “Seven years”, sin dejar de rasgar los alambres acompasando y enriqueciendo cadencia y ritmo de Frank, en los cueros, marcando un compás acelerado en la medida de los rasgados y los punteos de David, perdido completamente en las cuerdas de su guitarra pero en ningún momento ausente de esa pequeña historia que es cada canción. Pura expresividad musical que aúna a un público que, si bien no llegó a atestar la sala, se arremolinaba apelotonado para compartir lo más cerca posible la identidad del grupo, exclusiva y muy alejada de imitaciones grotescas, en cada nota, en cada palabra incluso en cada gota de sudor. “I’m a gun”, “It’s over”, “Reaction” y la última, “Believe” provocaron, no sólo la petición de que “Lipstick” no abandonaran los instrumentos y el escenario, sino un aumento de la temperatura y una tenuidad grácil en el ambiente que casi tuvieron que cortar los siguientes en ascender al entablado, “Lowdrive”.

Lowdrive-Vocal3

John Hodgson, guitarra; Andy Sawford, vocal; Martin Gargalovic, bajo y Mat Washington, batería; ya antes de ascender al entablado e incluso después, mostraron no la cercanía, sino el bienestar de sentirse como en casa, en un local con la misma pátina de aquellos que fueron tan reconocidos y entre amantes de la buena música y la diversión. Comenzaron su tormenta, afortunadamente sin fin, de Stoner Blues Punk con nueve temas de su único trabajo hasta el momento, “Roller”, el primero “Endless Rain”, donde John comenzó a volverse loco con su guitarra, apoyado en Mat, la explosión de éste, que será una constante en todos los temas, acompañado por la especialmente gravedad del bajo de Martin, creando un fulminante paredón rítmico donde los riff de John sobresalen con la alegría y la pesadez de la contundencia, mientras Andy, voz rota o melódica, cierra y abre ese tanque arrasador que es “Lowdrive”. “Into the fire”, “The last stand”, “It’s not heaven” o “Left for dead”, llevaban al público, la gran mayoría descubridor del grupo esa noche, exactamente donde ellos querían, al centro de ese tsunami que está a punto de echar abajo el local. El ambiente ya es sofocante, aún sin humo de ningún tipo, la neblina provocada por los vatios de sonido y el calor emanado de los cuerpos, por entre los que sobresale Andy, cual vikingo arremetiendo con su voz contra algún poblado, parece descender con el inicio de “Fallen saviour”, no es realmente un respiro, porque la guitarra vuelve a romper con sus rasgados apoyado por la contundente base rítmica de Martin y Mat, mientras Andy deja claro cuál es la altura de su voz. Si bien todo vuelve a la contundencia con el tema que da nombre a su trabajo, “Roller”, de ahí al final, “Puppets” y “Reflection” todo es cuesta abajo. Rocksound se convierte en un cúmulo de adrenalina, en pasto del frenesí en busca de más caña de los de Londres, sin embargo, “Lowdrive”, lejos de abandonar la sala y tras agradecer la mucho más que aceptación de su trabajo por parte del ávido y siempre insatisfecho público de buena música, dejan paso a los siguientes en ascender al escenario, “Slavedown”.

Slavedowm

Marc Corso, vocal; Andreu Runo, guitarra; Sue Gere, bajo; y Big Villano, batería; encantados con el espeso ambiente del local y, por supuesto, sin amedrentarse ni por un momento por la gran altura del rasero que han dejado “Lipstick” y “Lowdrive”, se lanzan hacia los trece temas del setlist, todos de esa cosecha propia con la marca innata de “Slavedown”, esa putería del pobre que aún sabiéndose irremediablemente maldito, se niega a darse por vencido. Una lucha basada en su peculiar mezcla de rock duro, heavy y algo de gótico espoleado por la tremenda e inigualable voz de Marc, genio y figura de cada párrafo y estribillo que, erguido y amenazante tras el micro, lanza cada letra como si éstas ascendieran directamente del abismo, rasgando la humana calima del local y casi las paredes de éste, con el eco de su profusa voz. “Behind the Wheel”, “Look into the sun”, “Lonely”, “Change”, “One step down” o “Not Fall Back Again”. Talud, por otro lado, socavado por la impiedad de las extensiones de Big, impactando contra los cueros como si quisiese hundir el suelo del local en impúdica connivencia con la cuaterna metálica de Sue. Machacando éstas para acabar de crear ese sólido y a la vez intangible halo rítmico en el que apoyar cada uno de los temas donde Runo, con la agudeza de los seis alambres, resquebraja el piso y acaba por enviar al respetable, completamente entregado a los gironeses, a ese infierno en la tierra que es su particular Cosmos. Un Universo cuyo final fue establecido por “Poison” y “Freedom Should Never Taste Like This”, llevando al público, primero a la desesperación por un indeseado final de noche y, segundo, al cénit de unas horas perdidos en la anhelada burbuja de evasión, dispersión y alegría sin si quiera pensar en más allá del momento vivido y vívido, donde el particular bestiario de “Slavedown” reventó finalmente la intangible pompa. Si bien, no del todo, pues los sudorosos músicos y el aún más transpirado público, incapaces de descender de esas altas cotas de diversión y expresividad acomodados a la sofocante semioscuridad de antro en que han convertido Rocksound. Sin el humo de cigarrillos manufacturados o liados, con los vapores del alcohol y, quizá, con un el calor y aspiraciones veladas siguieron disfrutando de la noche. Hablando y bebiendo con unos músicos que, una vez descendidos del escenario, volvían a ser público y respetable, aunque nadie podía olvidar que eran los componentes de las bandas que habían convertido aquella noche en un dejá vú nunca vivido pero evidentemente vívido, “Slavedown”, “Lowdrive” y “Lipstick”.

Organizadora – Maite Cardó Productions

Texto por yon raga kender. Fotos por María José Cristian Espinel.

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