Excelente jornada de Hardcore, -utilizando el término en su más amplia y desacomplejada acepción-, la que tuvimos la noche del sábado 13 de abril en la sala de rock underground madrileña por antonomasia: Wurlitzer Ballroom. Dos bandas de lujo, Último Gobierno y Lookin’ Up, representantes de dos formas en muchos aspectos antagónicas de entender el HC, sentaron cátedra sobre las tablas del Wurli, con sendos conciertos de impecable factura. Entre una y otra, un tercer combo de efímera existencia, ofició de desconcertante paréntesis, consiguiendo una transición fluida entre dos actuaciones que no pegaban ni con cola.
Dado el nivel de cerrazón mental que domina y subdivide las infinitas microescenas (aisladas unas de otras e inmiscibles) en las que está descuartizado el rollito musical en Madrid, juntar a dos bandas tan distintas podía garantizar que los seguidores de cada una se viesen horrorizados por la propuesta de la otra, y que cuando saliesen a escena Último Gobierno, -que como cabezas de cartel, lógicamente estaban programados los últimos- el público de Lookin’ Up abandonase en masa el garito. Pero la hinchada de Lookin’ Up brilló por su ausencia. Todo el que esa noche concurrió, previo pago de un mísero talego, en la discoteca de la calle Tres Cruces, lo hizo para deleitarse con el exquisito estrépito de Último Gobierno. El núcleo duro de los seguidores de U.G. se quedó haciendo tiempo por las tascas de la zona, a la espera de que tomasen las tablas D.E.P., pero la mayoría de los fans del grupo de Burgos, no sólo toleraron al trío neozelandés, sino que disfrutaron y aplaudieron su actuación. Por su parte, Lookin’ Up eran los primeros que tenían claro que aquella no era su fiesta y que a ellos no les había ido a ver ni Dios. Convinieron no tocar más de media hora, y en una muestra de elegancia, lo cumplieron a rajatabla. Se nota que en los últimos cuatro años no han parado de girar (el pasado, por ejemplo, se recorrieron el sudeste asiático), porque sonaron rodadísimos. Vamos, que no tuvieron que sudar demasiado para lidiar en una plaza como el Wurlitzer (extraña –era su primera incursión madrileña-, pero acogedora), y salir airosos. Al final, el público de U.G. resultó más abierto de lo esperado, y el HC moderno, limpito, repleto de cambios y sazonado con metal y otras adulteraciones, gozó del beneplácito de una parte del respetable, entre la que no me cuento (No obstante, su música no me molestó en absoluto. Sí lo hicieron, en cambio, sus putas pintas: bermudas y ropa deportiva).
Tras ellos, D.E.P., cuya performance consistió en reproducir, con toda la ferocidad de la que fueron capaces, los cuatro temas que la mítica banda de Mondragón R.I.P. (¿pillas el guiño en el nombre?) aportaron al MLp compartido con Eskorbuto, “Zona Especial Norte”. En el mismo orden en el que aparecieron plastificados, y sin quitar ni añadir nada a los originales (si acaso, el razonable incremento en la velocidad que la excitación del directo suele provocar). Seis minutos de “concierto” en los que no dirigieron ni una palabra al público, y a correr. No me extenderé más, porque el cantante era un servidor, y queda fatal ponerse medallas (no merecimos otra cosa) uno mismo; tan sólo añadir que quienes se lo perdieron, que se duelan o regocijen de la certeza de que no volverá a repetirse. No vieron a D.E.P. y ya nunca lo harán.
Y ya que estamos divagando sobre ausencias y presencias, aún se me antoja increíble que una banda de la talla de Último Gobierno actúe un sábado al lado de Gran Vía, a 6 euros la entrada, y no se queden 200 tíos en la calle sin poder entrar, tras haber completado el aforo. Al final, el bolo consiguió reunir a unas sesenta personas pagando entrada, y unos cuantos invitados, ¡y que nos diéramos con un canto en los dientes! Que por lo visto, la noche anterior, a los Hollywood Sinners vinieron a verlos tres tíos (literalmente). Parece ser que la influencia de la semana santa se está dejando notar con una intensidad superior a la que sospechábamos. En realidad, dio lo mismo: vino la gente suficiente para que Último Gobierno cobrasen el caché acordado, y la fiesta fue memorable de principio a fin. Pudimos ver la actuación cómodamente y sin agobios, y los que vinieron, lo hicieron porque de verdad querían disfrutar del directo de la banda, y eso se notó: total entrega por parte del público, pogo intenso pero sin salpicar a quien no estuviese por la labor de participar en él, y ningún gilipollas tocapelotas a la vista. Los presentes, nos la gozamos, y los ausentes, tendrían algo mejor que hacer. Simplemente, creo que Último Gobierno merecen que les preste atención una cantidad muy superior de gente. Y las razones son varias: Son Legendarios. Así, con mayúsculas. Supervivientes en activo de la época dorada del HC español, celebrando su 35 aniversario. Estando el grueso de la banda en su Burgos natal, y Tomás, su vocalista, en Madrid, no se prodigan en apariciones públicas. No abundan las oportunidades de pillarlos en vivo. Su repertorio carece de la más mínima fisura; es un macizo bloque blindado. Si te gusta lo que hacen, no hay ninguna otra banda en España que lo haga mejor que ellos. Sus canciones, devastadoras aleaciones de ruido y agresividad, disparadas a la misma velocidad y con idéntica rotundidad con la que una ametralladora escupiría la munición con la que se la rellene, no conocen rival. Todo lo dicho, sin embargo, es meramente anecdótico, en realidad. El único motivo incontestable por el que ningún aficionado al HC extremo debería perderse un bolo de U. G. es simple y llanamente, que la banda es una inmisericorde apisonadora en directo, y sus actuaciones, acojonantes.
En la Historia del Punk y el HC, abundan los grupos cuya valía es fruto de la combinación de una serie de talentosos músicos que se complementan a la perfección; grupos que cuando ven alterada esta alineación cooperativa, pierden su magia (los Clash serían un buen ejemplo). Pero también se dan casos en los que una banda funciona casi como una entidad con vida propia allende sus integrantes, una empresa capaz de desarrollar una carrera interesante conservando a veces tan sólo a uno de sus fundadores, guiándose por una eficaz política de fichajes y reemplazos. Los Damned, Black Flag, Napalm Death, o…Último Gobierno, se englobarían en esta segunda categoría. El único componente que queda en U.G. de aquel lejano trío que comenzó a hacer ruido en 1984, es Tomás Rodríguez, el vocalista. Tomás preside el Último Gobierno con un programa político inalterable al paso del tiempo e inmune a cualquier muestra de aperturismo o reforma. Y en el último reparto de carteras ministeriales, ha sabido rodearse de los más brillantes colaboradores con los que nunca ha contado el Ejecutivo: sin ninguna duda, la formación actual de Último Gobierno es la mejor y más compenetrada de todas las que han constituido el grupo a lo largo de su larga trayectoria. Y esa noche, en el Wurlitzer, lo demostraron con creces.
Decíamos al principio que resulta desconcertante que una misma etiqueta, “hardcore”, haya terminado pudiendo ser aplicable a propuestas tan dispares como las de Lookin’ Up o U.G. Frente a la atávica pureza minimalista de U.G., la música de los neozelandeses parece un confuso revoltijo de impurezas. Pero ciñéndonos a un academicismo riguroso, tampoco U.G. son estrictamente Hardcore. El Hardcore o Thrash-Punk es un engendro gloriosamente arisco y feroz, procedente de los EEUU, regurgitado por conjuntos como Minor Threat, Black Flag o Circle Jerks, y que tuvo sus años de gloria entre 1979 y 1986. Las raíces de U.G. no son americanas, sino británicas y europeas. Son una de las ramas de un vetusto árbol férreamente anclado al sustrato por una raíz llamada Discharge; una banda que constituyó un género en sí misma, y cuya emulación ha dado lugar a las más caprichosas denominaciones (D-Beat, Discore, Crust, Grindcore…). Al final, las etiquetas son superfluos ejercicios de pedantería, y su aplicación al pie de la letra, una ridiculez. Lo importante es la realidad, no las palabras que nos inventamos para poder identificarla. Y cuando salen a escena, la realidad de U.G. es inapelable y trasciende cualquier etiqueta.
No sé cuánto tiempo duró la actuación de los burgaleses; su directo despliega una energía de tal intensidad, de tal brutalidad primigenia, que, en las condiciones propicias (de volumen, de calidad de sonido, de respuesta de público; cuando la banda se encuentra a gusto, en óptima forma y armónica compenetración), uno puede abandonarse a una especie de trance en el que se pierde la noción del tiempo y el Puro Ruido oblitera toda capacidad de percepción. Un Ruido que da la impresión de absorberse por los cinco sentidos, un Ruido que se mastica, físico, corpóreo, aplastante, que pulveriza los tímpanos a través de una explosión indolora, que se transforma en una vigorizante descarga eléctrica que galvaniza hasta la última de nuestras células. Un Ruido que se antoja ancestral, arcano, más antiguo que el propio mundo, reflejo de la explosión primigenia de la que surgiría el universo. Un Ruido que se ha mantenido inalterable al paso del tiempo.
El 13 de abril fue una de esas noches en las que se dieron las circunstancias para que se produjese la magia: la retroalimentación entre público y banda fue la imparable fuente de combustible para sustentar una actuación que se mantuvo en su punto climático de principio a fin, y dejó extenuados y satisfechos a todos los participantes. La banda descargó temas de toda su carrera, pero como ya hemos señalado, no hay forma de diferenciar unos de otros cuando se amalgaman en el monolítico discurso final. Canciones registradas en su primera referencia discográfica (aquel mítico split con Ruido de Rabia, cuyas 1.000 copias originales continúan siendo preciado objetivo de coleccionistas, y que no pocos aficionados consideran la cumbre del Hardcore extremo español), como Soldados, Control, Inanición o Víctimas, se fundían sin disonancias en un estruendoso amasijo con otras de más reciente factura (como ¿Quién soy yo?, Fuego, La Máquina del Odio, o Miedo a escuchar). Al final, aún agotados tras la catarsis, la agradecida banda consiguió reunir fuerzas, para regalar al entregado público un último bloque de temas a modo de bis.
En definitiva, lo que ofrecieron el sábado 13 de abril en el Wurlitzer Ballroom, unos U.G. en estado de gracia, fue lo más cercano a la Perfección, según los cánones del Hardcore extremo, que el abajo firmante haya presenciado jamás.
Una apropiada pinchada a cargo de David Fakie, bajista de D.E.P., consiguió que la fiesta se prolongase hasta el cierre, poniendo el broche de oro a una noche inigualable.
Texto por Daniel F. Marco. Fotos por Paula Rodríguez.
ÚLTIMO GOBIERNO + D.E.P. + LOOKIN’ UP
ESTILO: HARDCORE
LUGAR: WURLITZER BALLROOM
FECHA: SÁBADO 13 DE ABRIL DE 2019
PRECIO: 6 EUROS