El alumbramiento del disco-libro Medio Siglo del Vuelo de Kerouac es fruto de una conjunción de talentos reunidos por la pasión musical y literaria hacia el escritor. La producción ofrece paralelismos con el proceso de escritura automática que dio a luz On the Road. En poco más de cinco meses, con un verano por medio, se ha preparado un CD que incorpora un librito de formato vertical (guiño al soporte donde se escribió el original), de 24 páginas, en las que varias fotos poco difundidas de Kerouac salpican los textos.
«El libro se convierte en la madre de todas las palabras durante los años sesenta, porque enseña que la vida puede ser algo más que las facturas, el trabajo y el tedio. Es un vigoroso rechazo al consumismo y una invitación a escapar de lo convencional, salir a la carretera y dejar todo eso atrás sin un destino distinto a vivir intensamente.» (Miguel López)
Flaco Barral es el motor musical que ha conducido el proyecto. Este artista, pionero del blues en nuestro país, acumula una carrera de primerísimo orden, entregado a la causa musical desde hace décadas con pureza inaudita. Barral publicó recientemente su UyyyUyUy!, un ramillete de composiciones propias de escalofriante calidad y viveza. Ahora ha abierto la espita y, en plan Van Morrison, salen a borbotones Raga Blues (con Carlos Guerra y Manu T. Buján) y el flamante Tras las Huellas de Kerouac, aunque siempre puntualiza: «Ojo, no es mío; la cuarta pieza es de Óscar Linares”. Su trabajo refleja un compromiso total con la música, ya que se entrega con minuciosidad y resulta perfeccionista hasta el dolor de cabeza. Su corazón generoso y abierto ha entregado su casa-estudio a la causa carreteril.
Héctor López es el creador del diseño vanguardista con raíces clásicas del disco-libro, un concepto que sigue la estela de su participación en el despliegue visual de The Last Waltz en Frías, un festival de tres días homenajeando a The Band en un pueblecito burgalés, en 2016. En los créditos, apartado Diseño y Maquetación, también aparece Miguel López, hacedor de pequeños y grandes milagros, otro de los instigadores de esta aventura y alma del proyecto. La contraportada, con un Kerouac desmoronado por el alcohol (su última foto con vida), cierra esa lucha por la armonía para los ojos.
«En París, Amsterdam y Londres era más fácil conseguir sus libros. Así que tuvimos que hacer varios viajes al estilo Kerouac para ir consiguiendo su obra poco a poco.»
Los textos tocan todas las fibras de la carretera (la palabra más repetida). El de Jesús Ordovás es una joya que abre los once artículos, algunos de una alta carga emocional y paroxismos que saltan a la vista en cuanto se leen. Era inevitable que estando Ordovás en esta historia el librito empezara, sí o sí, con la palabra Dylan. Así se abren las páginas: una puerta de entrada a la música de la gran novela de los jóvenes estadounidenses. Dylan está también en Kerouac (basta ver Rolling Thunder Revue) y lleva a todos hasta aquí. Eso lo cuenta admirablemente el maestro y fundador del periodismo musical moderno en nuestro país. Cuando se le ofreció sumarse a este viaje, con la velocidad del rayo sacó de sus vaqueros un billete de diez pavos, el dinero que se pedía a cada mecenas para sacar adelante la idea.
– No va así, Jesús.
– ¿Cómo que no?
– Vamos a hacer un crowdfunding, aunque la llamaremos siempre colecta. Ana Hortelano, alias “seapuntaaunbombardeo”, te contará. Es la mejor del mundo mundial para inyectar vida a las cosas.
– Pues los debo.
El artículo de Ordovás brilla con fuerza porque explica la locura que puede contagiarse al leer a Kerouac. Y porque empieza por la palabra mágica: Dylan, un Nobel de Literatura que recoge el galardón nunca recibido por Jack.
El disco arranca con las mismas palabras de On the Road, precedidas por la armónica de Rafa Sideburns y la batería de José Martos (de los míticos Barón Rojo): «Conocí a Dean poco después de…». Bellísimo comienzo del disco con una Isabela Roldán en estado de gracia. Fue la primera en elegir su fragmento de On the Road cuando se puso en subasta pública en el sanedrín. Las palabras iniciales de la novela apuntan a Dean Moriarty, loco entre los locos, y coprotagonista del libro. Kerouac vivió una epifanía al recibir una carta de este correcaminos que siempre sintió en su cogote el aliento de la ley y cuyo estilo le empujó hacia la escritura automática. La textura de esta voz equivale a pulsar el botón del noveno piso en un ascensor. El clima emocional de Medio Siglo sube y sube. Ya todo saldrá bien en lo sucesivo. Muy valiente Isabela Roldán y muy segura sobre ese colchón musical, pura carretera de armónica y cuerdas que conduce al firmamento de la gran noche americana.
«Su destino es el corazón del hombre, dónde habita la dualidad de la existencia humana.»
La segunda pieza interpretada la vocaliza otra Isabel, López en este caso (hay cuatro lópeces en este barco). Lo borda. Se pone a bailar con la música como delfín que sigue la estela de la belleza. Y la alcanza. Es el fragmento de los cohetes que estallan en el aire y ahhhh… La gran aportación son los párrafos previos a ese orgasmo literario que se titula “Nos las Piramos”. Y es “orgasmo”, porque hasta una marca cara de coches tuvo la desvergüenza de utilizarlo para un spot eligiendo este anzuelo para comerciar. No, no. Lo hermoso es saborearlo así, con esos preámbulos que suenan como el primer beso con lengua. El oyente avanza a buena velocidad por la carretera. Todo aquel que escucha estas palabras se convierte de inmediato en Dean Moriarty. La flauta dulce (valga la redundancia) de Elena Castejón arrulla mano a mano con Flaco este trayecto aventurero. Parece imposible de creer al escuchar este corte, pero era la primera vez que ambos tocaban juntos («Me dejó patitieso, patidifuso, patialucinado», confiesa Flaco. Y añade: «Qué sentimiento, qué preciosura. Casí quisiera que me dé clases de flauta, a ver si se me pega algo). La belleza que desprende este sonido mira descaradamente hacia el futuro y es muy probable que pronto vuelva a ponerse en el candelabro. Isabel López también firma el texto “Celebración de la Vida” en el libro, donde bucea como experta en Bruce Chatwin en el origen último de esa enfermedad de la carretera: “Baudelaire denominó ´la gran maladie: horreur du domicile´, la gran enfermedad, el terror a permanecer en casa”.
Kike Jambalaya lleva treinta años en la carretera musical y no se iba a perder por nada del mundo este encuentro de chiflados por Kerouac. Es la primera voz masculina tras dos mujeres, una entrada reivindicativa más en clave feminista: lo mejor de la vida debe ser siempre lo primero. Esa mirada femenina sobre On the Road es otra aportación del disco. Este excepcional músico es un enamorado del escritor y lo demuestra por partida doble: lee “Recordaba a Mi Niñez” y toca el piano en “Saxo Tenor”, la pieza de Pilar Marijuan. Su lectura rebosa matices y evoca probablemente su propio descubrimiento del libro sagrado, unas palabras de regreso a la infancia con ribetes proustianos, pero entre personajes traviesos que roban coches y deambulan «ávidos de pan y de amor». Cuando Kike dice la palabra «hambre» salta un gusanillo cantarín que baja desde el tímpano hasta el estómago. Precisamente, hablando de gusa, este cantante, pianista y compositor, formó su primera banda en 1989 y la bautizó Jambalaya (suculento plato cajún). Más de 4.000 conciertos a sus espaldas convierten su carrera musical en epopeya escalofriante. Coherente y auténtico, contó a Dirty Rock que la voz es su segundo órgano favorito (Woody Allen decía que el suyo era el cerebro, jejeje) y la percibe como «instrumento orgánico». Medio Siglo del Vuelo de Kerouac también atesora su piano, donde demuestra un virtuosismo de raíces tan hondas como su embeleso por Kerouac.
«La música me ha dado gracias a la carretera, una sensación de libertad única.»
Aquí se une por primera vez en la historia con la armónica de Víctor Barceló, otro virtuoso (jovencísimo armonicista del que se hablará mucho en este país) que ha saciado su amor por el novelista con un doblete y firma “Al Principio de la Carretera”, donde cuenta en clave muy personal el sentido de esa forma de vida para un músico criado a los pechos de otros músicos. Que alguien traiga un sombrero: hay que quitárselo.
«De dónde has salido tú? Del mismo sueño del que vienes tú…»
La chispa que encendió Medio Siglo tiene nombre y apellidos. Óscar Linares puso en marcha una sesión de homenaje a la Beat Generation, en la Bodega de El Águila, a finales de mayo de 2019. Fue contactando uno por uno a kerouacófilos y reunió un grupo de chinaos por esos libros y escritores que llevan décadas bajo tierra, pero son ya inmortales. Allí, en un clima de indescriptible emoción, se leyeron fragmentos de Howl (Ginsberg) y sonaron grandes canciones durante la velada, algunas gracias a ese tándem ya añorado Barceló-Óscar. Ahí, justo ahí, en un grupito que saboreaba los estertores de la fiesta, estalló todo: «El 21 de octubre se cumplirán 50 años del fallecimiento de Kerouac». Había que hacer algo y hacerlo ya. Flaco dijo: “Lo grabamos en mi casa”. Y aquí está el disco-libro.
Sí, el auténtico liador (o liante) fue Óscar, este excepcional bluesman que suena a dignidad viejuna, a hijo de la carretera, a alguien que nunca traiciona «la primera persona del plural». Se percibe nítidamente en su locución “Una Pregunta” y en el texto “Entre su Frontera y la Nuestra”. El sonido de su composición encaja con identidad propia en el conjunto de 14 cortes, pero desde una órbita muy personal, quizá porque este sueño compartido es también un blues que a veces debe cantarse en soledad.
«Ya nadie puede volver a casa. Tu reflejo en el cristal de la ventanilla te mira como si de verdad te conociera…»
El delirio multidisciplinar de Medio Siglo exigía la presencia del cine, un territorio que hasta hoy no ha logrado acercarse a la emoción literaria de On the Road y sigue como asignatura pendiente. Así llegó Claro García, cineasta, premio Goya de Guion y, lo que tal vez sea más importante, uno de los tíos que mejor cuenta los chistes del mundo. Y se gana la vida más o menos así, encima. Al verle, es necesario pedirle que cuente el del caracol que llama a la puerta y … bueno, se lo pedís. Claro García firma “El Equipaje de Kerouac”, un poema prosaico o prosa poética que apunta a la naturaleza última del señor García: «… las vías del ferrocarril, las fábricas, las paradas de autobús bajo pasarelas oxidadas…». Sí, de Astorga, leonés, y corazón ferroviario. Si hay gallegos y uruguayos en la tripulación, cómo no iba a haber un tío de Astorga (allí le conocen como la pantera de Astorga, pero que no salga de aquí). La universalidad astorgana combina a la perfección con el nomadismo kerouaquiano. En su artículo del libro está la prueba.
La dulce voz de Swaran Olmos cabalga a lomos de una atmósfera onírica tejida por Carlos Guerra (virtuoso del bansuri, flauta transversal de bambú) y Flaco Barral. “Sueño” se titula este quinto corte, con sabor árabe y reflexiones sobre la muerte y la forma de interpretarla cuando la vida está en la carretera. No podía pensarse un fragmento mejor de On the Road para una mujer como Swaran, cuya vida siempre ha navegado entre aguas orientales (imprescindible leer “Despierta”, el libro más budista de Kerouac, editado por Hapi Books) en busca del conocimiento. El azar vuelve a imponerse aquí con su lógica subterránea. El mantra Akal que algunas veces ha cantado Swaran enfoca la muerte como un camino de liberación. El escritor se asomó a las filosofías orientales y aquí une su voz a la de Ginsberg para adentrarse en los misterios que modelan nuestro paso por la tierra.
El paisaje del disco es cambiante a lo largo de la escucha. Desde las pinceladas arabescas de “Sueño” se llega a la frontera mexicana, un territorio movedizo y evocador, en deslizamiento hacia el porvenir, destellos de acordeón y otros conejos sonoros que extrae Flaco Barral de su chistera mágica. Allí está la voz de Antonio Sancho, un hombre del Renacimiento (lo mismo inventa un algoritmo y te explica la evolución artística en el siglo XVI en Las Alpujarras) que se ha subido a esta carreta, con un equipaje vital lleno de amor al teatro y exitosas incursiones sobre las tablas. Desgrana con talento la peripecia del viaje y con salero tuerce su interpelación cuando juguetea con dejes típicos muy arrastrados del país del «cuate, aquí hay tomate». Se palpa la historia del autobús con los giros y contragiros de Sancho al hacer suya cada palabra. Hay picardía, emoción y aliento en cada instante de “Mexicanita”, una joya que rezuma carretera sin fin.
«Me he pasado el desvío que lleva a mi casa y no me importa. La carretera serpentea y yo sigo conduciendo, sin pensar en el tiempo ni en el lugar. Y el manto de estrellas cae sobre mí.»
La entonación de “Vías del Tren” pisa descaradamente suelo castizo, tirando a barriobajero y con salpicaduras de Lavapiés. Fernando José Figueroa luce una voz rotunda, sólida, con cicatrices del roce de la carretera (palabra que utiliza como título para su personalísimo texto del librito). Las notas que sopla su inseparable Rafa Sideburns a la armónica parecen pespuntes que cosen el caballo de hierro al relato. Si se tienen los oídos abiertos se puede apreciar un destello muy luminoso, otro detalle que llena de belleza al corte. Es Miguel Herranz, alias “Moyi”, que ofrece su arpa de boca y la sitúa junto a otros instrumentos extrañamente hermosos como el chaturangui o el bansuri en otras piezas. Esta línea de country americano sabe, en palabras de Flaco, a «color campestre y sueños perdidos». No podía faltar en este registro bluesero el ladrido de un perro (Nino, cedido para esta grabación por la CBS) que se cuela a los treinta segundos para reivindicar el sabor espontáneo de la lectura, prima hermana de la escritura automática. Es un momento espectacular del disco que llega justo en el ecuador del viaje. No cabe duda: esto es la carretera y Nino lo sabe.
«A Kerouac hay que leerlo sin moderación , sin esperar nada y esperándolo todo…»
«Un Dean Nuevo» es el título de los párrafos dramatizados por Víctor Vázquez, poeta oficial de Medio Siglo, con obras líricas publicadas en su carrera literaria a las que ahora, estos días, suma su primera novela, un ocho mil literario de altitud con portada que se basa en una pintura de Ana Hortelano. Víctor (alias Bocanegra), recién papá, mostró uno de los entusiasmos más colaborativos que pueda imaginarse. Hizo doblete con un texto espléndido que habla religiosamente de la «inmoderación». Hay que leerlo. Así es él. Inmoderado. Lo aprendió de Kerouac y lo demuestra aquí.
«La primera copia de ‘On the Road’ que pude leer quedó olvidada en un vagón del ferrocarril de vía estrecha que recorría la cornisa cantábrica.»
El bluesólogo Ramón del Solo también se lanzó en tromba a colaborar en el proyecto. Su voz, que sirve de columna vertebral en el brillante programa radiofónico La Cofradía del Blues, recorre con brío meditativo el texto titulado “Conoces el Tiempo”, al compás más eufórico del relato, marcado con pulso firme por la batería de José Martos Arellano. Ese descubrimiento del tiempo está entre los destellos más luminosos de la novela. Pero Ramón también escribe una deliciosa carta titulada “Todavía Hay Carreteras”, Jack. Ahí habla de tú a tú con el héroe de la Beat Generation y le pone al día, citando a Lester Young o a Tom Waits, hasta situarse entre los que pisan la carretera sin dar importancia al destino: el territorio de los que han alumbrado este Medio Siglo. Ese libro perdido que sirve de hilo conductor para su artículo reaparece así, después de permanecer años extraviado, al leer esas apasionadas líneas.
El homenaje a Kerouac ha atraído talento como si una luz de otro tiempo absorbiera a docenas de polillas hacia su corazón. Esteban Leivas, periodista, escritor, guionista y creativo publicitario, muestra su dominio de las tablas en “Confusión”. Esa palabra conecta como pocas al escritor con sus lectores y refleja el desconcierto vital ante los tiempos contemporáneos, siempre contradictorios y en busca de sí mismos. Esa oferta de confusión que remarca Leivas (autor, por cierto, de la biografía de otro mito de la confusión llamado David Bowie) se subraya en el tapiz sonoro que su compatriota Flaco Barral ha inventado para la ocasión: derrapes auditivos y paisajes que se difuminan al recorrerlos. La lección está muy clara: la confusión es bella.
Pilar Marijuan despliega un vibrante relato en su pieza, llamada Saxo Tenor. Se quita así una espina clavada en la infancia, cuando año tras año la rechazaron en las pruebas para formar parte del coro (en un orfanato, para más inri). Es tiempo de desquite y fuego apasionado. Se nota ese ímpetu de autoafirmación en cada sílaba, en cada suspiro, en ese jadeo interno que atrapa las palabras bajo su poderoso influjo y las eleva hasta que se pierden en la noche de Nueva Orleans. Dibuja con la garganta cabriolas sonoras y casi parece arrastrar al piano de Jambalaya, las cuerdas de Flaco o el saxo de Ricardo de Miguel, que deslumbra con un solo hasta desaparecer bajo un manto de estrellas. El fragmento es un canto a la música como vía de conocimiento. Esta es una de las grandes verdades de la vida que se aprende en el libro. El amor de Kerouac y los beatniks por el jazz más liberador se expresa aquí en toda su grandeza. En ese instante, llega el silencio.
Muchas carreteras, de las de Kerouac y de las gallegas, hay que recorrer para decir «»¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda!» con la rotundidad sísmica que se aprecia en Medio Siglo. Flaco echó el lazo para sumar a Víctor Aneiros en esta singladura beat y lo pescó. Hacía falta un gallego pura cepa para que el disco se erigiera hasta categoría mundial, como corresponde al carácter errante de tan maravilloso pueblo, unas gentes que, por cierto, organizan desde hace años homenajes a Kerouac. Su larga trayectoria desemboca en este Medio Siglo, poco después de “Un Extraño en la Multitud”, su último disco de enorme calidad y silenciado por el main stream. Su larga obra se caracteriza por una acusada presencia del idioma gallego. Leer ahora la palabra «mierda» no tiene nada que ver con publicarla en 1957, pero Kerouac necesitaba la palabra, varias veces repetida en el libro y muchas más en la realidad. Hay momentos de mierda también en la carretera y hay que escupirla con ese bramido que nace de la indignación, cuando la palabra dignidad significaba algo. Víctor Aneiros, pionero gallego del blues, sabe de dignidad en la carretera y lo dice.
«A veces los zapatos más absurdos resultan ser los mejores posibles para el viaje. Vive rápido, escribe rápido, haciendo lento el viaje.»
No se apea del disco Aneiros, porque después de «¡Mierda! ¡Mierda! ¡ Mierda!» se escucha «Tío, tío, tío…», una reiteración vigorosa de Sonia Villarroel arropada por la guitarra eléctrica del gallego. Se nota a distancia cuando una voz ha recibido formación dramática en la Fundación Shakespeare. Es el caso de Sonia Villarroel, otra forofa de Kerouac que alterna el clasicismo con el golferío de la Beat Generation y también colabora junto a Miguel en el trabajo audiovisual que apoya Medio Siglo. Recita su párrafo admirablemente y también escribe un profundo artículo (“Live, Travel, Adventure, Bless and Don’t Worry”). La fuerza de esta mujer salta al oído en cada palabra que dramatiza o escribe. Una luz poderosa para seguir «el camino de la salvación por carreteras llenas de polvo y oscuridad».
«En ese instante de quietud es cuando más siento que continúo en movimiento…»
Acaba el disco en lo más alto, justo donde estallan esos fabulosos cohetes amarillos de la novela. La envolvente caricia para los oídos que declama Pilar Muñoz convierte “Haciéndose Viejos” en un espejo para todos, en tiempo cuántico para girar la cabeza en busca de lo que ya no está. También escribe el punzante «Por la Noche la Chica que Rechacé se Marcha». Ambas estremecen por su autenticidad, por su sabor urgente de tragedia conjurada en la carretera, un sortilegio que salva de la desolación ante el inminente final. Pilar logra transformar su voz en instrumento musical (rien ne va plus) bajo los vientos cruzados de David Bombo y Ricardo de Miguel. ¿Es hora de morir, como dicen en Blade Runner? No, es tiempo de recordar a Dean Moriarty. Ya sólo se puede alcanzar con el deseo y la memoria. Pienso en Dean Moriarty, pienso en la carretera. Recuerdo la vida.
1 – Aparición de Moriarty. Isabela Roldán. Músicos: Flaco Barral, José Martos Arellano y Rafa Sideburns.
2 – Nos las piramos. Isabel López.
Músicos: Flaco Barral y Elena Castejón.
3 – Recordaba a mi Niñez. Kike Jambalaya.
Músicos: Víctor Barceló, Flaco Barral y Kike Jambalaya.
4 – Una pregunta. Oscar Linares.
Músico: Óscar Linares.
5 – Sueño. Swaran Olmos. Músicos: Flaco Barral y Carlos Guerra.
6 – Mexicanita. Antonio Sancho. Músico: Flaco Barral.
7 – Vías del Tren. Fernando José Figueroa. Músicos: Flaco Barral, Nino Guauu (cortesía de CBS), Miguel Herranz y Rafa Sideburns.
8 – Un Dean Nuevo. Víctor Vázquez. Músicos: Flaco Barral y José Martos Arellano.
9 – Conoces el Tiempo. Ramón del Solo. Músico: Flaco Barral.
10 – Confusión. Esteban Leivas. Músico: Flaco Barral
11 – Saxo tenor. Pilar Marijuan. Músicos: Flaco Barral, Kike Jambalaya y Ricardo de Miguel.
12 – ¡Mierda!Víctor Aneiros. Músico: Flaco Barral.
13 – Sabemos. Sonia Villarroel. Músicos: Víctor Aneiros y Flaco Barral.
14 – Haciéndose Viejos. Pilar Muñoz. Músicos: Flaco Barral, David Bombo y Ricardo de Miguel.
Bob Dylan, Jack Kerouac y Nosotros (por Jesús Ordovás); Por la Noche la Chica que Rechacé se Marcha (Pilar Muñoz Navarro); Live, Travel, Adventure, Bless and Don´t Be Worry (Sonia Villarroel); Entre su Frontera y la Nuestra (Óscar LInares); El Equipaje de Kerouac (Claro García); En el Camino: Celebración de la Vida (Isabel López); A Kerouac, Sin Moderación (Víctor Váquez); Carretera (Fernando José Figueroa); Todavía Hay Carreteras, Jack (Ramón del Solo); Al Principio de la Carretera (Víctor Barceló), y Vais a Algún Sitio, o Simplemente Vais (Miguel López).
Fotos: Ana Hortelano