Chamizo y Ree Kohl o el talento de convertir el fracaso en victoria

En ocasiones es mejor empezar una crónica de un concierto por el final: Ree Kohl y Santiago Chamizo comparten el escenario de El col·lecionista, un pequeño bar del barcelonés barrio de Gracia. Y añado que los titulares sirven, entre otras cosas, para llamar la atención, algo que realmente precisan los protagonistas de esta reseña. Es la noche del 14 de diciembre de 2019 y ambos artistas interpretan juntos y sin haber ensayado antes “I’m Not In Love” de Charly García en una versión que dice muchas cosas: que ellos y el público están disfrutando del momento y que importa bien poco que la limusina y el hotel de lujo que soñaban desde adolescentes no les espera en una noche francamente fría.

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A cambio, si existió el calor de las sonrisas de un público rendido a Ree Kohl –que hace ya unos años abandonó el original tributo a Pink Floyd que era Syd Barretina para ser únicamente él mismo-, y el joven guitarrista Eddie Bayside. Todos quedaron embrujados, entre otras cosas, por los temas de “Lost Train” (2018), disco cuyo título y canción homónima confiesan que el tren del éxito marchó para siempre. Paradójicamente, la pieza funcionó y brilló por sí misma porque está compuesta con el mimo de aquel que ama aquello que hace.

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Además, Bayside estuvo soberbio desde el principio hasta el final de la actuación. Incluso sorprendió a propios y extraños con una preciosa relectura de “The Heart Shaped Sea”, una pieza poco conocida de Roxette en homenaje a la recientemente fallecida Marie Fredriksson, en la que demostró que como vocalista tampoco es manco. Aunque cuando apoya a Kohl es cuando la magia brota entre ambos y los temas de este último cobran vida propia; “I Wanna Live” sonó como nunca y son unas cuantas las ocasiones en las que la he escuchado. Con la sabiduría que poseen aquellos que han recorrido ya unos cuantos escenarios, este dúo que aunó juventud y experiencia con verdadera inteligencia, se despidió recordando a AC/DC con “Touch Too Much”.       

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Por su parte, Santiago Chamizo constituye un universo en sí mismo y coincidió con su compañero de escenario en que su postrera obra, “Icebergs, venid a mí” (2019) también posee cierto aroma a naufragio. Evidentemente no pudo interpretar las cuarenta canciones de este monumental y apasionante doble álbum, pero sí dejó en los labios de los presentes el suficiente buen sabor de boca como para marcharse envuelto en aplausos. A su lado contó con la pericia a las seis cuerdas de Paco Peñaranda, mientras él puso voz, teclado y carisma en un recital que fue de menos a más. Junto a ellos, una chica llamada Ceres iba tejiendo una bufanda al compás de las canciones, un recurso escénico que puso de manifiesto que un toque minimalista a lo Syd Barrett puede substituir a las enormes pantallas de Roger Waters. Porque si algo busca este hombre es atrapar a su audiencia por sorpresa abriendo el bote de las esencias de su genialidad con “La llave de mi piano” para hincar el diente a su deliciosa “Carne cruda” y dejar espacio para el “Vicio” de Lou Reed. Brillante.

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Acostumbra el periodista a no interpelar directamente a los lectores, pero uno tampoco escribe en el Washington Post y puede saltarse según qué leyes con cierta impunidad. En resumidas cuentas, entre trenes que se pierden y barcos que se hunden, animo de veras a los que lean este texto a escuchar a Ree Kohl y Chamizo y que lo próximo que escriba sobre ellos tenga un contundente sabor a victoria. Se lo merecen.   

 Fotos por Federico Navarro. 

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