Rod Stewart cantaba aquello de que ‘cada foto cuenta una historia’ (every picture tells a story). Cuando vemos la foto que nos acompaña sobre estas letras vemos una escena con dos personajes populares del siglo XX, Elvis y Nixon, Nixon y Elvis, sin más. Como mucho alguno se aventurará a vislumbrar a través de la decoración que la instantánea fue tomada en el despacho oval de la Casa Blanca en Washington D.C., también verán dos tipos populares encantados de haberse conocido, incluso se podrían tomar por dos colegas o dignatarios, cada uno en su oficio.
El encuentro entre Richard Nixon tuvo lugar el 21 de diciembre de 1970. El Presidente de los Estados Unidos de América más impopular de la era antes de Twitter, y Elvis Presley. La fotografía es un arma poderosa, que invita a imaginarse toda la escena, e incluso, cómo se llega hasta ella. Cualquier persona después de ver a Elvis y Nixon sonrientes se imagina que ha sido un encuentro organizado por medio de la diplomacia con algún fin que nos importa poco o nada más allá de juntar al hombre más poderoso del planeta con el Rey del Rock and Roll. Uno se los imagina sentados en los cómodos sillones que decoraban el despacho oval tratando temas banales, o compartiendo confidencias mientras disfrutaban de una copa tirada con clase, acompañada de unos canapés cocinados en la cocina de la residencia presidencial más famosa del planeta, y todo lujo de detalles para tal especial ocasión.
Grosso modo, eso es lo que a cualquier persona le puede sugerir esta foto. Ahora les contaremos la verdad.
Todo comienza el sábado 19 de diciembre de 1970 cuando Elvis regresa a Graceland después de hacer lo que para algunos podrían suponer unos gestos de enorme generosidad (regalar joyas y coches para amigos e incluso desconocidos) y que sin embargo no es más que un despilfarro para el resto de mortales que caminamos por esta tierra. Lo cierto es que, Elvis lleva tiempo fuera de control y, según parece, los gastos están cerca de abocarle a la bancarrota, por ello su manager, el coronel Tom Parker, pone sobre aviso a su mujer Priscilla, y a Vernon, el padre de Elvis, para que hablen con él del asunto. Dicho esto, Elvis llega a casa de buena onda prenavideña y se encuentra con un rapapolvo que no está dispuesto a aguantar. Elvis pega la vuelta y sale de Graceland conduciendo uno de sus coches. Estos prontos eran algo habitual en Elvis, normalmente regresaba pasadas unas horas, pero ahora va camino del aeropuerto de Memphis.
Al llegar al aeropuerto pide un billete para el primer vuelo que salga del aeropuerto, que resultó ser uno con destino Washington D.C. Al llegar se registra en el Hotel Washington. Elvis no tiene rumbo pero tiene amigas, y ya que está en Washington llama a Joyce Bova, una chica con la que mantiene un idilio desde hace un tiempo, al obtener una negativa se aburre. Su estancia en la capital de la nación es brevísima. Tanto que coge otro vuelo desde Washington con dirección a Los Ángeles con parada en Dallas. Una vez en ‘Big D’, hace una llamada a su amigo Jerry Schilling que vivía en Los Ángeles diciéndole que fuera a recogerle al aeropuerto angelino al tiempo que le advierte de que no diga ni palabra de su paradero. Mientras en Memphis, todo el mundo está preocupado haciendo llamadas que no obtienen respuestas.
En palabras del propio Schilling, Elvis bajó del avión a las 2:17 de la madrugada, con un pequeño maletín que contenía un peine, pasta de dientes y cepillo, toallitas y jabón. Tenía la cara hinchada por una reacción alérgica provocada por someter a su cuerpo a un atracón de chocolate a bordo y deciden ir al médico, pero antes llevarían a dos azafatas de su vuelo en la limusina a sus respectivas casas, tal y como el propio Elvis les había prometido. En la visita al doctor este le recomendó alejarse del chocolate.
Elvis se levanta por la tarde con un plan que le confía a su amigo Jerry. Haría una reserva de vuelo bajo el nombre de John Carpenter con destino Washington y se registraría nuevamente en el Washington Hotel bajo otro alias, Coronel Jon Burrows. Ese itinerario, sin más explicaciones. Por supuesto Jerry Schilling viaja con él esta vez. Elvis le pide a Jerry que llame a Memphis y haga venir a Washington a su amigo Sonny West, y que deje el recado de que Elvis está bien para la tranquilidad en casa, pero sin más información ni paradero. El avión a Washington es un disparate con Elvis repartiendo 500$ a unos soldados que regresaban de Vietnam y levantándose de su asiento en primera clase para hablar con un senador republicano sentado en clase turista. Elvis olvida su visita al doctor y se pasa el vuelo comiendo chocolate de manera compulsiva y su cara hinchándose otra vez. Suponemos que en ese entorno, y llevado al extremo de las barras y las estrellas, el delirio red White and blue, hace acopio de varias servilletas de la compañía American Airlines y se lanza a escribir una carta que comienza así: Dear Mr. President…
Y aquí radica el motivo verdadero de esta road movie disparatada. Elvis le hace saber que hace semanas habló con el Vicepresidente Agnew en Beverly Hills, que ha conocido al Senador republicano Murphy en el avión, que está preocupado por el problema que representan los panteras negras, la cultura hippie, que incluso ha hecho un estudio profundo sobre el abuso de drogas y las técnicas comunistas de lavado de cerebro (sic), en definitiva, que cree que si le nombra agente federal podría ayudar al país desde su posición. Sí, esto sigue siendo una historia real, y la carta de puño y letra de Elvis es esta.
6:30 a.m. Nada más llegar a la capital del país acude a la Casa Blanca para dejar la nota y se siente casi ultrajado cuando el guarda de la garita dice no conocerle. Tras esto, y a la espera de una respuesta acude al Despacho de narcóticos y drogas peligrosas, también hay un intento de entrevista con John Edgar Hoover. En los últimos tiempos Elvis había desarrollado un interés desmesurado por coleccionar armas y placas de agente de diferentes cuerpos de policía del país, realizando incluso donaciones a algunos cuerpos con el único objeto de que le obsequiaran con una placa que llevarse a casa. La joya de la corona sería la placa de agente Federal pero esta solo la podía proveer el Director del FBI o el Presidente.
Priscilla Presley escribió en sus memorias Elvis & Me, que “la placa de Agente Federal representaba lo máximo para él, creía que podría entrar en cualquier país del mundo de forma legal y pudiendo llevar consigo armas y drogas”.
La realidad es que ni Nixon ni Hoover ni nadie en las altas esferas de Washington tenía interés en tener un encuentro con Elvis. Sin embargo, la llamada llegó más tarde. Y es que Egil Krogh, asesor de Nixon ligado al Depatamento de Narcóticos y Drogas Duras y seguidor de Elvis, hizo lo imposible para convencer a los responsables del entorno presidencial de que sería una buena oportunidad. Años más tarde Krogh excribiría un libro sobre este encuentro titulado The Day Elvis met Nixon. Lo cierto es que la carta escrita por Elvis decía las palabras clave que Nixon quería oír, patriotismo, América por encima de todo, rechazaba a grupos impopulares para la sociedad acomodada como los panteras negras, los hippies, el comunismo, y mostraba preocupación por la desviación social que a su juicio podía tomar la juventud del país, ofreciéndose él mismo, sí, Elvis Presley himself, a ayudar desde dentro como agente federal. Krogh pensó que con esa presentación podría convencer al Presidente.
Nixon que tenía un desinterés absoluto por Elvis, se vio abocado a acceder buscando obtener redito popular. Evidentemente desconocían el escaso tirón que tenía Elvis entre la juventud de Estados Unidos en esos días. El Rey del rock and roll nunca se posicionó políticamente en público, ni apoyó ninguna causa social de verdadero interés en eso tiempos, y no eran pocas…esto sumado a un país en llamas y levantado contra la administración Nixon y su obstinación en Vietnam, no podría más que alejar aún más si cabe a Elvis de la juventud del momento.
Elvis se presentó vestido tal cual salió de su casa casi tres días antes y entró en la Sala Oval acompañado por Krogh. Elvis regaló al Presidente una pistola Colt 45 de la Segunda Guerra Mundial y retratos familiares, Nixon le regaló unos obsequios presidenciales. Estos obsequios de Elvis son la prueba de que él ya había maquinado el encuentro previamente a pesar de que lo quisiera llevar en secreto.
Según Krogh, que estuvo presente en el despacho en todo momento, la conversación se inició de forma un tanto forzada y luego Elvis comenzó a hablar de lo que suponía actuar en Las Vegas, y de repente Elvis dice “sabe, The Beatles vinieron a este país hicieron un montón de dinero y dijeron cosas anti americanas”, Nixon miró a su asesor con cara de ‘¿a qué viene esto de The Beatles?’.
Tras esto, Elvis preguntó a Nixon si podía concederle una placa de agente federal de narcóticos. Nixon a su vez le preguntó a Krogh, ¿podemos hacer eso? Krogh respondió, si usted quiere podemos arreglarlo. Y Nixon dijo, ¡pues démosle una placa!. Krogh recuerda a Elvis exultante de júbilo abrazando a Nixon y feliz como el niño que el día de Reyes abre el paquete que ha pedido.
Unos minutos más tarde Jerry y Sonny fueron llamados a acompañarles en el despacho oval y Elvis, tras presentarlos, pidió obsequios no solo para ellos sino para sus familias, algo que también les fue concedido, quedando patente la improvisación y la ausencia de todo protocolo.
Elvis voló de regreso a Memphis, había cruzado el país dos veces y media en menos de cuarenta y ocho horas y ya tenía lo que andaba buscando, una placa de agente federal especial de narcóticos y unas cuantas historias que harían las delicias de las Navidades en Graceland.
Krogh, fallecido en enero de 2020 recordaba que Elvis se tomó la placa muy en serio como si le otorgara una autoridad que en realidad no tenía, ya que en palabras del propio Krogh, esta no era más que una placa honorífica.
El resto de la historia en lo concerniente a los protagonistas ya lo conocemos, para Nixon llegó el Watergate, y con su renuncia en 1974 alcanzó el final de su vida pública. A Elvis le sorprendió la muerte en 1977, en su haber un legado musical irrepetible y una placa de agente federal especial de narcóticos. Qué ironía.