¿Cómo escribir sobre una noche de blues con Fernando Beiztegui y que las palabras signifiquen algo? ¿Cómo decir que la música invadió la huerta eldense y nos poseyó, y nos hizo sentir que éramos los elegidos? Cualquier aproximación a los hechos quedará lejos, todo intento de fijar las emociones será vano.
La electricidad, el calambrazo, la agitación sublime, nada de eso es explicable. La música. Hay que escucharla. Ninguna música admite descripción si lo que buscas es su alma. Había que haber estado allí, en el Fillmore Huertano, donde los misterios se revelan en noches señaladas en el calendario con tinta invisible. Fernando Beiztegui mostró el camino antiguo que nace de una voz y una guitarra, indujo la magia que a unos convulsiona, a otros extasía, o enamora, o rinde.
Con él, los Hammond Lovers, trinidad de sonido que emana de bajo, batería y teclado, dan cuerpo a lo que no es sino espíritu. Cierras los ojos y estás en Chicago. Los abres y, por qué no, piensas que es cierto que has estado allí, unos minutos o tal vez años. No se puede escribir sobre lo que no tiene nombre, no se puede asir lo inmaterial y expresarlo, pero aun así hay que hacerlo, hay que hablar de la llama que no se extingue, de la zarza que arde en el cruce de caminos, del fuego que brota en el lugar en el que una nota se prolonga hasta el infinito, de la noche bajo las estrellas, noche de vino, cerveza y whisky, cuando no sabes dónde estás, y el delta y la gran ciudad son solo dos aspectos de la oscuridad que se ilumina, aleluya, aleluya, train, train, comin’ down the line.
Porque si no existieran noches como esta, si Beiztegui y sus Hammond Lovers no estuvieran para recordártelo, quizá el blues dejaría de existir, y ya nos advirtió Jake Blues/ John Belushi que no podíamos consentirlo. Solo por eso, porque en hora y media se ha hecho presente el soplo de vida que arrebató a John Mayall, a B.B.King, a Mike Bloomfield, a Rory Gallagher, a Buddy Guy, a Eric Clapton, a Peter Green, al Dr. John, a miles de músicos anónimos, y que seguirá cambiando la visión del mundo de quien se encierre con su guitarra o su armónica y deje abierta la ventana para que entre en su habitación lo inexplicable.
Fotos y vídeo por Juan J. Vicedo.