Dreams and Certainties. Moses Rubin

Moses Rubin Dreams and Certainties nuevo disco

¿Qué estoy haciendo ahora? La pregunta que abre las puertas del reciente trabajo de Moses Rubin, “Dreams and Certainties”, recuerda a aquella otra – ¿Dónde estamos ahora? – con la que Bowie anticipaba su regreso en 2013. Son preguntas íntimas que al revelarse cobran un sentido amplio, enlazan a quien escucha con un proceso de reflexión en el que puede verse reconocido. Rubin ataca la canción con sonido recio y paréntesis de ensueño, cuatro minutos de pasión en los que su guitarra se desboca y a la vez suena cantarina, un viaje sonoro en el que aparecen visiones de los años sesenta, espejismos de Cream, Hendrix, Lennon o Harrison que se desvanecen en el camino al reino de los sueños que es “Interlude”.

Con él entramos en ese espacio mágico, en el que el mensaje se hace uno con la música: la vida se renueva. Este es un disco de cambios pero no de rupturas, y en “Sunday” la voz de Rubin es esa vieja amiga, que nos guía por la canción como la arena de un reloj, como la cresta de la ola que rompe antes de llegar a la orilla. Ya la belleza no te abandona, viajas con la música en la senda hacia el futuro que empieza mañana (“You know the answer”), por cimas soleadas en las que los coros y la dulzura de la guitarra te reconfortan, y por valles de sombra donde la voz y las palabras te hacen presa en el alma. La suavidad acústica de “What we might forget” se ensambla con la melancolía del texto, pensamientos que se acompasan con el soplo fresco de la noche en que lo escucho.

Y los solos, ah los solos, de esa guitarra tan suya: el niño de la portada se ha hecho mayor, ya no es joven – canta en “Me and my birds” – y espera que los sueños se cumplan, centro de gravedad que se identifica en la canción que le da nombre, y que podría ser una plegaria, personal y recogida, musicalmente armada sobre apenas nada, que es lo mismo que apenas todo: cielos azules y montañas, pasos que se vuelven sobre sí mismos. En este álbum de preguntas y respuestas, “Endless Conversation” es casi un estado de la mente, sutilmente sincopado y melódico como la propia canción, y el amor flota, motor silencioso de la vida; “My morning sun” aspira a ir contigo en cualquiera de tus horas, paseando por la ciudad, banda sonora que suene en tu interior mientras esperas la luz verde, y escuchas ese par de versos que dicen “I know the morning sun will find me / Someday walking around town”; y “Running far behind” es chispeante como lo son las perlas del pop, regalos de alegría necesarios.

Moses Rubin ha mirado a su alrededor y ha visto cómo el tiempo se desvanece entre disfraces y vendedores de humo, y ha salido por la puerta de ese edificio en pos de la luz: “The Big Flaw” es su canto airado, una voz desacostumbrada que sin embargo es suya, rugido y látigo, acordes combativos, coros calientes, el bajo que puntea la superficie de la realidad, teclados en oleadas, la batería como muro de la protesta. Hay mucha música y músicos en este disco. Es imprescindible darse una pausa, como pide Rubin en “Berodia”, y escucharlo, y al hacerlo, escuchar también ese latido que estos tiempos, vanos, aciagos y venenosos, no conseguirán acallar. “It’s time to enjoy the ride”, verso que se desliza en la última canción, “Me and my birds”. Es tiempo de amar, de disfrutar el viaje.

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