La historia del germen de esta obra de culto es de sobras conocida: Alexander ‘Skip’ Spence, miembro hasta ese momento de los Moby Grape, ataca con un hacha a sus compañeros en un hotel, en pleno viaje de ácido y luego es detenido mientras iba en busca del productor de la CBS, David Rubinson.
Tras ese dramático episodio, acaba siendo confinado en el manicomio de Bellevue durante medio año. A su salida, se encierra durante algo más de una semana en unos estudios de Nashville para grabar él solito las canciones que había compuesto durante su estancia en el hospital.
El resultado fue ‘OAR’ (1969), un álbum que fue publicado y prácticamente abandonado a su suerte por la discográfica, en una especie de típica ceguera de quien no sabe lo que tiene entre manos, desapareciendo de las tiendas un año después.
Nada sorprendente a estas alturas, pues la historia de la música está plagada de discos incomprendidos, incluso aquellos con posibilidades comerciales.
Sí, es cierto. ‘OAR’ no es un trabajo dirigido a la ‘gran masa’, sino más bien una obra delicada, frágil, convulsa, oscura y desoladora, a caballo entre el folk, el blues y el country, con la experimentación propia de alguien que se adentra por nuevos caminos y todo ello envuelto en una especie de halo espectral, que nos muestra el estado mental , la confusión y los fantasmas que merodeaban alrededor de Skip Spence, un tipo hecho de la misma pasta que Syd Barrett o Roky Erickson, que son capaces de extraer genialidad en plena enajenación, legando un puñado de temas desgarradores salidos de las entrañas.
Por desgracia, la vida de Skip entró en una espiral de drogadicción, alcoholismo e indigencia que no me apetece recordar pero al menos será inmortalizado por una gema sobrenatural grabado en las postrimerías de los años sesenta, que ha ido revalorizándose justamente con el paso de los años…