La prematura muerte de uno de los grandes innovadores y renovadores de la historia de la música desembocó en un rápido expolio de su obra, tanto en estudio como en directo. Nos dejó huérfanos tan pronto que el ansia de escuchar su voz y guitarra comenzó a saturar el mercado casi de inmediato.
A parte de los centenares de grabaciones más o menos oficiales (la familia de Hendrix tardó muchos años en tomar las riendas de su legado), los «Bootlegs» o discos piratas nos permitieron a los fans del extraterrestre de Seattle acabar de situar su figura en lo más alto.
Estos artefactos, grabaciones no autorizadas por el músico ni por la discográfica saciaban la necesidad del fan de descubrir material que completaba el esquema mental que teníamos del artista, y nos ampliaba hasta el infinito la paleta de colores de las actuaciones en directo. La paupérrima calidad del sonido de muchos de ellos hacía de su compra una lotería, y la mayoría de veces el boca a oreja era la opción más sensata.
Objetos de otra era, casi anacrónicos, eran en muchas ocasiones auténticas obras de arte, tanto en el artwork como en su contenido. Have you ever been, to Electric Ladyland?…
