Hay conciertos que se viven como una celebración, y otros que se sienten como una confidencia compartida entre artista y público. El de Elliott Murphy en Bilbao, el pasado 11 de abril, fue ambas cosas.
Cuando Murphy subió al escenario del Kafe Antzokia, acompañado por el guitarrista Olivier Durand, la violinista Melissa Cox (sublime con su cariz folk) y Alan Fatras, una sensación especial recorrió la sala. Era la certeza de que, más que un espectáculo, lo que estaba a punto de ocurrir era un reencuentro entre viejos amigos.
Cuando a la segunda canción sonó ‘Drive all night’ a dúo entre Elliott y su escudero galo Olivier Durand, quedo claro el tono del concierto: íntimo, sincero y con el sello inconfundible del neoyorquino. A lo largo de casi dos horas y veinte, el repertorio fue un viaje entre épocas, desde los clásicos como ‘Alone in my chair’, ‘Decon dance’, la irresistible ‘On Elvis Presley’s birthday’, ‘Twist & Shout’ (enloqueciendo al público), hasta piezas más novedosas como ‘Night surfing’ y ‘Baby Boomers Lament’ de su recién editado disco ‘Infinity’.
En total sonaron 22 canciones (4 de su último disco). Pero más allá de las canciones, lo que hizo especial la noche fue la entrega de Murphy, que sigue cantando con la misma pasión que cuando comenzó su carrera. En cada acorde, en cada mirada hacia el público de un Antzoki lleno, había una historia compartida, una complicidad maravillosa, que ha construido con los años.
El público, estuvo entregado desde el inicio, acompañó cada canción con entusiasmo, demostrando que la conexión entre Murphy y sus seguidores sigue siendo fuerte. Pero este trovador con botas y sombrero, se metió definitivamente al público bilbaíno al bolsillo, cuando relato que casi ha tocado más veces en Bilbao que en París, la ciudad donde vive, y que Bilbao fue la inspiración de uno de los temas más aclamados de la noche, ‘Green river’, que la compuso mirando a la ría Nervión y sonó de fábula.
La comunión fue perfecta, con un cancionero serio, profundo y bien interpretado vocalmente. Tras 52 años de giras y con una lúcida longevidad, Elliott Murphy, es capaz de ofrecer lo máximo de sí mismo y podemos jurar, sobre la biblia del rock, que es capaz de mejorar con el paso de los años.
Hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto de un concierto. No solo porque Elliot estuvo inconmensurable, si no porque su compañero, Olivier Durand desplego su virtuosismo, ofreciendo una actuación magistral con varios solos demoledores, pura electricidad y emoción en cada nota. Al igual que las de sus compañeros Melissa Cox (delicada al violín, percusiones y coros) y Alan Fatras (percusiones y trompetista vocal).
Al cierre, con el segundo bis a solas ‘Last of the Rock stars’ dejó a todos con una gran sonrisa. No solo porque el tema en si, sino la certeza de que, mientras Murphy siga cantando, el rock nunca dejará de brillar.
Un artista enorme, agradecido, efusivo y generoso, que nos regaló su emblemática “Rock Ballad” ante la insistente petición del público.
Un conciertazo con guitarrazos imparables y una entrega excepcional, demostrando que su música trasciende generaciones y que su pasión por el rock sigue tan viva como siempre. ¡¡Vivirlo fue increíble!!. Volverá y allí estaremos.
Texto Xonia Corrales. Fotos Itziar Otxoa.