Susan Santos no tuvo piedad

La han visto con Billy Gibbons. Quemándole las mismas barbas con un solo. Con la zurda, como Hendrix. Subida a un escenario es ella misma quien arde. Si no hay escenario al que subirse, solo la alfombra mágica del Fillmore Huertano a ras de suelo, la hoguera no se consume.

Es la zarza de Moisés atada a una guitarra verde. Su mano izquierda es un revoloteo en las seis cuerdas. Es velocidad. Es la pulsación que nace en el núcleo de una estrella. No es una diosa de la guitarra quien está ahí, a un paso de nosotros; los dioses, esos seres distantes, murieron de aburrimiento.

Susan Santos es terrenal y en el espacio entre la cal y los bancales es divinamente humana. Me siento como si estuviera tocando en vuestra casa. O como si vosotros estuvierais en la mía. No deja de sonreír mientras enciende el atardecer, llamas anaranjadas que prenden en cada riff, en cada punteo.

Amar el blues es alejarse de él, abrir las ventanas y volar, y dejarlas abiertas para poder volver. Ella lo sabe y lo demuestra. Solo quien conoce el canon puede apartarse de él. Sonora, el último disco. Sonoridades, sonidos, sentimientos. Canciones del desierto de Sonora, dice, y hay un cactus de neón a su espalda. No llueve en los desiertos pero la voz de Susan Santos es de agua, moja las canciones, las refresca.

Si quiere salta y se despeña. Es la voz de las sirenas que te atraen a la espiral de la música en la que desapareces. Escuchas ulular la slide sobre el mástil. Te dejas ir. Regresas. No hay tregua, no hay prisioneros. Te acuna con destellos diamantinos en “So Long”, te abofetea en “Hot Rod Lady”. Te maniata a “What I Want”, sopla sobre ti un alma muy antigua en “Have Mercy”.

No tiene piedad de nosotros, nos encandila y nos lleva a lo alto de la montaña, sabiendo que todo acabará y tendremos que bajar. Acaba. Firma discos bajo el porche, a media luz. ¿Ha sucedido?, te preguntas. ¿Imaginas si Jimi Hendrix hubiera sido mujer?, dice alguien. O si hubiera nacido en Badajoz. En ese momento dudas si has visto a Susan Santos rociando con gasolina su Telecaster.

Sí, fue en la primera media hora. Entre la cuarta y la quinta canción, tal vez. Y ardió con una llamarada que iluminó la huerta.

Susan Santos (voz y guitarra). David Salvador (bajo). Javier Planelles (batería).

Videos: Julio Navarro Oncina y Jorge Navarro. Audio: Jorge Navarro.

Fotografías: José Montero (DUO) @duofotografiaelda

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