Sigur Rós. No en este mundo
porEl último viernes de septiembre no era necesario volar a Keflavik, bastaba tomar el metro a Goya, para que Islandia se hiciera presente: en la música de Sigur Rós. No iba a ser una noche cualquiera, el Wizink había cerrado sus gradas con gigantescos telones negros -solo mancillados con algún aislado anuncio publicitario- y todos nos íbamos a congregar de pie en la pista. Hilos de luz ambarina descendían sobre el escenario todavía vacío.